La visión de López Obrador
Una de las dificultades y mayores desconciertos que produce el gobierno de Andrés Manuel López Obrador entre algunos sectores de la sociedad.
Una de las dificultades y mayores desconciertos que produce el gobierno de Andrés Manuel López Obrador entre algunos sectores de la sociedad, se debe a la falta de referencias o de antecedentes en nuestra historia, pero también a que varias de sus enfoques y alternativas no encajan claramente con la realidad o con cierta racionalidad. El ejemplo más claro hasta ahora es que López Obrador no actúa como un gobernante que tenga ideas innovadoras o ambiciosas para impulsar el desarrollo del país, con planes específicos de mediano y largo plazo, sino que actúa, más bien, como un “ideólogo” y un guía moral que trata de implantar un mensaje o una nueva narrativa entre la sociedad, imitando quizás a ciertos personajes legendarios de la historia de México.
Esto genera un gran desconcierto porque ni siquiera entre las fuerzas de izquierda a nivel general existen ya ideólogos o líderes con estas características, y es en el campo de la derecha donde están surgiendo más bien estos personajes, con un discurso de alto contenido moral, ideológico o religioso.
El segundo factor que genera escepticismo y asombro (y críticas por supuesto) es que, desde esta perspectiva, el cambio del país para López Obrador no está en la esferas tradicionales como pueden ser la economía, la productividad, el empleo, la calidad de la educación o la distribución de la riqueza, por citar sólo algunos ejemplos, sino que el cambio más profundo está en la esfera moral o espiritual.
Algunos analistas creen que esta postura de Amlo es para justificarse ante el reducido crecimiento de la economía, pero no es así. Hasta ahora el discurso moral, religioso y político ocupa una parte central en sus actividades de gobierno. Como si para López Obrador el combate a las políticas neoliberales no estuvieran en la parte económica, sino fundamentalmente en la esfera de los valores, lo político y lo religioso.
Algunos lo están tomando a la ligera o simplemente como una parte del mesianismo que distingue a López Obrador, pero es una vertiente central del cambio que se propone impulsar. El objetivo, como él mismo lo ha señalado, es “moralizar la vida pública”, esperando que en algún momento se imponga “a los hombres ambiciosos seducidos por el falso brillo de lo material y lo mezquino”, como dijo en su primer informe.
En la misma perspectiva ha dicho también: “Otro elemento básico de nuestra política es…desechar la obsesión tecnocrática de medirlo todo en función del simple crecimiento económico…lo fundamental no es lo cuantitativo, sino la distribución equitativa del ingreso y de la riqueza. El fin último de un buen gobierno es conseguir la felicidad de la gente”. O como luego agregaría “el bienestar material y el bienestar del alma”.
Varios problemas fundamentales del país como la corrupción, la inseguridad y la violencia que aquejan a grandes zonas de México, la deficiencia de algunos servicios de salud o de educación que provee el gobierno, son enfocados desde la perspectiva moral, religiosa o política de López Obrador.
En la visión del presidente López Obrador, lo que habría como un legado de los gobiernos neoliberales y de los “conservadores”, es un país o una sociedad gangrenada, una sociedad egoísta, concentrada en la búsqueda de la riqueza y en el poder, viviendo en el lujo mientras el resto de la sociedad se debate entre la miseria y la marginación.
Por eso el cambio para Amlo no pasa por lo material, o por el crecimiento económico o de otras variables, sino por la construcción de una sociedad en la que vuelva a instalarse o arraigarse los valores de la solidaridad y la ayuda mutua que, en su visión, fueron barridos durante los gobiernos neoliberales. Si esos valores logran restablecerse, todo lo demás caerá por su propio peso, como el problema de la corrupción o de la violencia.
Algunos piensan que las actitudes y el comportamiento de Amlo como la austeridad y la ausencia de lujos en las rutinas del presidente, son resultado de una visión “republicana”, como la de algunas referencias históricas, pero en realidad son más bien parte de una visión moral y religiosa de López Obrador, como parte de esta nueva narrativa en la que busca inscribir su gobierno.
No es casual que como dice Juan Villoro, “ningún presidente ha citado tanto la Biblia como López Obrador”, al tiempo que se ha ido debilitando el enfoque del Estado laico e incorporando cada vez más muchas pautas y políticas que vienen del campo religioso y moral, entre ellos la ampliación de los espacios en los medios de comunicación.
Muchos ciudadanos en México simpatizan con la necesidad de un “guía moral o espiritual” como la que representa López Obrador, pero para otros no es eso lo que requiere el país para salir adelante. Sin dejar de lado lo primero, hasta ahora no hay nada que pueda sustituir una cierta racionalidad y una visión laica del mundo, como la tenía la izquierda. México ya no es, afortunadamente, un pueblito del siglo pasado.
*El autor es analista político
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