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Humor dominical

“¡Todos en este pueblo se van a condenar!”. Así clamó en la misa el nuevo cura llegado a Cuitlatzintli.

“¡Todos en este pueblo se van a condenar!”. Así clamó en la misa el nuevo cura llegado a Cuitlatzintli. Prosiguió su sermón en tono altísono: “Vine por primera vez el templo anoche y ¿qué vi a su alrededor? ¡Promiscuidad sexual! ¡Lujuria desbordada! ¡Libertinaje carnal escandaloso! En la oscuridad, frente a la iglesia, vi a hombre con mujer. Al lado izquierdo de la iglesia vi a hombre con hombre.

Al lado derecho de la iglesia vi a mujer con mujer”. Pepito se inclinó hacia su amigo Juanilito y le dijo en voz baja: “Y qué bueno que no fue a la parte de atrás de la iglesia, porque me habría visto a yo con yo”. En el restorán el mesero le ofreció a Babalucas: “¿Vino de la casa?”. Retobó el badulaque, exasperado: “¿Y a ti qué chingaos te importa de dónde vine?”. Otro del mismo tontiloco. Le contó a un amigo: “Anoche fui a una casa de mala nota, pero no pude entrar, y eso que esperé afuera más de tres horas”.

Preguntó el otro, extrañado: “¿Por qué no pudiste entrar?”. Explicó Babalucas: “El foco rojo que está sobre la puerta nunca cambió a verde”. Doña Moneta era mujer adinerada. Un reportero de revista de sociedad la entrevistó en su lujosa oficina. “¿Cómo hizo usted su fortuna? -le preguntó-. ¿Especulando?”. “¡Ah, hombres! -se enojó doña Moneta-. ¡No pueden aceptar que una mujer se haya hecho rica sin haber cometido ninguna inmoralidad sexual!”.

Noche de bodas. La recién casada salió del baño de la suite nupcial y se presentó ante su ansioso maridito luciendo un transparente negligé que dejaba a la vista todos sus encantos. Le echó los brazos al cuello, lo besó, amorosa, untó su cuerpo al de él en actitud seductora y luego le preguntó con voz insinuativa: “Mi amor: ¿te gustan las familias grandes?”. “¡Mucho!” -contestó el excitado galán respirando con agitación. “Qué bueno -dijo entonces la muchacha-, porque la mía va a vivir con nosotros”.

Don Geroncio, señor de edad madura, comentó en el café: “Me he vuelto duro de oído, duro de corazón, duro de entendederas”. Uno de los amigos quiso saber: “¿A qué atribuyes eso?”. “No sé -contestó don Geroncio-. Han de ser efectos colaterales del Viagra”. Aquel puerco espín era corto de vista.

Por tal motivo la vida en el desierto se le complicaba mucho. Cierto día estaba haciendo el amor apasionadamente. En el deliquio del ardiente trance suplicó, vehemente: “¡Muévete, mamacita!”

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