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Columna Huésped

El deporte como convivencia fronteriza Una de las actividades que mejor ha definido la identidad de nosotros, los bajacalifornianos, es la práctica deportiva. Y es que el deporte siempre ha intervenido en nuestro desarrollo histórico como actividad comunitaria, como fiesta colectiva, como convivencia social. Cierto: muchas cosas unen a la gente. La música, por ejemplo. La comida, por supuesto. Pero en los tiempos modernos, el deporte siempre ha sido factor de encuentro, de unión, de festejo en comunidad. En el caso de Baja California, el deporte nace como juego entre los grupos nativos como destreza física, como resistencia física, antes de volverse competencia entre comunidades e individuos. Espacio para demostrar lo que uno es frente a los demás. Habilidad para sobrevivir tanto como capacidad humana que da identidad y orgullo, que ofrece un reconocimiento de sus pares por el esfuerzo realizado, por la voluntad de correr, cazar, pescar o recolectar. En nuestra entidad, en el siglo XIX, con una sociedad de rancheros, mineros y ganaderos aislados en pequeñas comunidades rurales, el primer deporte de competencia fueron las carreras de caballos. Luego, conforme se estableció esta región como frontera con los Estados Unidos, los deportes anglosajones comenzaron a infiltrarse de norte a sur. Y, lo mejor, se convirtieron en elementos de convivencia entre las poblaciones fronterizas de ambos lados de la línea internacional. Para decirlo como una verdad revelada: el beisbol, el basquetbol, el voleibol, entre muchos otros deportes posteriores (desde el tenis al golf, pasando por el boliche, el atletismo y la gimnasia) sirvieron para conocernos como vecinos cercanos en los juegos que se organizaron en Tijuana, San Diego, San Ysidro, Mexicali, El Centro o Calexico. El deporte como lenguaje universal para unir, como deportistas y como público, a estadounidenses y mexicanos. El deporte, en Baja California, siempre ha tendido a ser el punto de partida para ganar prestigio social en la periferia de nuestros respectivos países, para demostrar, a propios como a extraños, de qué materia estábamos y seguimos estando hechos nosotros, los bajacalifornianos. Su historia es la historia de nuestra entidad en su desarrollo acelerado. Y eso lo podemos constatar desde que nos hicimos frontera. Las actividades deportivas siempre han sido parte de la historia de nuestra entidad, sobre todo a partir de 1848, cuando esta región de México se volvió frontera con los Estados Unidos. Los juegos eran importados de los Estados Unidos y, de esta manera, las carreras de caballos, el boxeo y el béisbol ingresaron inmediatamente a la población y se practicaron, en forma improvisada, a ambos lados de la línea fronteriza. El deporte, en estos años, sobre todo a principios del siglo XX, puede verse como un espectáculo más para atraer turistas estadounidenses, como una diversión puesta al servicio de los visitantes extranjeros que podían darse el lujo de pagarla. En la prensa de la época abundan los anuncios de lo que entonces se consideraba lo deportivo en términos exóticos (que iba desde corridas de toros hasta peleas de box con peleadores de ambos países compitiendo para demostrar quién era el mejor). Algunos ejemplos pueden servir para entender este panorama fronterizo, cuando las principales poblaciones bajacalifornianas colindantes con los Estados Unidos, especialmente Mexicali y Tijuana, lo que buscaban era que los dólares cayeran en sus manos organizando torneos y competencias de todo tipo y donde las apuestas eran el botín más codiciado. Así, en el periódico Los Angeles Evening Herald (2-IV-1917) se da a conocer las justas boxísticas que se celebraban en Mexicali: “Joe Golinda, el peso ligero mexicano, le dio una auténtica batida a Jack White, el boxeador de Chicago, en Mexicali, México. En este enfrentamiento, el mánager de White tiró la esponja al ring en el catorceavo asalto para salvar a su peleador de un castigo peor. La pelea había sido programada para 20 rounds. White le iba ganando al mexicano en los primeros rounds, pero el terrible calor (y eso que apenas era primavera) acabó por bajarle los ánimos después del décimo round y desde ese momento fue fácil presa para el peleador mexicano”. Como se ve el deporte siempre fue un espectáculo en la frontera, una diversión a la que acudían lo mismo nativos que extranjeros. Espacio de comunidad y de comercio por igual. Sitio donde se unían los nuestros y los vecinos del otro lado para olvidar fronteras y hacer amigos. Como sigue siendo en la actualidad. De ahí su aportación a la buena convivencia entre fronterizos mexicanos y estadounidenses. * El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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