Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna Tijuana

Los vulnerables y los esenciales

Entre muchas cuestiones que el Covid-19 ha modificado de manera vigorosa, están entre otras, nuestra forma de relacionarnos con la gente en todos los sentidos.

Por el derecho a la libertad de expresión

Entre muchas cuestiones que el Covid-19 ha modificado de manera vigorosa, están entre otras, nuestra forma de relacionarnos con la gente en todos los sentidos. Dejamos de mostrarnos cariñosos al saludar; establecimos distancias frente a los demás de manera protectora; dejamos de visitar tanto a familiares como a vecinos y amigos; tuvimos sueños espantosos en los cuales los sobresaltos eran el principal ingrediente; el núcleo familiar comenzó a relacionarse de manera más frecuente, provocándose reencuentros o distanciamientos; las nutridas reuniones sociales desaparecieron y quienes las promueven se convirtieron, de manera automática, en rebeldes provocadores del virus, con lo cual tenemos un mundo totalmente diferente al que habitualmente disfrutábamos.

El concepto de aislamiento social que era un adjetivo despectivo, cuyo significado contenía en sí mismo un aspecto enfermizo o conducta compleja, inusitadamente se hizo cotidiano y propio de toda la gente. La reclusión, que era un asunto mayormente de conventos y prisiones, es ahora parte de la cotidianeidad de las personas cuidando su salud y agrandando la distancia de los riesgos de contraer el Coronavirus. Las caras enmascaradas ya no nos asustan y hasta nos ofende e indigna, el que haya alguien en las banquetas y comercios no portando una. No somos un mundo diferente, somos el producto del enorme miedo que le tenemos a esta terrible pandemia.

De manera automática y sorprendente, los escenarios existentes entre los ricos y pobres, entre la abundancia y la escasez, entre el poder y el desamparo, se igualaron y todos, súbitamente, nos recluimos en nuestros hogares y comenzamos a deambular por las habitaciones. Quienes, como yo, no teníamos una vida social muy activa, ni somos asiduos al alcohol ni a las tertulias, tuvimos menos afectaciones por el reclusorio. Pero hay quienes siguen batallando dentro de sus casas por no poder salir de manera libre y espontánea, o han terminado casi enloqueciendo.

La pandemia también ha traído cuestiones de carácter ético que debemos atender y combatir, especialmente los que ya estamos en la tercera edad. Por ejemplo, respecto a la aparición de una vacuna efectiva que deba ser distribuida mundialmente, y que su aplicación sea establecida, surgen dos conceptos que delimitarían y definirían quienes tienen preferencia para recibir la vacuna. Aquí ya hay dos linderos: los vulnerables y los esenciales. Los primeros serían los sectores poblacionales que tienen mayores probabilidades de adquirir el virus. Mientras que los esenciales se supone que son aquellas personas a las que no deberían negarles la vacuna. Sin embargo, aquí la cuestión principal es quién va a seleccionar si somos vulnerables o esenciales. Una vez establecida esta categorización, se podría tener un posible escenario y ciclo de vida determinado. El recibir una vacuna salvadora no es pues cuestión de poseerla, sino de cuáles son nuestras posibilidades reales de recibirla, a partir de esta categorización que se va a realizar. En mi caso, soy diabético, hipertenso y tengo setenta años, por lo cual mis posibilidades de sobrevivir a una infección de coronavirus son, realmente escasas. Mientras que, si me atengo a mi derecho de recibir una vacuna puedo tener dificultades, si quienes van a aplicarla concluyen que no soy esencial y no me la aplican por considerarme innecesario. Fuerte ¿verdad?, pero posible, dadas las circunstancias.

*El autor es Lic. En Economía con Maestría en Asuntos Internacionales por la UABC.

En esta nota