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Humor dominical

En los caliginosos tiempos que vivimos la sonrisa que suscita un relato humorístico es valioso don.

. Catón

Esta es la historia de la escoba feliz. ¿Por qué era feliz? Porque tenía un novio recogedor. El anterior cuentecillo ilustra la portada del libro “Con permiso de Catón”, volumen dos, en el cual el gran caricaturista Heras (José Enrique Heras Guzmán) recoge e ilustra numerosas historietas de humor aparecidas en esta columna. Tanto éxito tuvo la primera entrega que ahora el talentoso dibujante da a la estampa una segunda. En los caliginosos tiempos que vivimos la sonrisa que suscita un relato humorístico es valioso don.

Heras puso a su libro este breve prefacio: “Armando Fuentes Aguirre, Catón, escribe lo mismo acerca de la historia de México que de abuelitos y abuelitas, y narra cuentos que ahora ilustro con su permiso. En ‘De política y cosas peores’ aparecen don Chinguetas, Susiflor y Pirulina, lo mismo que doña Panoplia de Altopedo, ya sea en el Ensalivadero, el Bar Ahúnda o el Motel Kamawa. Brindemos sus cuatro lectores por Catón. Larga vida para él”. Le agradezco a Heras ese buen deseo, que igualmente pido yo para él, y pongo aquí algunos de los cuentos que ilustró con estilo magistral.

El confesor le preguntó a Pirulina: “¿Conoces el pecado original?”. “No, señor cura. El que conozco bien es el pecado horizontal”. En la noche de bodas el joven Simpliciano le preguntó, severo, a su flamante desposada: “¿Soy el primer hombre con el que duermes?”. “Si nos dormimos, sí”.

Afrodisio Pitongo regresó a la mesa del Bar Ahúnda donde bebía con sus amigos. “Ya tengo el número de aquella rubia que está en la barra”. “¿Cuál es?”. “5 mil pesos”. Un ebrio se plantó en medio de la atestada cantina, y mostrando en alto un grueso fajo de billetes gritó con destemplada voz: “¡Traigo dinero para comprar a toda la bola de cabr… que están aquí!”. Se puso en pie un sujeto musculoso: “Yo no soy ningún cab…”. “Entonces a ti no te compro”.

Una adolescente le preguntó a su hermana mayor: “¿El cine puede enseñarte algo acerca del sexo?”. “Sí, a condición de que no te distraigas viendo la película”. El guardia del estacionamiento de la Cámara le dijo al visitante: “No deje ahí su coche. Van a venir los diputados”. “Eso no me preocupa. Tengo alarma y seguro contra robos”.

Un mozalbete majadero con tufos de playboy le comentó a otro de su misma laya: “Me gusta mucho Deslicia. Es guapa, simpática, agradable, elegante, inteligente, culta y adúltera”. Don Cucoldo estaba mohíno y apesadumbrado. Le contó a su esposa: “Al ir por la calle alguien me gritó desde una ventana: ‘¡Adiós, viejo cornudo!’”. Respondió ella: “Cómo es mentirosa la gente. No eres viejo”.

Decía una muchacha hablando de su novio: “No nos hemos casado porque tenemos una pequeña diferencia de opiniones. Yo me quiero casar en una ceremonia sencilla, y él no se quiere casar”. El marido llegó a su casa cuando no era esperado y sorprendió a su esposa en brazos y todo lo demás de un individuo. “¿Quién es ese hombre?”. “No sé. Pregúntale tú”.

Un recién casado hablaba de las virtudes de su mujercita: “Es muy rápida en la cocina. Prepara la comida en un abrir y cerrar de latas”. Nalgarina, vedette de carpa, le comentó a Tetonia, su compañera: “Mi nuevo novio me disgustó. En la segunda cita me pidió sexo”. “Lento ¿eh?”.

Se dolía un tipo: “Tuve muy mala suerte con mis dos esposas. La primera me abandonó para irse con otro hombre, y la segunda no”. Don Languidio, senescente caballero, le comunicó a su esposa: “Te tengo una buena noticia. Compré una de esas camas de agua que salen en las películas eróticas”. “Pues te diré -respondió ella-. Por la forma en que te he visto últimamente, de lo único que va a servir esa cama es de tinaco”.

FIN.

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