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Golpe en Washington

Lo que vimos ayer en Washington nos demuestra que siempre habrá extremistas que busquen el poder por la vía electoral sólo para desmantelar la democracia.

"Cualquier sistema político construido sobre la lógica y la racionalidad estaba siempre en riesgo de una explosión de lo irracional",

Anne Applebaum.

No hay otra forma de describir lo sucedido ayer en Washington: Un intento de golpe de Estado por una turba incitada por el propio presidente, Donald Trump, quien después, con esa incompetencia tan característica de su mandato, trató torpemente de detener.

Miles de manifestantes se reunieron en la capital de los Estados Unidos este día de Reyes a petición de Trump, quien los alentó por la mañana al decirles: "No queremos ver que los envalentonados izquierdistas demócratas se roben nuestra victoria electoral". Los manifestantes rodearon el Capitolio, la sede del Congreso, y violentamente lo penetraron en un intento por impedir el voto de certificación del Congreso de los resultados de la elección presidencial.

En la tarde, un Trump al parecer asustado por su propio acto de sedición difundió por Twitter, sin recurrir a las cadenas de televisión que cubren la Casa Blanca, un mensaje grabado de un minuto en el que reiteró sus falsas acusaciones de fraude electoral, afirmando que ganó por "una avalancha", pero en el que pidió a sus seguidores "ir a casa en paz", "no queremos que nadie salga lastimado".

Siempre fue claro el talante antidemocrático, autoritario de Trump. Lo demostró desde que lanzó su candidatura. Por eso lo rechazó el establishment republicano a principios de 2016. Sin embargo, con el sistema de elecciones primarias que ahora es común en los partidos hegemónicos de Estados Unidos, la posibilidad de que un populista pueda ser postulado y ganar una elección, algo inviable cuando los candidatos eran seleccionados por los líderes del partido en "habitaciones llenas de humo", se ha hecho realidad.

En los últimos tiempos dominados por redes sociales hemos visto el surgimiento de numerosos movimientos autoritarios que muchas veces lindan con el fascismo, pero que llegan al poder por la vía electoral. Ha sido el caso de Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela, Víctor Orbán en Hungría, Recep Erdogan en Turquía y otros más. Donald Trump ha sido el más importante de todos, porque llegó a la presidencia no sólo de la mayor potencia económica y militar del mundo, sino de la democracia que más tiempo ha permanecido viva en la historia.

Steven Levitski y Daniel Ziblatt, de la Universidad Harvard, han señalado en su libro de 2018 How Democracies Die que, si bien estamos acostumbrados a las imágenes de golpes militares, desde hace décadas las democracias han muerto más bien con dictadores que asumen el poder por la fuerza del voto: "La caída de la democracia hoy empieza por las urnas. Los autócratas electos mantienen un barniz de democracia mientras evisceran su sustancia. La erosión de la democracia es, para muchos, casi imperceptible".

Trump llegó a la Casa Blanca por medios democráticos. Ni Hillary Clinton, quien contendió contra él en 2016 ni Barack Obama, quien ocupaba la presidencia, hicieron intento alguno por cuestionar la legalidad de su elección. Poco importaban sus posiciones extremistas o sus declaraciones de que sólo reconocería el resultado si ganaba.

Lo que vimos ayer en Washington nos demuestra que siempre habrá extremistas que busquen el poder por la vía electoral sólo para desmantelar la democracia. Anne Applebaum apunta en Twilight of Democracy, uno de los libros políticos más importantes de 2020: "Dadas las condiciones adecuadas, cualquier sociedad se puede volver en contra de la democracia. En efecto, si la historia nos dice algo, es que todas las sociedades lo harán tarde o temprano". Es triste, pero cierto.

CAB DESCANSO:

Frágil

"Nuestra nación, que siempre fue vista como una luz de democracia, está en una época oscura", afirmó ayer el presidente electo Joe Biden. Y añadió: "Este es un recordatorio de que la democracia es frágil".

Twitter: @SergioSarmiento

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