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Columna Huésped

El prodigioso árbol de la fantasía Aunque parezca una contradicción, la fantasía también debe ser verosímil, debe apegarse lo más posible a lo real en emociones humanas, sociedades con problemas parecidos a los nuestros e historias que nos recuerden nuestros propios conflictos y disputas culturales, sin perder de vista el filo de lo maravilloso, la audacia de lo sobrenatural. Pero esa es la fantasía tal y como la concebimos en la actualidad. Si indagamos en sus orígenes y desarrollo podemos vislumbrar un género literario en continua evolución, una narrativa que no se queda en paz en cuanto a experimentación, ambición y visión que sus textos nos proporcionan. Empecemos por ahí. La fantasía nace enmarcada en la creación del mito desde el principio de la humanidad, surge como un relato de algo que, por más increíble que sea, no se discute sino que se toma como verdadero: dioses, profetas, héroes poderosos, criaturas insólitas, creaciones y destrucciones por igual. La fantasía nace no como una historia más que se cuenta frente a la fogata de la comunidad sino como la Historia con mayúsculas: el cuento de nuestra idea del mundo, el cuento de nuestro lugar en el mundo. Lo fantástico se percibe como parte del mundo real. Sólo cuando las civilizaciones han evolucionado lo suficiente como para volverse escépticas de milagros y prodigios es que la fantasía se disocia del relato religioso y se vuelve literatura: algo que nos entretiene aunque no lo creamos del todo. En ese momento los monstruos, los fantasmas, los espíritus del bosque, los duendes y demás seres sobrenaturales terminan ocupando un lugar prominente, se transforman en los protagonistas de lecciones morales tanto para niños como para adultos. El mito ha devenido leyenda y la leyenda se ha vuelto cuento de hadas y relato de terror. Pero la fantasía contemporánea nace en el relato de aventuras, en la crónica de viajes, en la historia de los caballeros andantes, es decir, es un género donde se cuenta el ancho mundo y sus misterios, los lugares más lejanos y sus enigmas. Narrativa que busca, por su cuenta y riesgo, los horizontes inalcanzables, los sueños que la lejanía –en tiempo o en espacio– hace posibles. Para el siglo XVIII con 'Los viajes de Gulliver' culminan tales exploraciones literarias en países imaginarios y a partir de entonces otros lugares se vuelven sinónimos de escenarios fantásticos: el castillo tenebroso, el bosque oscuro, la comarca maldita, los subterráneos de la gran ciudad, los cementerios, las ruinas olvidadas de antiguas civilizaciones. Desde hace 250 años, la fantasía se afianza utilizando el asombro, el embeleso y el miedo como sus emociones básicas, como sus reacciones más deseables. Aparecen vampiros, hombres lobo, espíritus errantes, ídolos sedientos de sangre humana, fantasmas que se esconden del avance contundente del progreso y la tecnología. Los lectores de fantasía hacen lo mismo: huyen del ruido de las máquinas y el tráfico urbano y prefieren entrar a otros dominios, a las tierras del nunca jamás, de lo maravilloso y lo inconcebible. Le dan la espalda a la modernidad y apuestan por un regreso al pasado: la Edad Media y sus batallas de honor, los mundos antes del mundo con sus dioses portentosos, las puertas que se abren a otras realidades. A mediados del siglo XX se establece, con la obra de J. R. R. Tolkien, 'El señor de los anillos' (1954-1955), el nuevo evangelio de la fantasía: la obra épica en forma y fondo que pone de nueva cuenta la lucha del bien y el mal en el centro de lo narrado, que crea su propia mitología. Lo fantástico se une a lo bélico y sus relatos son relatos de guerras por el alma del mundo, de conflictos de poder por el futuro del orbe. Veta que seguirían autores como George R. R. Martin con su ciclo de novelas 'Canción de hielo y fuego' y Ursula K. Le Guin con su ciclo de cuentos y novelas de Terramar. Sin embargo no hay que olvidar otras vetas de este género literario que han surgido en la última centuria, como las de Franz Kafka y las pesadillas burocráticas, las de Julian Gracq, Dino Buzzati y Jacques Abeille con sus reinos lejanos, las de Jorge Luis Borges y Mario Levrero con la fantasía como juego filosófico, y la de Philip Pullman y Naomi Novik, donde lo maravilloso no está peleado con la crítica social, con la voluntad de asumir lo moderno como propio. En todo caso, la fantasía está viva y sigue fascinándonos ahora como antaño. * El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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