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La 4S

La Cuarta Transformación insiste en que lo es. Todos los días busca crear una narrativa de cambio verdadero, de ruptura real, de bandazo bendito.

La Cuarta Transformación insiste en que lo es. Todos los días busca crear una narrativa de cambio verdadero, de ruptura real, de bandazo bendito. Según la historia oficial, membretada y diseminada en cada documento de Gobierno, ha habido sólo cuatro hitos de alteración auténtica: La Independencia, el periodo juarista, la Revolución de 1910 y la etapa actual. Todos los esfuerzos de democratización antes de Andrés Manuel López Obrador fueron apócrifos. Todos los trabajos de construcción y remodelación institucional fueron en balde. Todas las alternancias anteriores no cuentan.

Ahora se trata de reescribir el pasado para controlar el futuro; de concebir a la política como un espectáculo continuo con actores que memorizan el guión escrito en Palacio Nacional; de poner a desfilar a pipas de Pemex y a los beneficiarios de los programas sociales y los a miembros de la Guardia Nacional. México transformado cuando en realidad es México abreviado. Simplificado.

No reconoce de dónde venimos y cuánto trabajo nos tomó salir -incompletamente- de ahí.

El país del presidencialismo imperial y el centralismo discrecional. El país del partido hegemónico y los contrapesos inexistentes. El país del Ejecutivo fuerte, el Legislativo subordinado, la Suprema Corte omisa. Un lugar donde no había comisiones de derechos humanos o acceso a la información pública o Banco de México autónomo o reguladores de competencia en telecomunicaciones o periodismo de investigación independiente o autoridades electorales que no estuvieran al servicio del PRI. Un paraje de poder predominante y concentrado que fuimos transformando con luchas sociales y reformas electorales; con elecciones competidas y batallas aguerridas.

La 4T se comporta como si esa etapa no hubiera existido y no fuera necesario defender lo que ahí se logró. No reconoce el camino recorrido; lo ignora o lo denuesta.

No recuerda cómo se pavimentó la ruta que le permitió llegar; más bien asume el monopolio moral de la representación porque finalmente arribaron los impolutos. El nuevo Gobierno no comprende que sólo ganó una elección; presume un cambio de régimen. No entiende que sólo llegó al poder; piensa que puede ejercerlo como le plazca. Y para ello tiene que rechazar la complejidad y apelar a la simplificación. Nada de negociaciones complejas o deliberaciones democráticas; nada de datos o mediciones o evaluaciones.

Ahora se gobierna con soluciones fáciles y mantras mediáticos. Para enfrentar los feminicidios, el despliegue de la Guardia Nacional. Para encarar la impunidad, el populismo penal y la prisión preventiva oficiosa. Para superar la crisis educativa, 100 universidades anunciadas pero inacabadas. Para acabar con la corrupción, la voluntad presidencial, pero aplicada selectivamente. Para asegurar el desarrollo, apostarle a la petrolización aunque quiebre las finanzas públicas.

Ante cada reto complejo, la 4T tiene una solución simple. Una app o una promesa presidencial o una declaración mañanera. Para el lopezobradorismo, sólo se requiere sentido común, 99% de honestidad y 1% de capacidad. Y si alguien señala efectos contraproducentes o políticas públicas deficientes, la respuesta también es sencilla.

Quien las critica representa intereses oscuros o se opone al cambio o no quiere perder sus privilegios o es un conservador o un sicario del periodismo. Lo único que se necesita para que la economía crezca y Pemex aumente su producción y la desigualdad disminuya es la exhibición de los moralmente derrotados. Lo único que se requiere para transformar a México es que desfilen los militantes de una “causa trascendente”, como dice José Woldenberg.

Ante esta simplificación políticamente útil, pero democráticamente peligrosa, urge reaccionar. Estos no son tiempos ordinarios y nos corresponde hacer cosas extraordinarias para defender instituciones acosadas y valores amenazados.

Toca señalar y analizar y alertar ante el espectáculo de las ocurrencias cotidianas, las frases efectistas y la mercadotecnia manipuladora llevado a cabo por quienes no entienden la diferencia entre ser un propagandista y ser un funcionario público. Toca combatir los resortes autoritarios con las convicciones democráticas. Toca enfrentar a la 4a. Simplificación con el arma más poderosa: La verdad. Y el acto más revolucionario y transformador en estos tiempos es decirla.