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“Feliz, feliz, feliz” me recuerda a Ren y Stimpy.


“Feliz, feliz, feliz” me recuerda a Ren y Stimpy. Eso de medir la felicidad social es una falacia, asegurar que una nación está muy feliz es una utopía. Desde los setenta en el lejano Bután, se desarrolló lo que se denomina Índice Nacional de Felicidad. El estándar internacional suele incluir los siguientes rubros para decidir la felicidad de un pueblo: salud, educación, entorno natural, habitación, gobierno, tranquilidad, tiempo libre, seguridad y cultura, ¿de verdad cubrimos todo eso y con creces? Dizque Inegi le da la razón a AMLO, que estamos felices con su gobierno. Por cierto, AMLO no le da crédito a los datos del Inegi cuando no le conviene. Nos dice “hay un ambiente de felicidad, el pueblo está muy contento, mucho muy contento, alegres”, “lo puedo constatar en los pueblos, en todos lados donde vamos, la gente está contenta, hay un buen humor social”. De tal manera que el ánimo de los asistentes a sus mítines es el vivo reflejo del pueblo en su conjunto, esa es su fuente. Ya se perdió en su ánimo circundante, perdió piso. Pero también el Informe Mundial de la Felicidad pareciera darle la razón otorgándonos el lugar 24, justo debajo de Francia y mucho más felices que en España o Italia. ¿De verdad tan fregados están los 126 restantes? o ¿los datos mexicanos no son confiables? Como diría ya saben quién, yo tengo otros datos. No hay felicidad sin paz ni sin justicia ni sin prosperidad, estos tres elementos nos faltan. La pobreza, la violencia, el crimen y la degradación de nuestro medio ambiente hace imposible la felicidad. Ésta, a diferencia de otros hechos relacionados con el bienestar, se considera una situación subjetiva y propia del individuo, muy difícil hablar de felicidad social. Se trata de la interpretación de un individuo, AMLO, sobre qué tan felices estamos. Desde la métrica estadística no se puede afirmar un estado de ánimo colectivo, menos le toca a un presidente interpretarlo y celebrarlo. Mis datos sugieren un país con motivos para estar deprimido, o por lo menos oprimido. Se equivoca AMLO al ser tan optimista, tan triunfalista. Haría mejor en ofrecernos sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas como Churchill ante la Segunda Guerra Mundial, no era pesimista, era realista para ganar la guerra. La confianza en la bondad, honestidad, sabiduría y lealtad del pueblo es un buen deseo, de esos que está empedrado el camino al infierno. Preferiría ver a las fuerzas armadas imponiendo la legalidad que tolerando la falta de respeto y violencia a su uniforme. Ubiquémonos en nuestra modernidad, como dijo Bauman, todas las ideas de felicidad acaban en una tienda. Sí, yo también veo una luz al final del túnel, pero sospecho se trata de un tren que viene.



* El autor es siquiatra y ejerce en Tijuana.

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