Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Tijuana / Testimonios Covid

'Soy afortunado porque lo estoy contando'

Habiendo vivido de cerca el drama de algunos de sus pacientes infectados, el médico Javier Esquivel Sánchez sabía hasta donde lo podía llevar la enfermedad al enterarse que se había contagiado.

Era domingo…pero no uno cualquiera, al menos no para mí: Javier Esquivel Sánchez. Era Día de las Madres y, ese 10 de Mayo de 2020, recibí el mejor regalo infinito de la vida: La vida misma.

Luego de seis días intubado en la Unidad de Cuidados Intensivos de la Cruz Roja, desperté. No sentía dolor, solo tenía sed e incomodidad en la boca. Como médico sabía dónde estaba y lo que me sucedía.

Y entre los muchos pensamientos que me abrumaban pensé: “Este es el mejor regalo que hoy le doy a mi esposa y mis hijos”... aún inconsciente recordé aquel día en que los vi por última vez sin tener la certeza de regresar, por lo que no puede guardar mis sentimientos expresados con las lágrimas.

Más allá de la vocación
Desde hace 25 años soy médico general, egresado de la UABC y nunca había tenido miedo a infectarme. Resistí a la influenza e incluso mis pacientes infectocontagiosos jamás representaron un temor, sin embargo, esto era diferente.

China registraba sus primeros casos de una nueva pandemia que se avecinaba. Como profesional de la salud, en el sector privado, comencé a prepararme: seminarios, artículos, documentos y comunicación con otros colegas y la industria farmacéutica fueron parte de la bibliografía necesaria para entender al SARSCov-2. Sabía que pronto tendría que estar en la batalla y así fue.

Cuando inició la cuarentena decidí tomarme unos días de descanso, hice una pausa para digerir todo lo que estaba sucediendo y analizar tanta información, esto estaba muy cerca y más por vivir en una ciudad fronteriza muy transitada, colindante con California, uno de los estados más contagiados de Estados Unidos.

Durante esos días me preparé, compré todo mi equipo de protección, me abastecí de material desinfectante, implementé protocolos y preparé al personal que me apoya, regresé a trabajar con todo listo. Nada hacía advertir el peligro.

Desafortunadamente el virus me alcanzó más rápido de lo que yo imaginé y para finales de Abril ya estaba contagiado, apareció “disfrazado” de una infección estomacal y un excesivo agotamiento; era tan reciente esta enfermedad que no creí tener SARS-Cov-2, hasta que mi esposa insistió en hacerme la prueba.

Y la batalla comenzó.

Pasé una semana en casa, atendido por dos excelentes colegas el Dr. Pedro Betancourt y Dr. Carlos Aguayo ambos del Hospital Sonora, mi esposa Karla y mi hijo mayor Sebastián, pero mi estado de salud empeoró y tuvieron que trasladarse a un hospital para recibir otro tipo de tratamiento, bastaron 3 días para registrar insuficiencia respiratoria. Finalmente me trasladaron a la Unidad de Cuidados Intensivos de la Cruz Roja.

A las 12:00 horas del día del 5 de mayo, recibí la llamada de mi esposa: “Javier, tengo que trasladarte a otro hospital para que recibas una mejor atención, no mejoras y lo sabes”, a lo que respondí: “Está bien mi vida, yo sé que estás haciendo lo mejor para mí ”.

En ese momento mi esposa tenía 4 días con los primeros síntomas del virus y yo no lo sabía, prefirió no decirme nada para no asustarme más, afortunadamente ella fue una paciente con síntomas leves.

Cuando ingresé a la Cruz Roja lo primero que vi de lejos fue a mi esposa que me gritó: “Vas a estar bien y vas a regresar”, sólo levanté mi mano y asenté que la escuchaba. Iba en una camilla cubierta de plástico, así como se ve en la televisión, situación en la cual nunca imaginé verme.

Sabía que el siguiente paso era la intubación, eso significaba que podía morir, que al sedarme y cerrar mis ojos, estaba en las manos de Dios y los médicos. “No me despedí de mi esposa, de mis hijos, de mis hermanos, sobrinos, mis amigos, mis pacientes, de nadie”, pensé.

