Una boda campestre entre risas y críticas: la escena nupcial que Goya pintó para el rey
Era el momento del “pueblo llano” como motivo decorativo, idealizado o satirizado, pero siempre protagonista.

A finales del siglo XVIII, los muros de los palacios madrileños comenzaban a vestirse con más que solo oro y mármol. La aristocracia, ansiosa por embellecer sus estancias, encargaba tapices decorativos que retrataran escenas populares, alegres y, sobre todo, festivas. Era el momento del “pueblo llano” como motivo decorativo, idealizado o satirizado, pero siempre protagonista. En este contexto, Francisco de Goya encontró una vía de escape artística que le permitió explorar con agudeza la vida cotidiana y sus contradicciones.
Una de esas obras, La boda, puede contemplarse hoy en el Museo del Prado, en Madrid, como parte de una visita guiada que permite observar de cerca los detalles y la ironía detrás del óleo de grandes dimensiones (269 x 396 cm). Fue originalmente concebida como un cartón para tapiz destinado al despacho del entonces príncipe Carlos (futuro Carlos IV), quien había solicitado a Goya algo “de cosas campestres y jocosas”.
Y vaya que lo consiguió. En la escena, ambientada bajo un puente de piedra, se representa una boda aparentemente común pero cargada de significados. Una joven hermosa se casa con un hombre notablemente feo, pero rico. Los padres de ella, complacidos. Las amigas, entre risitas y envidias. El cura, cómplice de la burla general. Todos parecen saber que lo que hay allí no es precisamente amor.
Goya, lejos de limitarse a representar una escena simpática, pone el dedo en la llaga con su característico ojo crítico. A través del humor y la exageración física de los personajes, nos habla del matrimonio como transacción social, de los intereses económicos que se imponen sobre los afectos, y de cómo incluso lo más solemne —una boda— puede tornarse caricaturesco cuando los sentimientos están ausentes.
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Esta pintura es más que una imagen decorativa: es una ventana al pensamiento ilustrado de un artista que supo observar su tiempo con sorna y profundidad. En su aparente ligereza, La boda deja al descubierto la ironía de una sociedad que se reía del pueblo mientras intentaba parecerse a él, al tiempo que perpetuaba sus propias contradicciones entre lujo y miseria, deseo y conveniencia.
Con información de HA!
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