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Para escribir, leer el mundo

Me hice escritor a partir de ciertos acontecimientos de mi vida que me marcaron para siempre: cuando mi madre me enseñó, a mis cuatro años de edad, a leer y descubrí en los libros un mundo nuevo... 

Me hice escritor a partir de ciertos acontecimientos de mi vida que me marcaron para siempre: cuando mi madre me enseñó, a mis cuatro años de edad, a leer y descubrí en los libros un mundo nuevo, un horizonte por explorar. Cuando escribí mi primera novela (de 5 páginas) sobre vikingos a los ocho años de edad. Cuando gané en la preparatoria mi primer concurso de poesía. Cuando dejé mi consultorio médico y decidí dedicarme a ser escritor/editor universitario. Lo hice por propio impulso, sin pensarlo dos veces. Lo hice con los ojos bien abiertos, sabiendo qué destino quería para mí, qué llamado literario era el mío. Por eso sigo leyendo los libros que me interesan, los que me ayudan a abrirme paso en el mundo para comprenderlo mejor en sus realidades y ficciones. Por eso pongo aquí algunos de los títulos que recientemente han llamado mi atención y que espero, al compartirlo con los lectores, sirvan para recordarnos que no estamos solos en este viaje que entre todos llevamos a cabo.

Hay editoriales especializadas en libros de arte: Rizzoli, Flammarion, Taschen y Phaidon. De esta última es el libro 500 Self Portraits (2018), que es una travesía por los autorretratos de centenares de artistas del mundo, desde la antigüedad hasta nuestros días. Cada creador muestra lo que quiere que veamos de él o de ella en sus pinturas, dibujos, esculturas o fotografías: un dandi, un dotado por la naturaleza, un ser común, un monstruo, un misterio ambulante. Pero de los 500 autorretratos, aunque hay obras impactantes en lo visual y en lo conceptual, el que me dejó perplejo fue el de Zinaida Serebriakova (1884-1967), hecho en 1909, donde esta pintora rusa está viéndose en el espejo de su recámara y parece una muchacha actual, a la que sólo le falta su teléfono celular a mano, para pensar que estamos ante un retrato de una persona de nuestra época. Y es que su pintura nos hace ver a una chica (a sus 25 años) tan desparpajada, tan libre, tan vital, en comparación con otras pintoras de su tiempo, como la británica Gwen John, la portuguesa Aurélia de Sousa o la finlandesa Helene Schjerfbeck, todas tan serias, tan severas en su porte, tan incapaces de romper un plato. Una revelación como pocas, la de Zinaida: una chica moderna que, desde hace 110 años, sigue sosteniéndonos la mirada con absoluto descaro, con impecable confianza en sí misma. Una artista, esta rusa, que sabe lo que quiere: que le prestemos atención, que no despeguemos nuestros ojos de ella. ¿Qué hay más contemporáneo que eso?

Midnight in Chernobyl (2019), de Adam Higginbotham, cuenta la historia del mayor accidente nuclear en una central atómica, como fue la explosión del reactor 4 en Chernobil, en la antigua Unión Soviética, en abril de 1986. La ceguera burocrática, la corrupción de un sistema donde los errores no eran reconocidos como tales y el secretismo de un gobierno paralizado por el miedo, crearon una situación tan peligrosa como el mismo accidente nuclear. El entonces presidente Gorbachev lo reconoció muchos años después: la caída de la Unión Soviética, apenas un lustro más tarde, no fue por sus políticas (glasnost y perestroika), sino por la tragedia de Chernobil. La gente se dio cuenta que sus autoridades les mentían, que estaban más preocupadas en conservar sus puestos y cumplir las órdenes de arriba que en cuidar la seguridad de los ciudadanos, que en hacer lo correcto a tiempo. Pero muchos lo hicieron, muchos cumplieron con su deber, muchos expusieron sus vidas e incluso murieron intentando detener un desastre mayor. Los verdaderos héroes de Chernobil fueron personas que dieron todo para que otros vivieran: bomberos, médicos, soldados, enfermeras, pilotos, choferes, ingenieros. Este libro es su homenaje, su monumento.

De la cuatrilogía original de Philip Reeve, la de Mortal Engines, el último libro, Un horizonte siniestro (2019) concluye con el capítulo “Shrike en el mundo del porvenir” y es uno de los mejores finales que he leído en una novela de ciencia ficción de los últimos años. La saga de Reeve es un relato cíclico que acaba donde empieza la historia. Un final agridulce, lleno de nostalgia y nuevos comienzos. Un desenlace que me recuerda la literatura de Clifford D. Simak en su gusto por recordarnos lo frágiles que somos, lo fácil que pasamos al olvido.

*- El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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