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Astrolabio conciliador

Si el pimpón es hoy para todos ¿por qué los cielos y sus astros no lo serían hace 10 siglos?

En los años setenta del siglo pasado un juego de pimpón significó la reconciliación entre los Estados Unidos y China, naciones hasta entonces irreconciliables y fue así que este hecho gritó sin palabras un noble efecto colateral de un simple juego. Diez siglos antes un artefacto para observar los astros y precisar la hora se nos revela hoy como un instrumento conciliador entre musulmanes y judíos y fue así que este aparato gritó sin palabras un noble efecto colateral de la ciencia. Curioseando entre las páginas del diario británico “The Guardian” del pasado martes, encuentro un artículo sobre la ingeniosa observación de una joven historiadora de la Universidad de Cambridge, la doctora Federica Grande, quien buscando por Internet la imagen de un antiguo personaje italiano, casualmente y de reojo se encontró la fotografía de un extraño astrolabio ibero-islámico del siglo XI que se conserva en un museo de Verona, Italia, sitio que visitó semanas después descubriendo, para su sorpresa, que el mencionado instrumento astronómico tenía grabadas, además de inscripciones árabes, también grabados en hebreo, indicativos de que habría estado en manos de estudiosos árabes y judíos que convivieron lado a lado durante la época de dominio musulmán en la hoy Andalucía, España, infiriéndose que además de ser utensilio de estudio de judíos y árabes también lo fue de cristianos toda vez que el artilugio fue fabricado justamente en esa región ibérica; más adelante se determinó que habría estado también en el Norte de África, muy probablemente Marruecos, y que en el siglo XVII llegó a manos de un noble coleccionista italiano. A la identificación de interesantes detalles del instrumento contribuyó de manera decisiva que la doctora Grande es especialista en historia del arte islámico por lo que conoce la lengua árabe, pero también es conocedora del alfabeto hebreo, lo suficiente como para deducir que en el astrolabio los nombres árabes de los signos astrológicos fueron traducidos al hebreo. El desplazamiento de unos sitios a otros que el dispositivo tuvo en sus primeros tiempos se precisó al ubicar las regiones a las que correspondían las observaciones astronómicas grabadas con claridad suficiente cuya correlación con la geografía terrestre permitió precisar los puntos desde donde se efectuaron. Se ha deducido, incluso, que ese astrolabio llegó a ser propiedad de manos judías pues hay una dedicatoria grabada que dice “Para Isaac, la obra de Jonás”, que son nombres judíos y que el hecho de estar escritos en árabe no debe extrañar pues en aquel sitio y tiempo la lengua franca era el árabe, o sea, este idioma era el vehículo lingüístico de comunicación entre los hablantes de los diversos grupos étnicos que convivían en aquellas regiones de varios idiomas, en este caso el árabe, mozárabe, hebreo y el judeoespañol o ladino. Volviendo al texto de introducción creo que lo más destacable hoy para nosotros es cómo un adminículo científico manuable -que quizás podríamos entender hoy como un “gadget”- fue el vehículo para que, en este caso a partir del oficio científico y de navegación, hubiese comunicación efectiva, acercamiento, entendimiento y especialmente cooperación mutua entre dos o tres grandes comunidades que, si bien divididas en sus orígenes, en sus costumbres y en sus preferencias, pudiesen tener al menos un puente de ida y vuelta entre ellos que les permitiera que la pasión por el conocimiento y por el desarrollo humano pudiesen ser un buen principio de aceptación mutua como hace 50 años lo fue el pimpón. Si el pimpón es hoy para todos ¿por qué los cielos y sus astros no lo serían hace 10 siglos? No menos relevante es ver cómo el inesperado encuentro de una joven estudiosa con una simple imagen en Internet fue suficiente para enterarnos que mil años después un caduco y enigmático astrolabio revivió como una muestra de que el entendimiento entre las personas sí es posible. (Basta, desde luego, que se sean personas sensatas. Y claro que las hay.)

Jesús Canale

Médico cardiólogo por la UNAM.

Maestría en Bioética.