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Cómo tumbar a un dictador

La dictadura actuó como lo que es: Un brutal sistema que ahoga cualquier disidencia

A la dictadura en Cuba le salió todo mal. Creía que iba a ganar al militarizar la isla e impedir las protestas convocadas para el 15 de noviembre. En cambio, demostró al mundo su naturaleza represiva y antidemocrática. Echaron a andar la maquinaria mediática estatal para desprestigiar las marchas y a sus dirigentes, y conocidos líderes opositores fueron rodeados en sus hogares por las autoridades.

La dictadura actuó como lo que es: Un brutal sistema que ahoga cualquier disidencia.

Pero algo se ha roto en Cuba. El régimen ya no tiene el control ideológico ni emocional sobre su población. Actúa como quien obliga a su pareja a quedarse en un matrimonio infeliz. Los cubanos han perdido el miedo. Cuando eso ocurre, las dictaduras se ponen a la defensiva y en modo de sobrevivencia. Y pueden caer.

Los jóvenes que salieron a las calles son “los que no tenían nada que perder porque lo han perdido todo”, dijo en una entrevista la periodista Yoani Sánchez sobre las primeras marchas en la isla. En el medio que dirige, 14 y medio, explicó cómo se sentía el cambio: “Las calles cubanas, tan volcadas en la queja cotidiana, han comenzado a hablar de otra manera desde que el pasado 11 de julio una muchedumbre las recorriera al grito de libertad”.

Antes de la convocatoria a las nuevas protestas de noviembre, hablé con el artista y compositor Yotuel Romero, uno de los cantantes del himno de libertad “Patria y vida” -que acaba de ganar el Grammy Latino como la canción del año-. Su optimismo era desbordante. “Nada puede parar la fuerza del destino y la fuerza de la juventud cubana y la fuerza de los cubanos de buscar esa liberación”, dijo. “Soy muy optimista, creo en la fe y creo que estamos en el lado correcto”.

Y el lado correcto de la historia es el de la democracia y la libertad.

En América Latina tenemos tres dictadores: Miguel Díaz-Canel en Cuba, Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua. Y, tradicionalmente, los dictadores nunca dejan el poder por las buenas. Hay que sacarlos de ahí. No estoy a favor de ninguna invasión militar estadounidense ni de la violencia interna para hacerlo. Pero sí creo que los cubanos, los venezolanos y los nicaragüenses tienen el legítimo derecho de vivir en democracia y de buscar vías de quitar del poder a sus líderes autoritarios.

Nunca es fácil, pero se puede lograr.

Los chilenos sacaron al brutal general Augusto Pinochet del poder a través de un plebiscito en 1988, donde casi el 56% de los votantes dijeron “no” a una extensión de sus hasta entonces 15 años de régimen militar, en el que la muerte, las torturas y la tiranía dominaron Chile. A finales del año siguiente, se celebraron elecciones presidenciales, con las que comenzó la vida democrática chilena. Y en 1990 fui testigo de otro éxito ciudadano: A través de las urnas los nicaragüenses sacaron a los sandinistas del poder. Violeta Barrios de Chamorro le ganó en la elección presidencial a Daniel Ortega, quien intentaba reelegirse. Ortega volvió a la presidencia en 2007, y desde entonces no la ha abandonado.

Hoy Cristiana Chamorro, hija de Violeta Barrios y una de las principales figuras opositoras, continúa en arresto domiciliario. A pesar de que era una de las aspirantes presidenciales favoritas para vencer a Ortega, no se le permitió participar en los comicios del 7 de noviembre, convertidos en lo que se considera de manera generalizada una farsa electoral. Otros seis ex candidatos, además de otros críticos, también siguen detenidos.

“Sí es un dictador”, me dijo Cristiana Chamorro sobre Daniel Ortega en una entrevista en marzo, unas semanas antes de ser detenida. “Es un dictador represivo. Y se ha convertido en un dictador monstruoso. Porque aquí, en Nicaragua, hemos vivido unas cosas que no habíamos visto jamás, en décadas: Represión, tortura, cárcel”.

