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El prestigio del migrante

Solemos ser empáticos con los migrantes que van de paso, pero no lo somos tanto -o lo somos nada- con los migrantes estacionados a la mitad del camino.

Números, detalles, responsabilidades, culpas y demás, son subtemas del triste suceso que acabó con la vida de varias decenas de migrantes a raíz del incendio del sitio de su cautiverio al anochecer el pasado lunes; otros tantos sufrieron lesiones que podrían marcar sus vidas para siempre. No tiene caso abundar aquí en los detalles del suceso pero considero que sí conviene revisar la reputación del migrante, concretamente en nuestro medio.

Éste y tantos otros sucesos ocurridos durante muchas de las migraciones contemporáneas nos apuntan que el trato que suele dársele a millones de migrantes no es, ya digamos el mejor y ni siquiera bueno, sino que más bien es una manifestación del bajo nivel de prestigio que se suele asignársele al migrante. Es una realidad que, de ordinario, el migrante ha dejado su tierra que le vio nacer y crecer para ir en busca de un destino más digno para su propia vida y la de los suyos, aunque todo esto le ocurre en medio de una gran incertidumbre, pues aunque sueña con mejores condiciones, con frecuencia encuentra sólo rechazo y amenazas de ser expulsado e incluso devuelto por la fuerza a su lugar de origen, donde se enfrentará con una realidad aún peor, pues a la ya previamente allí sufrida se añadirá la convicción del fracaso… quizá sufrirá el desprecio de sus paisanos y se percibirá a sí mismo como un perdedor por siempre.

Su condición al retornar suele ser peor que la condición que le obligó a salir; a su pobreza, desempleo y mal pronóstico se añadirán la desilusión y el desánimo. Su refugio natural serán quienes como él han tenido la misma suerte.

Solemos ser empáticos con los migrantes que van de paso, pero no lo somos tanto -o lo somos nada- con los migrantes estacionados a la mitad del camino. ¿Acaso no es verdad que a los migrantes que vemos atravesar nuestros territorios dejamos de verlos bien para verlos mal cuando prolongan su permanencia en nuestras ciudades? ¿Acaso los sentimientos originales de aprecio, afecto y empatía no se van transformando en rechazo y prisa nuestra para que continúen su camino? Esta actitud no es exclusiva de las autoridades, sino que en poco tiempo va surgiendo en el ciudadano común.

No se trata de desentenderse de cuestiones reales y prácticas como lo son la seguridad pública, la factibilidad de garantizar un estándar razonable de alimentación, alojamiento y atención sanitaria, tareas todas estas que requerirán armonía de esfuerzos e ingenio entre gobernantes y sociedad civil; pero para eso son las autoridades y los colectivos sociales y sobre estas tareas deben incidir estrategias de convencimiento para el apoyo y aceptación por parte de la sociedad civil.

La realidad es que convergen varios factores que golpean la aceptación del migrante: Por una parte, prevalece la idea de que la migración es generalmente el resultado de la descomposición social y gubernamental de los países que los exportan y entonces decimos “allá ellos”. Quizá así lo sea, pero mientras el migrante atraviesa nuestra tierra tenemos una responsabilidad para con ellos.

Por otro lado, está la reputación impuesta al migrante de que es peligroso, repulsivo y parasitario. Finalmente -y lo más grave- es la visión que tenemos de la categoría personal del migrante considerándola reducida y “menos digna” sin recordar que todos somos personas y que la dignidad fundamental de todos los seres humanos no radica en sus cualidades, educación, salud, limpieza, hábitos, trato, etcétera, sino en el mero hecho de ser personas y que por serlo tenemos todos la misma dignidad, y en términos de mayor trascendencia diremos que todos somos hijos de Dios e iguales a sus ojos. El papa Francisco incluyó en las letanías del rosario cristiano la de “consuelo de los migrantes” (“solacium migrantium”, en latín).

No cabe pues, tratar al migrante como una persona inferior; si tuviéramos esto en cuenta no pasarían las cosas que pasan.

Médico cardiólogo por la UNAM. Maestría en Bioética.

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