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La primera ola de Godard

Seguimos azorados por la pandemia. Las cosas no parecen mejorar. Avispones asesinos, ovnis por doquier, ráfagas solares, gobiernos ignorantes y calentamiento global mortal.

Seguimos azorados por la pandemia. Las cosas no parecen mejorar. Avispones asesinos, ovnis por doquier, ráfagas solares, gobiernos ignorantes y calentamiento global mortal.

El anuncio de un retorno a la “nueva” normalidad tampoco resulta alentador. En países desarrollados que han vuelto a las actividades, como Alemania, los resultados no son nada positivos. Y aquí, donde al cerrar las playas la gente se abalanza a la presa, donde se hacen colas kilométricas para comprar cerveza y donde los que sí usan cubrebocas ni siquiera los portan correctamente… las estadísticas no pintan nada bien.

Por eso, mientras aún es posible, decido refugiarme por varias horas en la obscuridad a admirar sueños reflejados en la pantalla, para posteriormente reflexionar… y escribir sobre ellos.

Esta semana me sumergí en la filmografía del dios del cine, Jean-Luc Godard, lo cual, con sus 128 créditos como director, no es cosa fácil, así que lo tomé por partes. Iniciando con su producción dentro de la nueva ola francesa, realizada entre 1960 y 1968, y conocida en su filmografía como su primera ola.

Compuesta por 15 largometrajes que van desde Sin Aliento (1960) hasta Week End (1967), la primera ola, del que hasta 1959 fuera crítico de cine para la legendaria revista Cahiers du Cinema, y quien junto a un grupo de escritores de la misma publicación (Francois Truffaut, Eric Rohmer, Claude Chabrol y Jaques Rivette) crearon lo que se conoció como la Nouvelle Vague (Nueva Ola de cine francés), es definitivamente una piedra angular en la historia del cine, que cambió el lenguaje del medio para siempre, proyectándolo imparablemente hacia el futuro.

Desde un principio, con Sin Aliento, Godard demostró que su cine era revolucionario, una advertencia, convirtiéndose en el padre del cine moderno, que llegó rompiendo todas las reglas para construir un nuevo lenguaje, el cual acabó con la tradición del cine ligado al teatro, a la pintura, a los estudios. Le brindo nobleza al cine, elevándolo al nivel de las otras artes, imbuyéndolo de abstracción y dinamitando normas.

Pocos cineastas han creado tantas obras, tan distintas y tan vanguardistas en tan poco tiempo. Lo prolífico, vertiginosamente evolutivo e inmensamente influyente de su producción podría ser comparado a lo logrado por The Beatles en la misma cantidad de años (siete en ambos casos). Claro que con la diferencia de que Godard sigue activo y vigente, aún hoy, a sus ochenta y nueve años.

En cada una de las cintas de su primer periodo incursionó en nuevos géneros, siempre homenajeando y citando tanto al cine americano, que él y sus compañeros de Cahiers admiraban y elogiaban, como a la literatura que devoraba insaciablemente.

La primera película que vi de Godard fue Pierrot el loco (Pierrot le fou, 1965). Yo tendría 16 años y me sorprendió (obvio la copié a vhs), aunque aún no lograba comprender perfectamente de qué iba, su absurdo me pareció fascinante. Un par de años después vi Sin Aliento en la universidad, entendiendo el rompimiento que representó en el cine con su filmación en locación, cámara en hombro y cortes directos, nunca antes vistos.

El revisitar ahora, décadas más tarde estas cintas, revela el hilo conductor entre ellas. Por un lado la genuina intención de Godard, de propulsar el medio hasta el límite, por otro las indudables radiografías que presenta tanto de su relación con Anna Karina (protagonista de 7 de las 15), como del París de los sesenta.

En Vivir su vida (Vivre sa vie, 1962) Godard registra la vida de una joven (Karina) que se convierte en prostituta y es imposible no ver la metáfora entre la historia de Karina, su llegada a París y su transformación en estrella de Godard, en la narrativa.

El desprecio (Le mépris, 1963) y Alphaville (1965) son particularmente reveladoras de la relación entre ellos. La primera además de exhibir el lado obscuro del cine hollywoodense, retrata la amarga disolución de una pareja, el momento en que el amor acaba. La segunda es casi una plegaria, el intento de crear una profecía auto cumplida, en que su amada (Karina de nuevo), cuyo personaje no sabe lo que es el amor, vuelva a pronunciar que lo ama. Esta última cinta, con su reinterpretación del film noir dentro del género de ciencia ficción, es la obvia antecesora (por veintisiete años) e inspiración de Blade Runner (Ridley Scott, 1982), incluyendo detective de gabardina y “autómatas” descubriendo el amor por primera vez.

Una diferencia esencial en la intelectualidad del cine según Godard “nosotros los europeos tenemos películas en la mente y los americanos tienen películas en la sangre… nosotros tenemos que pensar en las cosas antes de hacerlas”.

Godard nunca subestimó a su público, siempre asumió lo mejor de él, elevándolo en el proceso.

“Para hacer una película, no es necesario sudar. Se necesita respirar”.

* El autor es editor y escritor en Sadhaka Studio

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