¿Debo evitar discutir frente a mis hijos? Esto dice la ciencia
Expertos recomiendan no ocultar los conflictos, sino gestionarlos y explicarlos adecuadamente para evitar daños emocionales.
CIUDAD DE MÉXICO. 18 DE NOVIEMBRE DE 2025.- Discutir delante de un niño puede generar un impacto emocional mucho más profundo de lo que muchos adultos imaginan.
Cuando un menor presencia un conflicto entre sus cuidadores, especialmente entre sus padres, su interpretación rara vez coincide con la realidad. En lugar de percibir el desacuerdo como un problema entre dos adultos, su primera reacción suele ser emocional y centrada en sí mismo. La psicología del desarrollo lleva décadas explicando este fenómeno.
Según Infobae México, Jean Piaget, pionero de la psicología evolutiva, definió esta etapa natural como pensamiento egocéntrico: un periodo en el que los niños interpretan el mundo únicamente desde su propia perspectiva. Para su mente en formación, todo lo que ocurre a su alrededor podría estar relacionado con ellos, incluso cuando no es así.
Esta idea fue respaldada en la década de los noventa por los psicólogos Wesley Rholes y John Finchman, quienes demostraron que los menores tienden a sentirse responsables de los conflictos familiares, especialmente cuando no comprenden su causa o su contexto.
Para ellos, el malestar o las voces elevadas entre sus progenitores activan emociones intensas y confusas: su cerebro concluye que hicieron algo mal, aun cuando la discusión no guarda relación alguna con ellos.
El impacto emocional del conflicto constante
No se trata de un error cognitivo, sino de una etapa esperada del desarrollo infantil. En esos años, la mente aún aprende a distinguir entre lo que controla y lo que no. Sin embargo, cuando las discusiones se vuelven frecuentes o se mantienen sin resolver, las consecuencias pueden ser más serias.
Investigaciones de Edward Cummings y Patrick Davies, de la Universidad de Notre Dame, señalan que los conflictos parentales no resueltos afectan la capacidad del niño para regular sus emociones y mantener la sensación de seguridad.
La tensión familiar sostenida puede aumentar los niveles de ansiedad, estrés y problemas emocionales durante la niñez, e incluso extenderse a etapas posteriores de su desarrollo.
La neurociencia también respalda estos hallazgos. La regulación racional de las emociones proviene del córtex prefrontal, una zona del cerebro que aún no ha madurado en la infancia. Por ello, cuando un niño presencia una discusión, enfrenta barreras fisiológicas que le impiden autorregularse de manera adecuada.
¿Entonces nunca se debe discutir frente a los niños?
En la vida cotidiana, evitar todo conflicto es irreal. La clave no es eliminar por completo las discusiones, sino gestionarlas adecuadamente y, sobre todo, explicar a los menores que el desacuerdo no tiene nada que ver con ellos. Esta comunicación es esencial para neutralizar la culpa y reforzar el vínculo emocional.
La serenidad adulta juega un papel determinante. La actitud calmada de los padres funciona como un anclaje neuronal que tranquiliza al menor y le muestra un modelo realista de regulación emocional que su cerebro aún no puede alcanzar por sí mismo.
Acompañar las emociones también es educar
Los niños no necesitan un hogar libre de tensiones, pero sí uno en el que comprendan que los conflictos no ponen en riesgo su seguridad ni su valor personal. Esa comprensión no surge sola: se construye con palabras, coherencia y presencia emocional.
Incluso en las relaciones afectivas más estables existen desacuerdos. Lo importante es mostrarles que, pese a ellos, siguen siendo amados y están a salvo. Porque aprender a gestionar las emociones —propias y ajenas— es un proceso compartido que comienza en casa.
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