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Ensayo para el fin del mundo

Cuando pase, si es que pasa, los españoles ya saben cómo se va a sentir el fin del mundo.

Jorge  Ramos

Cuando pase, si es que pasa, los españoles ya saben cómo se va a sentir el fin del mundo. Cuando llegas a España es como aterrizar en un país de sobrevivientes. Todos tienen una historia de horror y de resiliencia sobre el apagón que dejó sin electricidad a toda la península ibérica y partes de Francia hace menos de un mes. Y como hoy nadie sabe exactamente qué fue lo que provocó el apagón, la terrible experiencia podría repetirse.

El apagón sorprendió a los más de 47 millones de españoles poco después del mediodía. En solo cinco segundos el mundo se desmoronó. Las certezas más básicas -que habría luz en un foco, que el celular funcionaría, que las calles se podrían transitar y que al final del día podrías regresar a casa- desaparecieron. Los actores suelen ensayar cómo cambia el mundo interior tras recibir una mala noticia en un telefonazo. Aquí fue todo un país, al mismo tiempo, aguantando el golpe, sin ensayo previo.

La taxista que me llevó cerca de la puerta de Alcalá me contó que el día del apagón tuvo que manejar más de 120 kilómetros hacia las afueras de la capital para encontrar gasolina. Fueron horas de tortura: los semáforos dejaron de funcionar, el tráfico colapsó y las calles se convirtieron en gigantescos estacionamientos. Sin electricidad, tiendas y restaurantes fueron obligados a cerrar, o sus aterrados empleados tuvieron que recordar sus clases de aritmética para calcular manualmente la suma de los productos y el porcentaje de los impuestos. Rápidamente se crearon enormes filas por compras de pánico, solo en efectivo. Me recordó a lo que hacemos cada año en Miami cuando nos enteramos de que viene un huracán.

Como nunca, el apagón demostró nuestra adicción a los celulares. Toda nuestra vida está ligada a esa pantallita brillante. Ya no memorizamos ni los teléfonos de nuestros familiares, ni las claves de la cuenta de cheques porque basta apretar un botón o mostrar la cara para que se abra automáticamente la aplicación. Pero no cuando se va la luz y el “güifi”, como cómicamente aquí le llaman a la conexión digital del wifi.

Antes del boom de los celulares en el año 2000, Madrid era una ciudad relativamente bien comunicada con cerca de 5 mil cabinas telefónicas, según recordó hace poco el diario El País. Durante el apagón, y conforme iban desapareciendo las rayitas de la batería en los móviles, ya no había a donde echar una moneda para que se conectaran con mamá, con el vecino, con el jefe o el dentista para que supieran que no iban a llegar. Por cierto, ese diario tenía un plan de emergencia -que los reporteros llamaban “meteorito” - y que les permitió cerrar heroicamente su edición del lunes 28 de abril e informar en tiempo real durante la tarde y la noche. El problema es que su audiencia se había ido a los radios de transistores y con pilas.

Luego que se restableciera el servicio eléctrico, la empresa Movistar, que tiene un buen olfato para las audiencias, empujó de nuevo entre sus suscriptores la serie de ficción “Apagón”. El primer episodio es alucinante y no le pide nada a los telediarios que durante días mostraron imágenes del caos que vivió el país. En este caso fue el arte adelantándose a la realidad. (Bad Bunny también tiene una canción llamada “El Apagón” sobre los sistemáticos e injustificables cortes de electricidad que sufren los puertorriqueños en la isla.)

Esto hay que decirlo: Las reacciones en España fueron estupendas. Lejos de tener disturbios y saqueos colectivos, como ha ocurrido en otras ciudades del mundo cuando se va la luz, los españoles aprovecharon esas horas de incertidumbre para celebrar la vida. Se reunieron en plazas para conversar y tomar cerveza, algunos de los que quedaron atrapados en los trenes de alta velocidad se pusieron a hacer coreografías de baile en medio del campo. Cuando regresó la electricidad, gritaron y se alegraron como cuando su selección de fútbol ganó la copa mundial en 2010.

Pero eso no evitó que se siguiera practicando el deporte nacional, que es criticar al gobierno en turno, sea el que sea. Casi el 60% de los encuestados -otra vez, por El País- cree que el gobierno no dio suficiente información durante el apagón. Sin embargo, en las varias alocuciones que vi, el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, siempre insistió en evitar especulaciones. Y esto le bajó intensidad a las redes que ya corrían con la versión no corroborada de que se trataba de un ciberataque.

El problema de fondo es que nadie sabe, a ciencia cierta, qué pasó. Algunos apuntan a fallas en el sistema de energías renovables. Pero mientras no sepamos cuáles fueron las verdaderas causas del apagón, el peligro de que se repita es enorme.

En esta era de desinformación y teorías de conspiración, estamos plagados de escenarios sobre el fin del mundo, uno más increíble que el otro. Pero al menos ya tenemos una idea mucho más realista de cómo comenzaría. Los españoles ya lo vivieron. Fue un ensayo para el fin del mundo.

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