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Ulises Irigoyen: el profeta de la frontera y el desierto

En 1948, cuando se inauguró el ferrocarril Sonora-Baja California, a Ulises Irigoyen, uno de sus promotores, ya no le tocaría verlo, pues había muerto cuatro años antes, a la edad de 50 años.

En 1948, cuando se inauguró el ferrocarril Sonora-Baja California, a Ulises Irigoyen, uno de sus promotores, ya no le tocaría verlo, pues había muerto cuatro años antes, a la edad de 50 años. Como lo indica el periodista Joel Abraham Amparán: “Irigoyen nació en Satevó el 2 de enero de 1894. Salió de la sierra chihuahuense para iniciar sus estudios en el Colegio Palmore de la ciudad capital del mismo estado, luego completó su educación como contador en Estados Unidos. Sus padres fueron juaristas y lerdistas. Ulises heredó la ideología anti porfirista y fue simpatizante de Venustiano Carranza, por lo cual tomó parte activa en el constitucionalismo. Entre los cargos públicos que ocupó están el de jefe de aduana, secretario de la Cámara de Comercio (estos dos en Ciudad Juárez), oficial mayor de Hacienda y director de Ferrocarriles, Tránsito y Tarifas.”

Según el historiador Adalberto Walther Meade, Irigoyen era un hombre entusiasta, que no se arredraba ante las dificultades y que era inteligente y práctico: pertenecía a los innovadores que utilizaban sus ideas para romper prejuicios y para avanzar como sociedad. Como Amparán lo señala, “una prueba de ello es su insistencia en el perímetro libre, acuerdo comercial que rindió frutos en Tijuana, Ensenada, Mexicali, Tecate y San Luis Río Colorado. Irigoyen también impulsó de manera importante la obra ferrocarrilera, con beneficios para Sonora y Baja California e incursiones notables en la sierra Tarahumara. Además de los textos que atañen a las funciones que desempeñó, Ulises Irigoyen se dio tiempo para dejar registro escrito de aspectos cotidianos, episodios biográficos y anécdotas de lo que vio y vivió en México, Estados Unidos y Europa. Su estilo no era de lo más limpio, pues luego de escribir nunca volvía a las hojas para pulir sus palabras. No obstante, se le considera un precursor de la literatura en la frontera.”

Hay que precisar aquí que Irigoyen fue gerente de los Ferrocarriles Nacionales de México y oficial mayor de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. En los años treinta del siglo XX fue autor de la monografía El problema económico de las fronteras mexicanas; tres monografías: zona libre, puertos libres y perímetros libres. Entre 1943 y 1945, después de su recorrido peninsular junto con el economista Moisés

T. de la Peña, Ulises y su acompañante publicaron en dos tomos su obra magna: Carretera transpeninsular de la Baja California. Irigoyen alcanzó a ver el primer tomo, pero al morir prematuramente en 1944, no pudo tener en sus manos el segundo. En todo caso, este libro es monumental: con alrededor de 1,200 páginas, una buena parte dedicadas a relatar los aspectos del momento y dándoles un contexto histórico para que pueda apreciarse mejor la situación en que vivían los bajacalifornianos en plena Segunda Guerra Mundial.

Carretera transpeninsular de la Baja California, el informe más completo de la península, no fue un instrumento publicitario para el turista extranjero o un manual para hacer negocios en México, sino que fue un estudio a profundidad para llevar a cabo políticas federales que requería esta región del país, entre ellas la creación de una carretera transpeninsular que, presentada por Irigoyen y de la Peña en 1943, sólo treinta años después, en el sexenio del presidente Luis Echeverría, sería construida e inaugurada.

Carretera transpeninsular es un repaso metódico que, por nacer de dos observadores con sus propias opiniones, terminó por escribirse como la síntesis de un diálogo fructífero sobre lo que veían en su recorrido y las lecciones que de tal experiencia sacaban, sin que falte en sus páginas la crítica sobre otros historiadores, como cuando se habla de la obra del jesuita Juan Jacobo Baegert, de quien don Ulises dice que, para leerlo, se necesitaba dejar de lado “el pesimismo que campea en la obra del misionero teutón y sin hacer caso tampoco del orgullo y la soberbia que palpitaba en los trazos de su pluma”, ya que, más allá de sus exageraciones, “la propia naturaleza y el ingenio de los hombres lo han venido a desmentir.” En cambio, de Carretera transpeninsular, pocos desmentidos ha habido desde su publicación hasta hoy en día. Obra donde la historia y la ciencia se apoyan mutuamente, donde el interés por Baja California no ciega a sus autores para contemplar con claridad tanto los tesoros naturales y culturales que contiene como las dolencias sociales que carga consigo.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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