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La Central Avionera de Tijuana

Vuelo directo y sin escalas: el Aeropuerto Internacional de Tijuana se ha convertido en un lugar inseguro, caótico, peligroso y caro.

Vuelo directo y sin escalas: el Aeropuerto Internacional de Tijuana se ha convertido en un lugar inseguro, caótico, peligroso y caro. Quienes viajamos con frecuencia hemos sido testigos de la enorme transformación de nuestro aeropuerto; el crecimiento acelerado de la frontera, el puente binacional CBX y la instalación de Volaris como su hub de operaciones son una de las razones por las que se ha convertido en receptor de casi 10 millones de pasajeros al año, el cuarto con más tráfico del país y el segundo más conectado después de la Ciudad de México.

Si a esto le sumamos la saturación del aerouperto de San Diego y el lentísimo avance del de Ensenada, nos encontramos ante una bola de nieve creciente que pareciera no parar en los próximos años.

El Aeropuerto Internacional de Tijuana es una obra que jamás terminará, hay que verlo así, con preocupación pero también con entusiasmo porque Tijuana tiene como destino ser referencia y conexión para mucho talento, inversiones y creatividad.

Mientras llegamos a eso, hoy su crecimiento pareciera haberse salido de las manos con una coordinación deficiente, superada por la realidad, sometida a intereses sindicales, relajada completamente en materia sanitaria y sumergida en una pila de dinero cobrando todo, de todo y a todos. En las últimas semanas he observado con detalle algunos comportamientos irresponsables que merecen ser atendidos con urgencia.

Desde la llegada vía terrestre la situación ya es caótica. Las colas son interminables, no hay personal que oriente y agilice la movilidad, no hay esfuerzos de comunicación o señalética y esto provoca segundas y terceras filas al no saber por dónde conducir. Los directivos del aeropuerto parecieran no tener tiempo, talento o tamaños para coordinare con la autoridad civil en materia de tránsito. Al cabo que, “de la puerta para afuera, es bronca del gobierno”.

Así han de pensar los “dueños” del aeropuerto. Una vez adentro, la farsa más grande y peligrosa del mundo se hace presente al tener que llenar un formulario virtual de COVID-19 en donde el pasajero hace como que dice la verdad y los agentes del filtros hacen como que leen y verifican. Ya en las salas de abordaje las aglomeraciones de gente son impresionantes, de la sana distancia ni hablamos, pero podría ser menos caótico el escenario si hubiera planeación y personal al pendiente, atendiendo y comunicando. Lo mismo pasa con Uber, los “dueños” del aeropuerto cedieron ante las presiones sindicales y le dieron la espalda al público negándoles la entrada.

Su “generosidad” finalmente terminó asignándonos un espacio a cientos de metros fuera del aeropuerto, a la interperie, con conos naranja en plena vía rápida, para que sus clientes pudiéramos tener acceso a vehículos de estas plataformas eletrónicas. ¿Que buenas personas son, verdad? Ni hablemos de los frecuentes cierres al tráfico aéreo por causa de la neblina, ¿cómo esto no sucede en San Diego o en Londres donde la densa niebla está presente más de la mitad del año? ¿Y la Guardia Nacional? Afuera, ¡bien, gracias! acechando al despistado Uber que se atreva a pasar por ahí con pasaje. Eso sí, previo, el pasajero tuvo que acordar con el conductor una historia falsa para hacer parecer que el pasaje no es pagado sino voluntario.

Todo es una farsa. ¿Qué debe suceder para terminar con todo y enfrentar la realidad creciente que se avecina? Se necesitan directivos con liderazgo y talento, que pongan en la mesa los intereses de todos pero sin olvidar a los ciudadanos pasajeron quienes finalmente pagamos un impuesto bastante caro por despegar y aterrizar dentro de instalaciones federales que les han sido concesionadas.

Tengamos mucho cuidado con el Aeropuerto Internacional de Tijuana porque de seguir así, con el caos dentro y fuera, y con la nula presencia de la autoridad, Dios guarde la hora de un accidente, aunque sea mínimo, porque las consecuencias van a ser muy lamentables. * El autor es Director de Testa Marketing, investigación de mercados.

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