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Memorias históricas

“La historia será amable conmigo porque tengo la intención de escribirla.”Winston S. Churchill

Heródoto (484-425 AC) y Tucídides (460-400 AC) son considerados los padres de la historia al ser los primeros en plasmarla por escrito de manera descriptiva y metódica; es decir, como una ciencia social. Particularmente, Tucídides concibió a la historia como un producto de las decisiones y acciones del hombre, intentando dilucidar sus causas y efectos. Su crónica “Historia de la guerra del Peloponeso” fue quizá una de las primeras obras en narrar de manera cronológica y neutral un evento histórico; en este caso, la guerra entre Atenas y Esparta para consolidarse como la primera potencia en el mundo griego.

Antes de estos historiadores griegos, los eventos históricos pasaban de generación en generación mediante la tradición oral, poesía, epopeyas y demás medios. Hay instancias donde es difícil distinguir entre religión, historia y mitología. Los grandes mitos fundacionales de muchas civilizaciones fueron eventos históricos cuya autenticidad se fue tergiversando al ser comunicados; por ejemplo, el Poema de Gilgamesh acerca de las hazañas del rey y semidios Gilgamesh en Sumeria. Esta práctica ha permanecido hasta nuestros tiempos. La figura de George Washington, padre fundador de Estados Unidos, ha sido mitificada de manera análoga a la figura de Cincinato, virtuoso político durante la República romana. El punto es que toda civilización ha utilizado la historia como un instrumento para preservar la memoria colectiva y brindar una narrativa. Toda nación necesita una historia.

En este sentido, quienes escriben la historia son los vencedores, la versión de los hechos del bando derrotado queda en un segundo plano. Por eso resulta fascinante una obra como “Visión de los vencidos” de Miguel León Portilla que narra la conquista de México desde la perspectiva indígena, los derrotados frente a los españoles. Lejos de analizar su importancia, es importante entender que es un libro que busca darle voz a quien antes no lo tenía.

Ha sido en los siglos XX y XXI donde ha comenzado a importar la experiencia individual, no solo la histórico-política. Escuchar las historias del hombre pequeño, aquel que nunca fue escuchado. Gracias a estos ejercicios, hemos podido resaltar las grandes injusticias de nuestros tiempos. Si bien tiene lógica esta dinámica para comprender las calamidades de eventos recientes como el Holocausto o la Revolución Cultural, debe de usarse cautelosamente para revisar la historia.

Por supuesto, detrás de toda hazaña histórica hubo un sinfín de miseria que nunca quedó grabada, al menos no en la historia oficial. El problema es pretender juzgar la historia mediante nuestro lente moral actual. Si la figura de Cristóbal Colón está siendo sometida a un proceso sumario condenatorio, debe de incluirse en la lista a Alejandro Magno, Guillermo el Conquistador, Napoleón, Thomas Jefferson, Augusto, Mahoma, Carlomagno, Aníbal, Luis XIV, Winston Churchill y muchos más. Todos autores de grandes gestas históricas que pavimentaron nuestro camino hacia el mundo en el que vivimos. La historia siempre es complicada y debe discutirse.

Desmitificar estos personajes es un buen ejercicio para entender que detrás existieron seres humanos con aciertos, errores y tribulaciones. Rebajarlos a villanos por solo enfocarse en sus condenables agravios nos puede llevar a un precipicio sin fin. Nos quedaremos sin historia. Sin historia, no hay memoria y narrativa. Sin memoria y narrativa, no hay civilización. Sin civilización, no hay humanidad.

*El autor es abogado y estudiante de maestría en administración y políticas públicas.

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