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De historia y algo más

El neologismo "ecocidio" se define como deterioro del medio ambiente y los recursos naturales como consecuencia de la acción directa o indirecta del humano sobre los ecosistemas. En su libro "Ecocidio", Franz. J. Broswimmer, profesor e investigador del Globalization Research Center de la Universidad de Hawaii, narra que desde los hombres de Cro-Magnon a los de Wall Street, ha existido una guerra perpetua y autodestructiva llevada a cabo por la humanidad contra la naturaleza, desde el impacto de las sociedades prehistóricas sobre el medio ambiente a la explotación comercial de las especies y la destrucción de su hábitat. A comienzos del siglo XXI, es evidente que vivimos en una época de ecocidio. Por primera vez desde la extinción de los dinosaurios, hace 65 millones de años, están ocurriendo en nuestro planeta cambios ecológicos enormes. Desde 1970 los bosques han disminuido a la mitad y una cuarta parte de los peces han sido eliminados. La mayor parte de los biólogos y otros científicos piensan que nuestro planeta está sufriendo en la actualidad una de las extinciones en masa más rápidas de su historia. Y veamos por qué: a principios de los años 60, el gobierno de Moscú (la antigua URSS) tiene la brillante idea de tomar parte de las aguas de los ríos Amu Daria y Syr Daria, que alimentaban al Mar de Aral, y llevarlas, tras la construcción de un canal de 500 kilómetros, hasta una gran cuenca donde se encuentran los campos de algodón, con la intención de que dicha producción aumentara hasta el punto en que la Unión Soviética fue autosuficiente, y no tuviera que importar algodón. Su estrategia es todo un éxito, y en apenas un par de décadas, la producción de algodón se multiplica y de igual modo, se duplica la población de la zona. Por supuesto, a nadie se le ocurrió calcular la cantidad de agua que el Mar de Aral necesitaba recibir para seguir vivo que, lógicamente y sin hacer muchos cálculos, era el 100% de la que recibía de los ríos. En otras palabras, la cantidad de agua que se evaporaba anualmente en el mar era la misma que recibía de los ríos, es decir la madre naturaleza cumpliendo con el ciclo del agua. Así, con el tercio de agua sustraída para abastecer el regadío de los campos de algodón, el Mar de Aral comienza su rápida y acelerada agonía, que entrará en un punto sin retorno. Año tras año, al ser el nivel del agua más bajo, el nivel de refracción solar fue menor y más agua se evaporaba y, así, hasta desaparecer prácticamente por completo. Viendo el desastre ecológico que se avecinaba, los dirigentes rusos, en lugar de intentar subsanar el error cometido todavía lo incentivaron más, aumentando el caudal del canal de riego paulatinamente. En los años ochenta, el 90% del caudal de los ríos era destinado a los campos del algodón. La mayoría de gente que vivía gracias al lago con relativa paz y armonía, se vio obligada a trasladarse al lugar que, paradójicamente, había sido la causa de su desgracia. Pescadores, agricultores, artesanos y armadores… ahora todos son simplemente recolectores de algodón trabajando de sol a sol que, en los días de fiesta, sueñan con comer un buen pescado importado de algún lugar lejano. El autor es ex presidente de la Federación de Colegios de Ingenieros Civiles de la República Mexicana.

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