SMOG
En mi juventud, en los años sesenta solíamos regresar la visita a la ciudad de Los Ángeles, California, que nos hacía dos o tres veces al año la familia Valencia Gastélum. Amigos de la infancia con quienes compartíamos aventuras de exploración, caza y pesca, pasiones que predominan hasta ahora.
En mi juventud, en los años sesenta solíamos regresar la visita a la ciudad de Los Ángeles, California, que nos hacía dos o tres veces al año la familia Valencia Gastélum. Amigos de la infancia con quienes compartíamos aventuras de exploración, caza y pesca, pasiones que predominan hasta ahora. Entonces conocí el SMOG, que entonces era, y es, sinónimo de veneno, pero en esta mi ciudad natal, no se conocía (aún). En español es válido escribir ESMOG, que deriva del inglés ya mencionado y este a su vez está formado por dos palabras: “smoke” (humo) y “fog” (niebla). Entonces ya había leído noticias de esa calamidad en ciudades europeas pero era una novedad en América.
En Internet usted, ecológico lector, puede encontrar esta definición: “Nube baja formada de dióxido de carbono, hollines, humos y polvo en suspensión que se forma sobre las grandes ciudades o núcleos industriales”. También: “El ozono, en capas bajas de la atmósfera, es un gas contaminante muy perjudicial que incrementa el smog y el efecto invernadero”. Y recuerdo aquella canción “A foggy day in London town”, del genio de George e Ira Gershwin, que evoca un ambiente romántico, no de muerte como el que potencialmente tiene el SMOG.
Y si aquel nos remite a la capital inglesa, este, “A smoggy morning in Mexicali town”, creación propia, alude a la seria amenaza a nuestra salud que ya estamos viviendo los mexicalenses. El martes pasado visitamos la falda de la Sierra Cucapá, en la cañada de remata en la famosa tinaja del mismo nombre, que en otros años he retratado con agua y publicado en artículos y como capítulo del libro Cultura del Paisaje, UABC. 2013. Cuando se vive bajo el esmog, no puede apreciarse su dimensión física. Pero desde los 300 metros sobre el nivel del mar se ve esa nube extensa, que cubre a toda la ciudad y periferia, con un grosor de cientos de metros, al menos ese día 28 de febrero de 2020.
Sobra decir que regresé tosiendo, con la garganta y nariz irritados. ¿A cuántos cachanillas y visitantes les habrá sucedido los mismo? Y solamente podemos culparnos a nosotros mismos que contribuimos y permitimos a provocar esta emergencia atmosférica producto de nuestra cultura de no afinar los motores de los carros, quemar basura y sobre todo, comer tacos en asaderos. El nuevo Ayuntamiento demostró que con mano firme se tronaron menos cohetes durante las fiestas de diciembre y hubo menos fogatas urbanas, mejorando nuestra atmósfera estos días…¿pero el resto del año?
Ya se califica como “el terror de los asaderos” a la campaña emprendida por La Dirección de Protección al Ambiente, negocios de los que más aportan a formar el esmog. No se trata de acabar con la tradición cachanilla de comer tacos, sino que sus emisiones cuenten con los filtros apropiados para minimizar los contaminantes que lanzan al aire. Desde luego, el autotransporte notoriamente aporta sus humos también. El esmog es democrático, nos pega a todos por igual.
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