Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna Tijuana

¡Que viva México! / Araña Sagrada

DIR. LUIS ESTRADA / ALI ABBASI

Aproximadamente cada sexenio, Luis Estrada vuelve a la pantalla, con una película que retrata la realidad en turno del país. No es sorpresa que con el tiempo se han ido haciendo más acidas y cruentas sus representaciones (tal como la situación nacional), hasta el grado que, como en el caso de La dictadura perfecta (2014), llegan a revolver el estómago debido al grado de podredumbre que plasman, y nuestra impotencia ante ello.

Con ¡Que Viva México!, Estrada cambia de registro, aunque no de temática, nuestro país, tristemente, es fuente inagotable. Iniciando con un prólogo salido del mejor Buñuel, en que el protagonista Pancho Reyes (Alfonso Herrera) se encuentra atrapado en una pesadilla del discreto encanto fifí, en que la clase alta goza de su riqueza y se regodea con el clero, mientras que la “resentida” clase baja hace justicia por propia mano.

Así, Estrada establece claramente que se trata de una farsa buñueliana, con toques de spaghetti western, claras referencias a Sam Peckinpah y obviamente a Sergio Leone (incluyendo la duración de tres horas). Es la obra épica del director, incluso, el título, bien pudo haber sido, Erase una vez en México, si no hubiese sido desperdiciado inútilmente por Robert Rodríguez. Se trata de un retrato fiel del país, del cual no se escapa nadie.

Los whitexicans arribistas, los wannabe burgueses cretinos, la clase media cangreja, y la clase baja dispuesta a hacer todo lo que sea posible para salir del hoyo. Un chiste recurrente que consiste en el uso de mariachis, que constantemente, salen aparentemente de la nada, para calmar cualquier conflicto, es una clara referencia al tóxico cine de charros que nos educó como país, y que con la trompeta de sus mariachis invisibles, lavaba y justificaba todo tipo de abusos, machismo y misoginia en que los protagonistas incurrieran. Ese lavado de cerebro infectó a generaciones de mexicanos y desafortunadamente, el daño perdura.

La cinta de Estrada, como es usual, es de excelente manufactura, muy lejos de las comedietas de chaparros y derbeces del cine nacional. Las actuaciones, en su mayoría, de primer nivel, Damián Alcázar es tesoro nacional, Joaquín Cosío garantía, Alfonso Herrera sorprende, e incluso Ana de la Reguera (usualmente mediocre a pesar de su belleza) encuentra un nicho perfecto en la farsa.

Lo que logra Estrada es presentar la tragedia de México y el mexicano de una forma digerible, pero no menos clara, con referencias honestas a los grandes del cine (Fellini, Godard, Buñuel, Leone) sin nada de la pretención (de Iñárritú en Bardo). No se salvan ni los prianistas fifís, y a pesar de Alcázar, ni los pejezombies. ¡Que Viva México! es una de las primeras grandes películas del año y obra obligatoria para todo mexicano. En un tono diametralmente opuesto, finalmente llega a nuestro país (después de un año de su estreno y nominación en Cannes) Araña Sagrada de Ali Abbasi.

Lo que vincula a estas dos cintas aparentemente disimiles es un hilo cultural compartido. Araña Sagrada está basada en la historia real de Saeed Hanaei, asesino serial iraní, quien mató a dieciséis mujeres en Teheran entre el 2000 y el 2001. Saeed era un albañil, casado y con tres hijos. Una vez aprendido, justificó los asesinatos como una cruzada religiosa, en la que limpiaba las calles de la prostitución. Lo insólito del caso es que el asesino se convirtió en un ídolo del pueblo, un héroe por el cual clamar justicia e incluso, para algunos, emular.

En la cinta, Abbasi retrata crudamente la metodología de Saeed, desde como recogía a las víctimas en la calle con su motocicleta, hasta que las llevaba a su casa y las estrangulaba con sus propios velos, mientras su esposa y sus hijos estaban fuera de casa. Deshaciéndose después de los cuerpos en terrenos baldíos. Mehdi Bajestani, interpreta a Saeed con intensidad traumática, expresando la inmensidad turbia de su mente. La sociedad Iraní que retrata Abbasi es una en la que reina la corrupción, el machismo, la misoginia y el fanatismo religioso, donde la ignorancia es la madre de todos ellos. Un lugar, trágicamente, demasiado similar al país en que vivimos.

En esta nota