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Columna Huésped

Arturo Esquivias: fotografía en su hermosura esencial Es difícil hablar de un hombre metido en sí mismo, que forzaba la sonrisa en las tertulias, que parecía sentirse fuera de lugar en las reuniones culturales. Me daba la impresión que sólo se sentía bien en su cuarto oscuro, trabajando en solitario con sus imágenes, imprimiéndolas con esmero en el papel. Hoy que vivimos tiempos digitales, que la fotografía es predominantemente una selfie, que las imágenes son mensajes para compartirse en el instante mismo en que las tomamos, vuelvo a las fotografías de Arturo Esquivias (Guanajuato, 1931-Mexicali, 2012) y sigo descubriendo en ellas al artista de primer orden que fue, que sigue siendo en su legado impecable. A tantos años de su muerte es hora de regresar a su obra con ojos veraces, con mirada de respeto por un conjunto fotográfico que es una herencia que debemos aquilatar para las futuras generaciones. Creo que Esquivias representa la culminación de un estilo de hacer fotografía que exigía la composición perfecta, el momento justo, el equilibrio formal. Arte mayor que hoy pocos se atreven a crear por falta de paciencia, sagacidad y talento. No un arte bien hecho sino sublime en su trascendencia, único en su pureza visual, en su nitidez cósmica. Arte de la dificultad creativa que no cesa de saltar más alto para probarse a sí mismo. Pero como todo artista omnívoro, don Arturo terminó siendo visto, por las generaciones de fotógrafos que le siguieron, como un obstáculo infranqueable, como una vía muerta. De ahí que muchos le dieran la espalda a su estilo de hacer fotografía y prefirieran un arte sin tantas exigencias ni demandas. Los artistas de la lente que aparecieron después en nuestra entidad ya no se preocuparon tanto por la forma precisa y rigurosa de fotografiar sino por los temas de moda: lo urbano, lo fronterizo, lo experimental. Olvidaron que nuestro artista también había incursionado en esas temáticas, sólo que lo hizo buscando la imagen imperecedera, el alfabeto universal de la luz con un lenguaje único, suyo y de nadie más. Ver hoy su obra es entrar en un territorio que sigue ofreciendo infinitas sorpresas y hallazgos al espectador. Sus fotografías tienen un aura de misterio en pleno día. Sus imágenes contienen más mundos que los que uno descubre a primera vista. Se necesita paciencia para encontrar los detalles que enriquecen su obra, los destellos que iluminan sus retratos, paisajes y collages. Esquivias, desde su patente timidez, desde su silenciosa presencia, sigue hablando con nosotros a través de sus imágenes asombrosas: por medio de dunas, espejos, escaleras, montañas de roca, valles, lagunas, sillas, mareas, árboles, caminos, soles, calles, horizontes, manos, espejismos, muros. Como artista, don Arturo se atrevió a romper los prejuicios que decían que el desierto no merecía ser fotografiado, que su monotonía cromática no daba para transformarla en arte visual. Como él mismo me lo dijo más de una vez: “Donde decían que nada era interesante, que estas lejanías eran puros arenales, yo encontré oro”. Sí, el oro de las imágenes inéditas, el tesoro de la luz imperiosa, original, que retumba en nuestros ojos. En todas sus fotografías está presente una voluntad de ver el mundo con transparencia, hasta el último detalle; una voluntad que aceptaba la armonía de la naturaleza como un llamado espiritual, como una lección de vida para todos. En todas ellas hay una conversación en marcha, un guiño, una sonrisa. La de un artista completo que nos legara su visión del mundo. La de un creador que supo captar la realidad sin traicionarla. No es una hazaña cualquiera la que Esquivias logró en su trayecto artístico. La suya es un recuento de lo que es Baja California en su naturaleza indómita, en su materialidad deslumbradora, en sus horizontes menos tocados por la civilización. Un regalo fotográfico que hoy nos pertenece. Y es que la suya es una entidad que se sostiene en sus elementos esenciales: agua, tierra, aire. Una ofrenda visual que debemos conservar y difundir como prueba de los paisajes que pueden seguir siendo nuestros si los cuidamos con tanto empeño como don Arturo cuidó al capturarlos con su cámara: fijándose sobre todo en su belleza intacta, en su hermosura esencial. Por eso lo pregunto: ¿hay, en la fotografía bajacaliforniana, un regalo mayor? * El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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