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La Guadalupana

Crecí en el seno de una familia profundamente religiosa en la que de la manera más natural se convivía diariamente con un sólido sesgo ético-religioso fundamentado en las enseñanzas de la fe católica.

Crecí en el seno de una familia profundamente religiosa en la que de la manera más natural se convivía diariamente con un sólido sesgo ético-religioso fundamentado en las enseñanzas de la fe católica; sin embargo la vida me obsequió el regalo de descubrir ideas de muchos otros y confrontarlas con las mías; ha sido en muchos sentidos un viaje maravilloso, las dudas siempre son más que las certezas, pero encuentro en la posibilidad de confrontarlas un ejercicio liberador e inherente a mi naturaleza.

La historia comienza con una imagen de una virgen morena a quien Hernán Cortés le tenia especial devoción, la Virgen de Extremadura, región de la cual él era originario y que fue patrona de sus expediciones, cuya aparición en la Sierra de Guadalupe en 1322 fue interpretado como un mensaje divino en la incipiente lucha en contra de los musulmanes que ocupaban la península que hoy conocemos como España.

El relato aparicionista de nuestra Guadalupe es prácticamente el mismo que el de la española: ambas se le aparecen a un hombre humilde, ocurren en un monte, en ambas la Virgen pide que se le edifique una iglesia, las autoridades eclesiásticas no le creen al protagonista, un pariente, allá el hijo, acá el tío sanó milagrosamente, en las dos el obispo pide una prueba, en España una escultura de una virgen morena, acá la pintura en un ayate.

Fray Bernardino de Sahagún, en su Historia General de las Cosas de la Nueva España documentó que en el cerro del Tepeyac los naturales festejaban el 12 de diciembre a la diosa Tonantzin, que quiere decir nuestra madre. Un hecho importante es que apenas 16 años después, en 1547, el Obispo Juan de Zumárraga, publicó su catecismo llamado Regla Cristiana en el que afirmó; “Ya no quiere el Redentor del Mundo que se hagan milagros, porque, no son menester, pues está nuestra Santa Fe tan fundada por millares de milagros como tenemos en el Testamento Viejo y Nuevo…”, de ésta manera dejó constancia de no haber atestiguado milagro alguno, de igual forma no hay testimonio en los archivos de la Mitra, ni tampoco en su correspondencia, toda ella también conocida y estudiada de sobra.

El sucesor de Zumárraga, el Arzobispo Montúfar, acrecentó el mito aparicionista para a través de éste zanjar sus diferencias con los Franciscanos, quienes se oponían vehemente al culto de imágenes paganas, por lo que recurrió a crear condiciones para que algunos de sus allegados se convirtieran en fervientes defensores de la causa, misma que no fue sino hasta 117 años después a través del predicador Miguel Sánchez a través de su libro “Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe, milagrosamente aparecida en México…”que su culto fue dado a conocer.

En otro Camelot hablaremos del Indio Marcos, responsable de su pintura, así como de las nulas pruebas que sustentan la existencia de Juan Diego, del tamaño del ayate que no da lugar a que alguien menor a una estatura superior pudiera manejarlo, o la milagrosa desaparición de su corona, evidenciando que la pintura ha sido retocada en varias ocasiones.

Afirmar que el culto guadalupano nos ha definido como nación obedece a una visión centralista de nuestro país, sin embargo, el milagro guadalupano vive diariamente en los mexicanos que se acogen a él a través de su fe.

* El autor es empresario y ex dirigente de Coparmex Mexicali.

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