Columna Huésped
Rubén García Benavides: Hacer camino al mirar Ha cumplido 80 años y se le nota. Pero Rubén García Benavides (Cuquío, Jalisco, 1937, pero avecindado en Mexicali desde 1956) no es alguien a quien le afecte la edad, que pretenda dormirse en sus laureles. García Benavides es un artista de la vieja escuela: un pintor que sigue creando porque en ello le va la vida. Activo, con su esposa Juanita Valdez como su escudera, se mantiene de pie, pintando y fotografiando, viajando y aprendiendo, buscando nuevas formas de hacer arte en un mundo que quiere la novedad y no el conocimiento a profundidad, que desea obtenerlo todo sin esforzarse demasiado. Lo contrario de lo que ha hecho toda su vida don Rubén, un artista plástico que imagina desde la materialidad de su entorno, que concibe la pintura como un desafío tanto como una revelación. Desde que lo conocí lo aprecié como un hombre de campo: alguien que sabía el valor de la tierra, el peso del sol. Un observador nato que aprendió a pintar no en una academia sino contemplando el horizonte nublado de los Altos de Jalisco, los campos de cultivo bajo la lluvia del verano. Un hombre curioso como pocos, que no quiso seguir por los mismos cauces de sus contemporáneos en el arte; que buscaba, afanoso, su propio camino aunque éste no rindiera económica o políticamente. La suya es una travesía a contracorriente de los gustos imperantes de su tiempo, un viaje que comienza en el realismo naturalista (Courbet) y luego, ya en la escuela José Clemente Orozco en Mexicali, pasa por el arte nacionalista mexicano antes de saltar a la modernidad sin concesiones, la que él mismo descubre en los museos y galerías del otro lado, en la California de los años 60 y 70 del siglo pasado. Entre 1965 y 1975, en apenas 10 años, García Benavides acorta las distancias que lo separan del arte de su época, quema etapas de aprendizaje febril, engulle tendencias y estilos hasta que abreva en el minimalismo estadounidense, en el hiperrealismo californiano, en la idea liberadora de que menos es más, de que todo cuadro es una realidad aparte, un conjunto de signos que establecen su propia autonomía visual. En el momento mismo en que el estilo neobarroco domina en tantos creadores nacionales, don Rubén se inclina por dejar de lado toda exuberancia, todo arte popular. En vez de utilizarlos como trampolines creativos que le den respetabilidad crítica a su obra, rentabilidad a sus pinturas, decide pintar paisajes que no se enmarcan ni en el paisaje tradicional ni en la abstracción pura. Tampoco acepta las invitaciones a sumarse al arte fronterizo en tiempos en que éste se le ve como sinónimo de chicanidad, de hibridación cultural. Nada más lejos de su gusto artístico que ondear lo mexicano para quedar bien con los críticos nacionales y extranjeros. La ruta que sigue es sólo suya y de nadie más. Tan es así que no tiene seguidores ni imitadores dentro del arte bajacaliforniano. En el caso de García Benavides estamos ante una forma peculiar de ver el mundo y reconstruirlo en paisajes que suman lo real y lo imaginario sin caer en ningún momento en la fantasía pueril, en el surrealismo azucarado. Su obra es juego mental, análisis de nuestras percepciones, paisaje multiplicado que no tiene parangón en nuestras artes. ¿Cuáles son los elementos que componen su obra plástica que la hacen única en las artes del siglo XXI? Propongo las siguientes: la concepción arquitectónica de la realidad como maqueta del orbe, el conocimiento del mundo en sus engaños visuales, en sus espejismos cotidianos, la idea de que en cada cuadro se refleja la vida que llevamos, el juego de certezas y dudas que nos hace humanos. La suya es una mirada que observa su derredor con escepticismo, con cautela. Por eso la pintura de don Rubén, la más contemporánea, la más universal, establece un tipo diferente de relación con sus espectadores. No ondea pasiones colectivas o estremece con temas del dominio público. Al contrario, en su pintura intenta mostrarnos con perspicacia, con sabiduría, un paisaje que es, al mismo tiempo, frontera y centro, lejanía y cercanía, memoria e ilusión. Arte que cuestiona tanto nuestra mirada como la propia mirada de su creador. Don Rubén ya es octogenario. Pero sigue siendo un artista joven y rebelde. Un paisajista que aún cosecha los frutos visuales que sólo él ha sido capaz de concebir, los escenarios vitales de una obra en constante renovación. ¿Qué más podemos pedirle? * El autor es escritor y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
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