Raúl López Hidalgo: narrador a redescubrir
Hay que redescubrir la narrativa de Raúl López Hidalgo (San Martín de Texmelucan, Puebla, 1932-Tijuana, 1997).
Hay que redescubrir la narrativa de Raúl López Hidalgo (San Martín de Texmelucan, Puebla, 1932-Tijuana, 1997). Don Raúl era médico de profesión, egresado del Instituto Politécnico Nacional, con especialidad en radiología. Llegó a Tijuana en 1970 y fue uno de los fundadores de la Escuela de Medicina de la UABC en esta ciudad fronteriza. Fue presidente, de 1990 a 1997, de la Sociedad de Escritores de México en Tijuana, donde impulsó a muchos jóvenes narradores, como fue el caso de Regina Swain. Polemista nato, participó con renovado entusiasmo en los debates de la última década del siglo XX sobre políticas culturales y espacios públicos para las artes. Condujo talleres de creación literaria para adultos y niños en el recién fundado Instituto de Cultura de Baja California. ganó el Premio Estatal de Literatura en 1990, en la categoría de novela, con El juego de un mito, libro que se publicó en 1991, y de nuevo volvió a ganarlo en novela en 1992 con Aves amaestradas, libro publicado en 1993.
Raúl López Hidalgo fue un activo participante de las revistas literarias y suplementos culturales de su época, desde Esquina baja a Voces y reflejos, pasando por Trazadura, Mosaico, Inventario, Identidad y Tierra adentro. También participó en los diversos encuentros de escritores de la entidad, siendo uno de los miembros de la nueva literatura bajacaliforniana, a la que lo unía el deseo de ampliar los espacios de la creación literaria y el deseo de no quedarse atrás a pesar de las diferencias de edad que tenía con sus compañeros escritores. Como había dicho José Manuel DiBella, don Raúl no perdió la oportunidad de ponerse al día, de descubrir nuevos horizontes de lecturas y escrituras para decir lo que pensaba. En un fragmento de su novela Aves amaestradas (1993), que primero fue llamada Juan el sordomudo y publicada en la revista Trazadura (septiembre 1992), vemos la evolución de su obra narrativa, que utiliza una partida de ajedrez entre Servín, un profesor y antiguo militante comunista, y el párroco del pueblo, como eje para presentar la vida de una población del sur del país, incluyendo el carácter de muchos de sus habitantes y las ideas y prejuicios en circulación al filo de 1968 y con una visión que no rehúye el acercamiento psicológico de sus personajes, con lo que la vida nacional, que parece tan lejana, acaba haciéndose presente y termina por implosionar en aquella población sumida aún en tiempos y costumbres por demás anacrónicos.
De rostro melancólico, de actitud retraída, excepto cuando defendía sus verdades, el doctor Raúl López Hidalgo era radiólogo metido a escritor, hombre de ciencia en busca de verdades elusivas. Y su obra algo tenía de su profesión médica: era como una placa de rayos X de la condición humana. A López Hidalgo le gustaba quejarse del mundo y luego volcaba su visión crítica en sus cuentos y novelas, en su insobornable activismo cultural. Lo llegué a ver, con toda su familia, disfrutando del horizonte marino en Sea Port, en la costa californiana, con un vaso de café en la mano, feliz de la vida. Su narrativa sigue siendo un tesoro escondido en el cofre de nuestra memoria literaria. Una novela inconclusa desde el vendaval del abismo que entre todos creamos y damos forma. Y aun así, su narrativa es una visión clara de un mundo en cambio, de una nación que se adelanta a sí misma para no seguir haciendo lo mismo, pensando lo mismo.
Don Raúl siempre hizo causa común con los escritores bajacalifornianos más jóvenes que él, pero pocos de estos le dieron el lugar que merecía como un narrador altamente creativo. Tal vez porque muchos de sus trabajos no se ubican en Baja California ni tienen temática fronteriza. Pero el valor de su obra es incuestionable: estamos ante un autor que sabe tomar el pulso al mundo y darnos tramas bien amarradas, relatos bien ceñidos. Aun ahora, cuando hay una polémica literaria en nuestro medio, cuando se discuten atribuciones artísticas de toda índole, siempre me preguntó qué diría de esto el doc, qué ocurrencias serían las suyas, qué inquisiciones pondría sobre el tablero de ajedrez de un tiempo como el nuestro, donde ya no hay reglas de ninguna especie y todas las piezas se mueven bajo la voracidad de los juegos propios, de los mitos ajenos.
Sigue nuestro canal de WhatsApp
Recibe las noticias más importantes del día. Da click aquí