Venezuela también vive momentos muy difíciles. “El ilegítimo régimen autoritario de Nicolás Maduro ha usurpado el control sobre el poder ejecutivo, judicial, poderes civiles (que incluyen al fiscal general y a la Defensoría del Pueblo), los poderes electorales del Gobierno, y creó un organismo legislativo ilegítimo paralelo a la asamblea electa”, denunció el reporte de 2020 de violaciones a los derechos humanos del Departamento de Estado estadounidense. A pesar de ese escenario, la oposición -a veces dividida- sigue buscando maneras de terminar con la dictadura que comenzó con Hugo Chávez.

No hay fórmulas definitivas para derrocar a los dictadores. Pero líderes venezolanos, como el ex prisionero político Leopoldo López, han pedido garantías mínimas a la vía electoral. “Hay muchas condiciones para que una elección pueda ser libre, pueda ser justa y pueda ser verificable”, dijo López en Madrid Foro Empresarial en abril de este año. Enlistó cinco: Un cronograma electoral; un tribunal imparcial que funcione como árbitro electoral; que los partidos políticos sean legítimos (y no a favor del Gobierno); que se permita participar a todos (sin inhabilitar candidatos), y que haya observadores electorales internacionales.

Es casi imposible que Maduro y sus rufianes acepten estas condiciones. ¿La razón? Sin respaldo popular, perderían el poder y muchos podrían terminar juzgados en cortes internacionales. Y muchas veces se aferran al poder con ayuda de otros gobiernos, considera López. “La principal razón por la cual Maduro sigue en el poder es el hecho de que sigue recibiendo respaldo de poderosos países muy activos en promover la expansión del autoritarismo en todo el mundo”, dijo en el Oslo Freedom Forum. Citando a países como Irán y Rusia, López dijo que las dictaduras “se alimentan entre sí, se ayudan entre ellas, aprenden de sus propias lecciones y han aprendido a cómo reprimir las protestas en las calles”.

Así vemos muchas similitudes preocupantes en la represión de manifestantes en Cuba, Nicaragua y Venezuela. También Ortega inhabilitó y encarceló a candidatos presidenciales de la misma manera en que antes lo había hecho Maduro. Los represores se copian y parecen seguir un mismo manual de autoritarismos.

Es un manual que los opositores latinoamericanos han empezado a estudiar y han encontrado patrones y puntos débiles en los Estados represores. A pesar de la censura oficial en los medios de comunicación, nada puede bloquear totalmente un tuit o un mensaje en las redes sociales. Se puede interrumpir temporalmente Internet, pero siempre habrá rendijas digitales.

También los movimientos opositores en estos tres países tienen un punto en común que me llena de esperanza: Mantienen una naturaleza totalmente pacífica. En buena medida quieren el diálogo y no proponen matar a nadie. Se trata de acabar con la tiranía, impulsados por las artes y la cultura, por una canción como “Patria y vida” o por un poema de los artistas del movimiento San Isidro o el grupo Archipiélago. Yotuel Romero observaba en la entrevista que el mismo romanticismo que impulsó originalmente a la Revolución cubana ahora está del lado de los disidentes y opositores.

“Es el fin de la utopía”, me dijo desde Miami unos días antes del 15 de noviembre la escritora cubana Wendy Guerra. “Pero también es el fin de una revolución de seis décadas”, añadió. “Y para mí lo más importante no es la marcha física, sino la marcha mental, porque se rompió el nexo entre el Estado y el pueblo”. Y luego hizo una predicción osada: “Voy a volver a Cuba muy pronto, porque yo creo que en menos de dos años ya el pueblo tomó su lugar”.

El optimismo está hoy entre quienes luchan por la libertad y la democracia en Cuba, Nicaragua y Venezuela. Sus ideas y propuestas por el cambio me recuerdan a la campaña de “Chile, la alegría ya viene”, que derivó en la salida de Pinochet. En cambio, la represión y la podredumbre, en sus muchas manifestaciones, es el fétido olor que sale del club de los tiranos Díaz-Canel, Maduro y Ortega.

Al final, existe la esperanzada convicción de que los autoritarios van a perder. Por el momento, el estado de terror se ha resquebrajado. Los ciudadanos quieren libertad y hay optimismo porque, como se probó en Chile, hay muchas maneras de tumbar a un dictador. Y basta que una funcione.

Jorge Ramos, periodista ganador del Emmy, director de noticias de Univision Network. Ramos, nacido en México, es autor de nueve libros, el más reciente es “A Country for All: An Immigrant Manifesto”.

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