¿Ultraderecha o victimismo?
El verdadero riesgo para el movimiento de la Cuarta Transformación no es la ultraderecha nacional e internacional, sino la eventual inconformidad entre la mayoría de los votantes...

El verdadero riesgo para el movimiento de la Cuarta Transformación no es la ultraderecha nacional e internacional, sino la eventual inconformidad entre la mayoría de los votantes sea por inseguridad, insatisfacciones económicas o una mezcla de ellas. No es Milei quien puso fin a los gobiernos populares de Argentina, sino los millones de personas que decidieron optar por él. Excéntricos e irresponsables han habido siempre; un Milei habría sido irrelevante hace 10 años. En 2015 la mayoría mantenía la esperanza en un Gobierno popular de izquierda, en 2025 dominaba la desesperanza.
Digo lo anterior porque veo con preocupación el tiempo e intensidad que dedican algunos colegas, simpatizantes de la 4T, a alertar sobre la fuerza de la ultraderecha internacional y nacional y la peligrosa estrategia que se ceba sobre el Gobierno de Claudia Sheinbaum. No pretendo minimizar este fenómeno. Es evidente que el fantasma del populismo de derecha, aupado en la era Trump, recorre Europa y ahora América Latina. El problema es que la excesiva atención a este punto, la ultraderecha, lleva a olvidar que el verdadero sujeto de la historia es el pueblo, los ciudadanos, los votantes, o como quiera llamárseles. Y peor.
En 2018 la oposición hizo justamente lo que ahora hace la izquierda. Asumió que el problema era Andrés Manuel López Obrador, en lugar de entender que 35 años de gobiernos en favor de los sectores prósperos pero minoritarios, habían provocado la inconformidad de las mayorías. Ellos fabricaron su propia oposición. Resultaba más fácil atribuir la pérdida del poder a la “perversidad y demagogia” del tabasqueño, que asumir su responsabilidad o la necesidad de cambiar. La izquierda, ahora en el poder, corre el riesgo de incurrir en lo mismo.
Tal actitud se conoce en sicología como externalización de la culpa o victimismo. Tendencia en las personas a atribuir sus problemas a factores externos, con lo cual evita la responsabilidad personal y le permite mantenerse en una zona de confort que le exime de tomar conciencia de sus errores y cambiar. Un comportamiento que describe puntualmente lo que la oposición ha estado haciendo los últimos ocho años. Si el apoyo popular del que goza la 4T es culpa de la demagogia y las dádivas del Gobierno (los cual supone que la mayoría de los mexicanos son tontos o vendidos), el PAN o el PRI no tienen necesidad de cambiar, mejorar la propuesta de cara a las mayorías o, al menos, lavarse el rostro. Basta exhibir la perversidad y lo dañino de las posiciones del adversario, en este caso, Morena.
El riesgo de que ahora se inviertan los papeles está a la vista. Atribuir toda marcha de protesta o una campaña de bloqueos carreteros a la acción de los intereses oscuros de la oposición, conlleva el peligro de dejar de ver los agravios y las fuentes de inconformidad que anidan entre los diversos actores sociales. Y habría que insistir, la caída de los gobiernos populares en América Latina, uno tras otro, tiene mucho menos que ver con la acción de la ultraderecha, aunque haya sido la beneficiada, que con la impaciencia y desencanto de las mayorías que votaron por ellos.
Por supuesto que la oposición tratará de montarse en cualquier expresión de malestar de parte de la población; eso sucede en cualquier lugar del mundo. Pero resulta muy peligroso, para un Gobierno sustentado en el apoyo popular, creer que toda expresión de malestar es producto de la manipulación de la derecha. El 70% o más de la población aprueba el desempeño de la presidenta Claudia Sheinbaum, sí; pero también son evidentes los pendientes de millones de mexicanos. No necesariamente son panistas los vecinos que interrumpen una calle por la desaparición de una de sus hijas; ni priistas todos los transportistas que bloquearon los caminos en demanda de seguridad. E incluso si algunas manifestaciones tuvieran un origen esencialmente político tampoco es algo perverso. Para empezar 40% de los mexicanos votaron por una opción diferente a Sheinbaum, y eso son muchos millones de personas. Que algunos de ellos salgan a la calle a mostrar su inconformidad con políticas públicas o acciones de los gobiernos de Morena, no tiene nada de sorprendente. En lugar de estigmatizarlas convendría mostrar a muchos de estos ciudadanos, con acciones y resultados, que el Gobierno está atacando los problemas que les preocupan.
Es cierto que resulta útil conocer las estrategias que sigue la derecha para socavar la imagen de la 4T. Exhibir el modo de operar de los asesores importados, expertos en guerra sucia mediática. Es interesante, también, documentar los enormes presupuestos dedicados a estas operaciones. Sin embargo, todo eso deja de ser útil, si deriva en el victimismo, en la externalización de la culpa. O, como dirían los clásicos, si se quita la vista del balón. No es en lo que hagan o dejen de hacer Ricardo Salinas Pliego o Claudio X. González donde estriba el potencial fracaso o éxito de la 4T. Dependerá, más bien, de su capacidad para afrontar su verdadero compromiso: Mejorar sustancialmente las condiciones de vida de las grandes mayorías. Eso significa, encontrar el financiamiento para ampliar sus políticas redistributivas y, sobre todo, activar la economía para generar los empleos que necesita la mitad de ese pueblo bueno que vive en la informalidad. Perderse en infiernillos, instalarse en el reproche, acusar a otros de la propia suerte, refugiarnos en la zona de confort respecto al verdadero reto, es el peligro de fondo. Peor aún, el victimismo anticipa el martirologio, una coartada para justificar un posible fracaso. Magnificar al adversario anticipa el resultado: Lo intentamos, pero ellos eran muy malos y poderosos.
Jorge Zepeda Patterson
@jorgezepedap
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