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Esposados

AMLO se colocó voluntariamente las esposas. Calderón las forjó, Peña Nieto intentó legalizarlas, y López Obrador aplaudió que se las pusieran.

Pobre López Obrador. El hombre que quiso ser rey pero acabó convertido en valet del poder verdadero. El Presidente que quiso liberarse de los poderes fácticos, pero acabó engullido por uno de su propia creación. El Ejército, la Sedena, la Marina, y anexas, han logrado imponerse por encima del Poder Ejecutivo y también van tras del Judicial. Ya controlan los aeropuertos y las aduanas y las carreteras y las grandes obras y las investigaciones sobre Ayotzinapa. Y ése será el legado más duradero del lopezobradorismo. Un país donde el poder civil acaba subordinado al poder militar, donde las candidatas presidenciales compiten en su punitivismo, donde el apoyo a la mano dura crece y el apoyo a la democracia disminuye. Hoy los militares son actores centrales del entramado estatal, y cualquiera que gobierne llegará maniatada.

AMLO se colocó voluntariamente las esposas. Calderón las forjó, Peña Nieto intentó legalizarlas, y López Obrador aplaudió que se las pusieran. Primero, porque quería tener a sus posibles enemigos cerca para así desactivar cualquier resistencia en su contra. Segundo, porque necesitaba construir obras de manera veloz y saltándose la normatividad, por lo que requería mano de obra que pudiera trabajar sin restricciones, y al margen de la Ley de Transparencia por cuestiones de “seguridad nacional”. Tercero, porque quería proteger su legado y la mejor manera de resguardarlo era poniéndolo en manos de los nuevos ganadores políticos/económicos del sexenio. Cuarto, porque aspiraba a una “Pax Amloísta” con el crimen organizado y ciertos cárteles, y ello exigía “abrazos, no balazos” repartidos de manera discrecional.

Mientras tanto, el problema que justificó su salida a las calles -la inseguridad desbordada- sigue escalando, porque los militares están demasiado ocupados perforando cenotes, mal administrando aeropuertos, exigiendo moches en la aduanas, y espiando a ciudadanos. Para eso se ha utilizado su disciplina, su lealtad, su supuesta incorruptibilidad. Actúan como un pilar del partido en turno, pero dejan desprotegida a la población. Actúan en función de sus propios intereses y con frecuencia se los imponen al Presidente. AMLO descalifica y manipula y chantajea a los padres de Ayotzinapa porque el Ejército así lo exige. AMLO ya le dio carpetazo a la investigación porque exhibía las redes de complicidad entre las fuerzas armadas, el narcotráfico, y el andamiaje policial del Estado. Ahora él es la víctima y quienes defienden a los 43 son los victimarios. Ahora él es el agraviado y ellos son los provocadores.

El Ejército ya es un “centro de veto”. Puede frenar toda investigación, toda legislación que atente controlarlo, toda propuesta de las candidatas presidenciales que intente mermar su poder. También puede proponer iniciativas que le provean protección a lo que sabe ilegal e inconstitucional. Ahí está la Ley de Ciberseguridad, que busca darle cobertura a lo que las fuerzas armadas ya hacen: Monitorear las redes para detectar a críticos, investigar sus lazos familiares y profesionales, atacarlos con bots, y cambiar la conversación en su favor dentro del mundo digital, como lo revela el reportaje de R3D. Ahí está la renuencia militar a entregar información exigida sobre Ayotzinapa por el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes. Ahí está el apoyo castrense a la reforma lopezobradorista para que los jueces, magistrados y ministros de la Suprema Corte sean electos, porque así se pueden evitar acciones de inconstitucionalidad, y la liberación de presuntos culpables por tortura y violaciones del debido proceso cometidos por la tropa. La élite del “pueblo uniformado” no quiere rendir cuentas -antes, ahora, nunca- al pueblo que debería servir.

Érase un país de verde olivo, explican los autores de un nuevo libro de lectura obligada. Érase la nueva realidad que ni Claudia Sheinbaum ni Xóchitl Gálvez ni la “izquierda transformadora” pueden o buscan encarar. La candidata del oficialismo quiere entregarle el control de la Guardia Nacional a la Sedena y la candidata de la oposición tímidamente ofrece “mando civil” a los que llevan todo el sexenio mandándose solos. Y una sociedad atemorizada aplaude la construcción de megacárceles o la continuidad de la prisión preventiva oficiosa o la militarización desbocada, mientras se pone de rodillas para que le esposen las manos detrás de la espalda.

Denise Dresser