En la antesala de la anarquía
Fue, la que recientemente pasó, una semana políticamente agitada cuyas consecuencias podrían resultar desastrosas para la democracia de nuestra nación y que, de no detenerse a tiempo, culminarían en el entronamiento per saecula saeculorum de un sistema tan autoritario como populista, tan demagogo como corrupto, tan provocador como cobarde.
Fue, la que recientemente pasó, una semana políticamente agitada cuyas consecuencias podrían resultar desastrosas para la democracia de nuestra nación y que, de no detenerse a tiempo, culminarían en el entronamiento per saecula saeculorum de un sistema tan autoritario como populista, tan demagogo como corrupto, tan provocador como cobarde. Un sistema alentado desde el mismo Poder Ejecutivo y que se sustenta en la polarización, la agresión, el encono y el odio, al mismo tiempo que se victimiza y se llama a agredido y ofendido.
Los resultados de esa polarización comienzan a mutiplicarse, porque baja aceleradamente, como instrucción inapelable, a los estados y los municipios. Son, sus titulares, guacamayas amaestradas para repetir el discurso presidencial. Todo está bien, inmejorable. Pero la realidad nos coloca en la dimensión exacta. Un incremento alarmante en la inseguridad pública que comienza a escalar con las ejecuciones recientes de, al menos, dos altos mandos de las fuerzas armadas y el atentado, la noche del pasado jueves, en contra del conocido periodista y conductor, Ciro Gómez Leyva. De muertes civiles, la cifra es escandalosa y amenaza con continuar. El narcogobierno se ha establecido en amplias zonas de la república, Baja California incluida. El sistema de salud colapsado, la economía prendida de alfileres, la inflación al alza y la subsecuente elevándose más rápido aún. Pero lo más preocupante, la polarización y el enfrentamiento que, al menos tres horas al día, de lunes a viernes, se alimenta desde palacio nacional y no se detiene ni los fines de semana desde cualquier punto de la patria.
La más reciente afrenta nacional es la que desde hace cuatro años, en nombre de un supuesto combate a la corrupción, el presidente López Obrador inició oficialmente para derrumbar, sí o sí, una de las instituciones con mayor credibilidad y confianza en el país, sobre el mismo Poder Ejecutivo y el Ejército, inclusive. No fue por ignorancia. No lo hizo para fortalecer la democracia. No fue para reducir gastos. López Obrador lo hizo para apoderarse de un organismo que le ha demostrado autonomía y que no se ha doblegado a sus amenazas, chantajes y extorsiones. Lo hace por venganza. Un sentimiento que en quien ejerce el poder le ciega, lo envilece y le hace generar muchos daños, la mayoría de ellos irreversibles. Lo hace para perpetuarse.
Pero, sin restarle méritos, en la intentona contra el Instituto Nacional Electoral, López Obrador no estuvo solo. Lo logró acompañado por una mayoría ciega, fiel, incondicional, sumisa, fanática, salamera, entreguista y arrastrada de legisladores que, al menos en la Cámara de Diputados, ni se ocuparon en leer las iniciativas de reformas electorales enviadas por el Ejecutivo. Abdicaron a su responsabilidad con el pueblo que dicen representar.
Se les exhibió y se les demostró que ni siquiera hacen su trabajo. Pero son obedientes y así las enviaron a la Cámara de Senadores que tuvo que enmendar la plana o al menos una parte. Aún así, en la Cámara Alta se impuso el morenismo fanático y con algunas modificaciones se aprobó y regresó a los diputados donde la noche del jueves se vivió un galimatías político del que ya no encuentran salida.
Fue una semana trágica para la democracia mexicana. Un periodo en el que los legisladores morenistas y sus aliados del PVEM, PT y PES, exhibieron de la forma más grotesca y descarada su mezquindad y entrega a los principios de conveniencia y putrefacción política que los unen. Así han sido, así han actuado antes con el PRI. Y con el PAN, ahora con el partido en el poder. Sus principios ideológicos son el servilismo y la prostitución política, con el perdón de las prostitutas. Se entregan por dinero.
Fue también una semana en la que se demostró que la mayoría oficialista y sus prostituidos aliados, siguen atendiendo sumisamente las instrucciones que les manda el presidente a través de la Secretaría de Gobernación. Ha sido la “corcholata” Adán Augusto López el de los recados a los amigos y el sicario contratado para arremeter contra opositores, incluyendo a morenistas como el senador Ricardo Monreal Ávila.
Por eso, la justificación presidencial de que sus iniciativas tenían como objetivo acabar con el derroche del INE y los privilegios de sus consejeros, la pregunta es ¿por qué lanzaron el salvavidas para mantener vivos al PVEM y al PT, un par de partidos sanguijuelas que viven y han vivido siempre, de la sangre de los grandes? Son partidos que recibieron financiamiento público por casi $1,000 millones en el 2022.
No olvidemos que es la democracia, el poder del pueblo representada a través del INE, la que permitió a López Obrador, a Marina y a Morena llegar al poder. Fueron los votos de ese pueblo, organizados, promovidos, recogidos, contabilizados y resguardados por el INE, lo que validó, sin objeción, sus triunfos.
Sin duda también que el INE puede mejorarse y puede tocarse, pero para fortalecer el ejercicio democrático, no para darle mayor control a quien hoy aglutina y acumula el mayor poder nunca visto en las últimas décadas en el sistema político mexicano. El tema de los sueldos que tanto critica el presidente sólo refleja sus traumas y envidias, como el del empleado flojo e incompetente que critica a quienes ganan más porque son “barberos”, llegan temprano y cumplen sus responsabilidades. ¿Que ganan mucho? pues lleguen a un acuerdo, pero no destruyan la confiabilidad y confianza en una institución que es ejemplo a nivel internacional menos de manera arbitraria, mayoritaria y autoritaria. Es la antesala de la anarquía.
*El autor es periodista con 45 años de experiencia, licenciado en periodismo, asesor en comunicación y marketing político, consultor de medios
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