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Humor dominical

Katherine Broncetta -K. Broncetta- le dijo a una amiga suya, casada: “San Pedro envió una carta de felicitación a todas las esposas fieles”. La amiga se sorprendió: “¿De veras?”. Con simulado asombro le preguntó Broncetta: “¿Qué no la recibiste?”.

. Catón

La señorita Peripalda les preguntó a las niñas del catecismo: “¿A dónde van las niñas buenas?”. Rosilita levantó la mano: “Al Cielo”. “Muy bien -dijo la catequista-. Y las niñas malas ¿a dónde van?”. Respondió la chiquilla: “Entiendo que ésas van a todas partes”.

Don Sardanápalo, señor de vida disipada, les comentó anoche en el Bar Ahúnda a sus compañeros de parranda: “Mi hijo mayor no fuma, no bebe, no se desvela con amigos, no sale con chicas complacientes; es trabajador, honesto, responsable. Me pregunto si yo soy su verdadero padre”. (El muchacho no salió a él, igual que aquel otro que decía con atiplada voz: “Mi papá era muy macho, pero yo salí a mamá”).

Cierta señora tenía ideas modernas. Le aconsejó a su hija: “Si vas a tener sexo toma medidas”. “Ay, mami -replicó la chica-. En esos momentos quién se acuerda de llevar cinta de medir”. (Nota. No nada más se puede medir con cinta. Recordemos los versos del vate de Jerez: “Sólo estuve sereno como en un trampolín / para asaltar las nuevas cinturas de la Martas / y con dedos maniáticos de sastre medir cuartas / a un talle de caricias ideado por Merlín”. Cité de memoria, de modo que no sé si habré citado bien).

Katherine Broncetta -K. Broncetta- le dijo a una amiga suya, casada: “San Pedro envió una carta de felicitación a todas las esposas fieles”. La amiga se sorprendió: “¿De veras?”. Con simulado asombro le preguntó Broncetta: “¿Qué no la recibiste?”.

“Cuán sabia es la naturaleza -ponderó don Frustracio-. A mí se me acabó el deseo sexual, y al mismo tiempo a mi esposa se le desaparecieron esos dolores de cabeza que le daban todas las noches”.

La hermana mayor de Pepito se iba a casar ese día. Los días de boda son muy ajetreados, según se puede ver en dos películas que me gustan mucho: “El padre de la novia” (1950, con Spencer Tracy y Elizabeth Taylor, dirección de Vincente Minnelli) y “Nuestra gente” (“Our town”, 1940, con Martha Scott y un William Holden jovencísimo; dirección de Sam Wood y música, dicho sea de paso, de Aaron Copland). Advierto en este punto que me he dejado llevar por mis aficiones de cinéfilo, e interrumpí el relato que empecé. El día de la boda de su hermana Pepito molestaba de continuo a su ocupadísima mamá con una pregunta impertinente: “¿Qué le va a hacer hoy en la noche su novio a mi hermana?”. Harta de la insistencia del chiquillo la señora le dio un par de nalgadas en la única parte de la anatomía donde las nalgadas pueden darse, y le dijo: “Esto es lo que le va hacer su novio a tu hermana hoy en la noche”. De inmediato fue Pepito hacia la chica, la llevó aparte y le dijo: “Si no quieres llevarte una sorpresa, esta noche cuídate las pompas”.

Himenia, mujer célibe, declara tener 39 años. Y ha de ser cierto porque lo ha declarado perseverantemente desde 2015 hasta la fecha. Recibió en su tablet el mensaje de un sujeto que la invitaba a salir aquella noche. “Pero debo advertirle -decía el individuo- que soy maniático sexual: Onanista, sadomasoquista, bestialista, voyeurista, fetichista y exhibicionista”. “Saldré con usted -respondió la madura célibe-. Nadie es perfecto”.

En la casa de don Firolete había cajas de condones por todas partes: Sobre los sillones de la sala; en las mesas y sillas del comedor y la cocina; en los anaqueles y repisas. Los clósets y alacenas estaban llenos de cajas de condones; las había hasta en el piso. Explicaba don Firolete: “Padezco un tic que consiste en guiñar continuamente un ojo. Todos los días me duele la cabeza. Voy a la farmacia y le pido al encargado una caja de aspirinas. Me ve guiñar el ojo y me da una de condones”... FIN.

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