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María Corina, libre en Oslo

María Corina dijo en Noruega que piensa regresar a Venezuela. Y sus hijos lo saben.

Jorge  Ramos

Cuando nos despertamos, María Corina Machado aún no había llegado.

Era miércoles, el día de la entrega del premio Nobel de la Paz en Oslo, Noruega, y había un mar de especulaciones sobre dónde estaba la ganadora. En la isla de Curazao. En el mismo avión estadounidense que había repatriado a cientos de venezolanos. Ya en un avión privado rumbo a Europa. En un puntito en el Atlántico. Pero lo único cierto es que no estaba a tiempo para recibir su premio.

No entiendo la lógica del comité Nobel que se negó a posponer por 24 ó 48 horas la ceremonia de entrega del premio. ¿Por qué no? El estricto protocolo le ganó a esa condición tan humana de, a veces, no llegar a tiempo. Pero esa cerrazón nórdica dio lugar a una magnífica sorpresa latinoamericana. Ana Corina Sosa, de 34 años y la hija mayor de María Corina, leyó -con emoción, entereza y soltura- el discurso de aceptación de su madre: “He venido a contarles una historia, la historia de un pueblo y su larga marcha hacia la libertad. Esa marcha me trae hoy aquí, como una voz entre millones de venezolanos que se han levantado una vez más para reclamar el destino que siempre les ha pertenecido”.

Y en ese mismo discurso -en que Ana Corina demostró que ella ya forma parte de un nuevo y joven liderazgo venezolano que tanta falta hace para sacar adelante a su país- anunció la pronta llegada de su madre a Oslo: “Aunque ella no está aquí, yo debo decir que mi madre nunca rompe una promesa, y por lo cual les puedo decir con toda la alegría de mi corazón, que dentro de unas horas nosotros vamos a poder tenerla aquí con nosotros. Y espero por ese momento para besarla y abrazarla”.

Así fue.

Alrededor de las 2:30 de la madrugada del jueves -apenas horas después de la ceremonia de entrega del premio- María Corina apareció en un balcón del Grand Hotel en la capital noruega, mientras cientos de simpatizantes cantaban junto con ella el himno nacional de Venezuela. Y ella, que sabe identificar perfectamente esos momentos que se convierten en símbolo, bajó a la calle para abrazar a la gente que llevaba horas esperándola y tiritando de frío. La historia se estaba escribiendo ahí: María Corina había burlado, una vez más, las trampas de la dictadura, y su voz se escuchaba fuerte en todo el mundo.

Es un misterio, por ahora, el cómo salió María Corina de Venezuela (donde llevaba 16 meses en la clandestinidad). Sin embargo, el diario The Wall Street Journal, en exclusiva, reportó que salió de su refugio secreto en Caracas disfrazada con una peluca y dos acompañantes, viajó durante 10 horas por tierra hacia la costa evadiendo una decena de retenes militares, luego se subió a una lancha de pescadores y, finalmente, desde la isla de Curazao, tomó un avión hacia Europa.

Al llegar a Oslo, lo primero que hizo fue abrazar a sus tres hijos -Ana Corina, Ricardo y Enrique- al mismo tiempo, le contó luego a la prensa. Esa relación es, a la vez, su principal fuerza y vulnerabilidad.

“Yo tengo más de 11 años que no he podido salir de Venezuela y a mis hijos les tocó muy duro”, me dijo María Corina en una entrevista hace cinco meses. “Yo tuve que pedirles que se fueran. Pero yo entendí, como muchos otros venezolanos, padres y madres, que, si queríamos hacer bien nuestro trabajo para liberar a nuestro país y cumplir el mandato que hemos recibido de los venezolanos, teníamos que poner a nuestra familia a salvo porque era nuestro punto más vulnerable. Y han crecido con mucho miedo, a veces con frustración o con dolor, pero al mismo tiempo tengo que decirte que se han convertido en mi apoyo más importante. Ellos saben que yo hago esto por ellos y por todos los niños de Venezuela que son mis hijos también. Y yo tengo la absoluta convicción de que los vamos a traer de vuelta”, me dijo.

“¿Hace cuánto que no los ves?”, le pregunté. “Tengo año y medio que no los veo, Jorge”, me dijo. “Pero hablo con ellos todo el tiempo, y están encima de mí, y me regañan cuando se me escapa un error en mis redes sociales.”

María Corina dijo en Noruega que piensa regresar a Venezuela. Y sus hijos lo saben. Pero aquel fue el momento del reencuentro familiar y de la celebración por el premio Nobel. Mientras tanto, una veintena de buques de guerra de Estados Unidos esperaba frente a las costas de Venezuela. Nadie, en realidad, sabe qué era lo que iba a pasar.

“¿Tú estarías de acuerdo en una intervención militar de Estados Unidos en Venezuela?”, le pregunté por Zoom en el verano. “No es necesaria, Jorge”, me contestó, “y se lo hemos dicho claramente a la administración [de Trump]. No es necesario. Es decir, el régimen ha ido perdiendo todos los pilares de apoyo. … Y sí creo que lo que está ocurriendo internacionalmente configura una situación inédita, nunca vista para Maduro y su entorno”.

Se puede estar en contra de una invasión y, al mismo tiempo, apoyar la salida del dictador Maduro. Eso pienso. Todas las dictaduras se rompen, y la de Venezuela no será la excepción. Y cuando eso ocurra, habrá que agradecerle a una valiente e intrépida mujer que lo ha sacrificado todo -incluyendo años con su familia- para que millones de venezolanos puedan regresar a una tierra de libertad y democracia.

La batalla está declarada, María Corina regresará a Venezuela y seguirá luchando para terminar con la dictadura. Ya lo dijo su hija: “Mi madre nunca rompe sus promesas.”

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