Algunas noches no dormí de temor, de zozobra, de fiebre, dolor de huesos y de pensar que terminaría en un hospital intubado. Conocía y sabía de cada etapa de esta enfermedad.

En esos días de enfermedad e incertidumbre, muchas veces me pregunté: ¿Dónde me había infectado?, ¿Quién de todas las personas que atendí tenía el virus y no me percaté? ¿Por qué no tome más precauciones?, mi cabeza daba vueltas sabía todo lo que implicaba estar contagiado.

En los días que me infecté atendía hasta 18 pacientes diarios que llegaban con el mismo cuadro, dolor de pecho, huesos, cabeza, ardor de garganta con pérdida del olfato y gusto, fiebre, algunos con condición leve, otros con síntomas más fuertes.

Desde muy temprana hora sonaba mi celular, eran personas que buscaban una consulta, llamaban para pidiendo espacio, atiborraban con mensajes y las jornadas de trabajo eran de hasta 12 horas diarias, seis días a la semana.

Inevitable intubación
Llegó el momento y los médicos no podían esperar más, tenían que intubarme, a lo que me negué durante 12 horas, pensé “voy a morir”, y unos minutos antes del procedimiento sólo escuché al anestesiólogo que me dijo: “Piense en algo bonito antes de cerrar sus ojos”.

Días después al abrir mis ojos de nuevo aquel domingo 10 de mayo, sólo recordaba las palabras del colega. Conforme pasaron la horas empezó el dolor, la inquietud y ansiedad, duré dos días intubado despierto viendo los aparatos, camillas, enfermos; escuchaba los diagnósticos del resto de los pacientes y más me asustaba, lo único que quería era levantarme e ir a casa, hablar con mi esposa e hijos.

Así permanecí siete días más en la benemérita institución, esa institución que me salvó la vida, donde su excelente equipo de médicos y enfermeros, nunca me soltaron y a quienes estoy sumamente agradecido por devolverme la salud.

Te das cuenta que estas bien gracias al esfuerzo de gente que trabaja como tú, que arriesgan todo, y quiero agradecer enormemente al Dr. Jorge Astiazarán y al Dr. Iván Gómez, de la Cruz Roja por su gran labor y acertadas atenciones.

Sé que hoy miles de colegas, enfermeros, personal de apoyo del sector salud público y privado hacen su mejor esfuerzo, respondiendo a más del 100%, entregando la vida misma por salvar otras. Mi admiración y respeto para ellos.

Soy afortunado, porque lo estoy contando, por muchos meses me guardé todo lo vivido, hoy me atrevo a compartirlo buscando hacer conciencia en la gente que ve muy lejos esta enfermedad de su hogar y familia, sobre todo las personas que salen de casa sin necesidad, sin protección, realizado acciones indebidas propagando este virus mortal.

Los médicos arriesgamos no sólo la vida, sino también nuestra familia, en mi caso solo mi esposa enfermó al cuidarme. Pero nuestros hijos padecieron la enfermedad con gran angustia y afectaciones emocionales. Quedan muchas secuelas físicas, emocionales y económicas que nadie puede imaginar.

Yo sólo puedo decir gracias a Dios, a la vida y a quienes me apoyaron en todo momento.

A todos los que leen estas palabras les pido seguir las indicaciones de las autoridades de salud, quedarse en casa, guardar distanciamiento social, aseo constante de manos, usar cubrebocas, antibacterial, no acudir a reuniones de ningún tipo y al primer síntoma acudir a un médico para revisión.

Muchos amigos y colegas de profesión han perdido la batalla ante este virus, quedando en sus familias y el sector médico un gran vacío.

Aún falta mucho tiempo para que esta enfermedad sea controlada y todos debemos contribuir a ello, todos somos corresponsables, pensando en el prójimo.

La vacuna ha llegado, pero esto es el principio y no debemos bajar la guardia, como seres humanos tenemos la capacidad de vencer los obstáculos que se nos han presentado hoy, pero solo lo lograremos juntos.

En esta nota