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La Belisario para Rosario

La unanimidad lograda en el Senado de la República para conceder este año la medalla Belisario Domínguez a Rosario Ibarra de Piedra, ilustra el tipo de consenso que se puede obtener frente a una trayectoria inquebrantable, fuerte y decidida como ha sido la de doña Rosario.

La unanimidad lograda en el Senado de la República para conceder este año la medalla Belisario Domínguez a Rosario Ibarra de Piedra, ilustra el tipo de consenso que se puede obtener frente a una trayectoria inquebrantable, fuerte y decidida como ha sido la de doña Rosario. Sin distinguir signo político, hoy, se puede reconocer, sin regateo, el inmenso papel de una madre que, buscando a su hijo, se convirtió en motor fundamental de lo que sería el primer gran movimiento por los derechos humanos en México. Figura icónica de quienes han perdido a sus seres queridos por acciones criminales cometidas desde instancias del Estado mexicano.

Doña Rosario fundó, junto con otras madres de personas desaparecidas por el Estado, el comité Eureka y empezó ahí una batalla de mil frentes. Portando el infaltable camafeo con la foto de su hijo, desaparecido en el gobierno de Echeverría, emprendió una ruta sin posibilidad de retorno. Convirtió su vida en la eterna búsqueda de Jesús y de los demás hijos, a los que hizo suyos.

Mujer inteligente, claridosa y decidida, persiguió presidentes, se plantó en los zócalos, fue a los cuarteles, hizo huelgas en las catedrales. El 28 de agosto de 1978 las doñas, como se conoce a las madres, realizaron su primera huelga de hambre. Un acto de enorme valentía si lo juzgamos en los parámetros de la época. Crearon la primera organización dedicada a denunciar la represión del Estado y a exigir la presentación con vida de aquellos que fueron desaparecidos por policías, militares y agentes del Estado.

La guerra sucia que inició en los setenta en un continuum presente hoy en la realidad mexicana. Las brutales represiones de 1968 y de 1971 en contra de estudiantes y ciudadanos que buscaban una vía democrática que, en ese momento, estaba totalmente cancelada, empujaron a muchos a buscar, incluso, la vía armada.

El reciente evento que costó la dirección del INEHRM al historiador Pedro Salmerón muestra cuán sensible y abierta está esa herida y muestra cuán necesario es que la sociedad mexicana procese con inteligencia y sensatez todo aquello que ha costado vidas y el paradero desconocido de miles de personas. La lamentable muerte de don Eugenio Garza Sada, en 1973, forma parte de ese tramo de historia que México tiene que procesar para un entendimiento más amplio de lo que entonces ocurría.

A los desaparecidos de entonces se han ido sumando decenas de miles de personas que, por diferentes razones, han sido víctimas de uno de los crímenes más atroces por el que pueda atravesar un ser humano y, desde luego, sus familias. Hay quienes piensan que es mejor saber de alguien que está muerto que vivir el calvario de quienes no saben en dónde está su ser querido. Acciones cometidas por agentes del Estado y del crimen organizado a lo largo de décadas se acumulan hasta nuestro días, con decenas de miles de casos que han sido cubiertos por un grueso manto de impunidad. La medalla Belisario Domínguez, con el más alto significado, otorgada a Rosario Ibarra y las demás doñas, no puede ser entendida, como lo dijo Tania Ramírez -hija de Rafael Ramírez Duarte, desaparecido político en 1977- como algo que tenga sabor a clausura.

Tania ha puesto el dedo en la llaga y se pregunta: "¿Qué sucede con esta medalla... se la cuelga doña Rosario al pecho junto al camafeo de Jesús de quien seguimos sin saber dónde está?... es muy importante que en este momento en que se le da relevancia a esta lucha se recuerde que sigue ahí existiendo un reclamo de verdad y justicia que no puede ser ni callado ni minimizado con un reconocimiento como éste -sin duda digno y merecido- aunque el único premio que se le podría dar y que les gustaría recibir es saber que pasó con sus hijos y sus familiares". Es importante -dice la integrante de H.I.J.O.S México "...que no reduzcamos el reconocimiento; que se quede deshistorizado; que sepa a cierre o a clausura... nuestras abuelas van a seguir dando esta lucha... es un momento que puede ser una gran oportunidad para arrojar luz, verdad e información sobre este proceso y poder también acompañar a estas doñas que siguen en pie de lucha. Ellas también necesitan el abrazo y acompañamiento de la sociedad".

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