Triste realidad
Con moderada pena advierto que la presidenta Sheinbaum ha vuelto a mostrar vasallaje ante López Obrador.

Tendida sobre el lecho en la postura exacta de la Maja Desnuda de Goya, ella esperaba que su acompañante procediera a lo que debía proceder. El galán, sin embargo, vacilaba. Ella le preguntó, extrañada: “¿Qué te sucede, Dubio?”. Respondió él: “Anoche, al entrar a mi departamento, se me atoró la llave en la cerradura. Hoy en la mañana se me atoró la llave del coche, y lo mismo me sucedió al abrir la puerta de la oficina. Igualmente se me atoró la llave del cajón de mi escritorio. Tengo miedo de que aquí también algo se me atore”. Antes de comenzar el juego el manager del equipo de beisbol se sorprendió al ver a su pitcher con el brazo metido entre los promisorios muslos de una guapa aficionada. Explicó el lanzador: “Descubrí un nuevo modo de calentar el brazo”. En la habitación del hospital donde su esposa acababa de dar a luz el joven marido le preguntó al médico: “¿Cuándo podré hacerle nuevamente el amor a mi mujer?”. Con apurado acento ella le pidió al facultativo: “¡Dígale que por lo menos espere a que salga usted del cuarto!”. O se asustó o la asustaron. Con moderada pena advierto que la presidenta Sheinbaum ha vuelto a mostrar vasallaje ante López Obrador. Siempre he sido muy ingenuo, por no usar la palabra que con pe comienza. En el año 47 del pasado siglo hubo una lluvia de estrellas espectacular que pudo verse en mi ciudad. Nuestro padre nos llevó a mirarla desde la azotea de la casa del abuelo. Aquello era maravilloso; parecía una pirotecnia que hubiese encendido la bóveda celeste. Don Mariano y mis tíos rieron cuando a la vista de una estrella fugaz que atravesaba el cielo exclamé lleno de alarma: “¡Le va a pegar a la Catedral!”. Nada me han enseñado los años. Con esa misma ingenuidad pensé que la presidenta Sheinbaum empezaba a tomar distancia de su predecesor. Creí advertir que ya no usaba la frase “Cuarta Transformación”, pues con frecuencia decía solamente “la transformación”. Me esperanzó ver que dejaba atrás la aberrante política de “abrazos, no balazos”, y que dictaba medidas contra las diversas formas de delincuencia que camparon sin estorbos en el sexenio de AMLO. Pero qué triste realidad se me ha ofrecido -otro eco de José Alfredo-. En sus recientes giras la mandataria se ha dedicado a exaltar a López, a quien sigue llamando Presidente, y a denostar en el estilo de su antecesor a quienes señalan los múltiples errores que en su tiempo cometió el tabasqueño. Igualmente la señora insiste en recitar machaconas hipérboles fantásticas para consumo de acarreados, como ésa de que México es el país más democrático del mundo. Espero que el tal mundo no se haya cimbrado al escuchar tan mayúscula exageración. Por eso digo: O bien la Presidenta se asustó ante los riesgos que implicaban sus asomos de deslinde, o bien alguien le hizo una advertencia que la llevó a enmendar el rumbo. He aquí un indicio más de que la sombra del caudillo sigue pesando sobre el sexenio actual. La verdad es que, a diferencia del País, AMLO no se ha ido a La Chingada. Duras palabras estas últimas, escribidor. Atempéralas con el relato de algún lene chascarrillo final. Una señora se presentó en la consulta del doctor Duerf, siquiatra. Llevaba consigo a su hija, muchacha que caminaba en forma extraña, agitaba los brazos y cloqueaba quedamente. “Se cree gallina, doctor” -le explicó la madre al analista. “No soy especialista en aves -replicó el facultativo-, pero trataré de ayudarla. ¿Desde cuándo su hija se cree gallina?”. Le informo la señora: “Desde hace dos años”. “¿Y hasta ahora la trae?” -le reprochó el doctor. La mujer se justificó, apenada: “Es que necesitábamos los huevos”. FIN.
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