Eliseo Quiñones: oleaje de otros tiempos
Hoy que vemos el peso de su obra poética, hoy que redescubrimos la fuerza de los versos de Horacio Enrique Nansen, este escritor vuelve del olvido en que muchos lo han tenido y recupera su lugar entre poetas de la talla de Eliseo Quiñones y Luis Pavía.
Hoy que vemos el peso de su obra poética, hoy que redescubrimos la fuerza de los versos de Horacio Enrique Nansen, este escritor vuelve del olvido en que muchos lo han tenido y recupera su lugar entre poetas de la talla de Eliseo Quiñones y Luis Pavía. Véase como se vea, Nansen no es un poeta solitario, sino uno de los tantos jóvenes escritores que, desde la frontera norte, quieren asumir un compromiso con el lenguaje como ejercicio creativo, como senda novedosa. No es su obra la de un poeta que escribe para alabar a los políticos o para quedar bien con su propia sociedad. Lo suyo es una voluntad de decir las cosas por su nombre, de luchar públicamente contra la barbarie en todas sus formas, para negar que todo está bien cuando muchas situaciones son insostenibles, cuando muchos males nadie los atiende, nadie se hace responsable. En tal sentido, Nansen, el poeta, es un hombre del norte: alguien que no se queda callado ante las dolencias de la realidad, ante los oídos sordos del poder en turno.
Pero las desgracias no vienen siempre solas. Apenas pasarían unos años de la muerte de Enrique Nansen cuando las letras peninsulares volverían a perder a uno de sus integrantes más jóvenes y más prometedores. El cambio literario en esta década venía de tiempo atrás: era una actitud de indagación del lenguaje que tuvo sus primeros brotes en aquellos poetas que dejaron desde los años cincuenta (Sánchez Mayáns y en menor medida Nansen) la entidad y que continuaron su aprendizaje, como escritores, en otras partes del país y del extranjero más propicias a las nuevas corrientes literarias. Mayáns construyó, en esos años, una obra más del lado de la dramaturgia que de la poesía y Nansen murió demasiado joven para alcanzar una solidez poética reconocible. Quien habría de lograr el cambio tan esperado sería, ya en los años sesenta, otro escritor malogrado: Eliseo Quiñones (1938-1968), el primer poeta bajacaliforniano de la generación de la ruptura: libre para cantar el nuevo mundo.
En una entrevista hecha a Margo Glantz por Margarita García
Flores, para La cultura en México, suplemento cultural de la revista ¡Siempre! Y que se publicó el 16 de abril de 1969, la primera afirmaba que entre los colaboradores de la revista Punto de partida de la UNAM estaba Eliseo Quiñones, alumno del Centro de Estudios Cinematográficos, y poco después añadía: “Eliseo Quiñones, murió el año pasado en un accidente y dejó inéditos poemas, obras de teatro y cuentos. Tenía mucho talento y hubiera querido dedicarle un número de la revista, pero no conseguí el material”.
Quien sí obtuvo parte de su obra fue Miguel Ángel Millán Peraza, quien la publicó en Letras de Baja California entre 1968 y 1969. En estos textos publicados es notoria la calidad poética de Eliseo Quiñones, el trabajo de un creador joven que se hallaba en proceso de asimilación de la poesía contemporánea que estaba a su alcance. Es él, Quiñones, quien da los primeros pasos rumbo a una poética moderna en el contexto de la literatura bajacaliforniana. Su muerte prematura hizo, sin embargo, que sus hallazgos no tuvieran seguidores inmediatos. Estos aparecerían, sin conocer muchas veces la existencia de su predecesor, en distintas partes de la entidad en la década siguiente. Por su parte, la obra de Eliseo Quiñones (1938-1968), poeta ensenadense, amante del mar y sus misterios litúrgicos, permaneció inédita, en forma de libro, por cerca de veinticinco años. Sólo hasta 1992 la editorial Mar de Fondo, de Ensenada, publicaría una antología de su obra con el título de Barco roto.
Oriundo de Sonora, Eliseo Quiñones fue, como lo explica Antonio Mejía de la Garza, “prolífica pieza clave dentro del bohemio movimiento cultural ensenadense de principios de los años sesenta”, movimiento que conjuntara a escritores y artistas plásticos como Herlinda Sánchez Laurel, Ana Lagos Graciano y Ernesto Muñoz. En su obra, la poesía de Quiñones deja de ser un canto comunitario y se vuelve verso abierto al mundo interior del poeta, palabra en vuelo hacia su propio abismo, experiencia personal que no le debe nada a nadie, que no acepta las reglas establecidas por la sociedad. La suya es, en sus últimos poemas, un canto muy al estilo de 1968. Por eso podemos verlo como un grito de vida contra toda censura. Por eso podemos leerlo como la sombra de la literatura por venir.
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