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El rock progresivo goza de cabal salud

Entre las muchas citas que contiene el libro The Show That Never Ends. The Rise and Fall of Prog Rock (2017) de David Weigel, hay una que explica cómo fue que el rock progresivo, que estuvo de moda una corta temporada en los años setenta del siglo pasado, llegó a crearse y a tomar por asalto la imaginación de tantos jóvenes alrededor del mundo.

Entre las muchas citas que contiene el libro The Show That Never Ends. The Rise and Fall of Prog Rock (2017) de David Weigel, hay una que explica cómo fue que el rock progresivo, que estuvo de moda una corta temporada en los años setenta del siglo pasado, llegó a crearse y a tomar por asalto la imaginación de tantos jóvenes alrededor del mundo. La cita es de Robert Fripp, el fundador de una de las bandas esenciales de este género musical, King Crimson, y también el pionero, junto con Brian Eno, de lo que hoy se llama Música Ambiental: “No se necesita creer en Dios, pero los músicos creen que la música es Dios”. Este sentido de trascendencia sobre las obras que hacían e interpretaban es lo que convirtió al rock progresivo en una cofradía mundial que buscaba superar las limitaciones de la música de su tiempo y esa fue, también, la causa de que a este tipo de rock se le considerara elitista, cerebral y pomposo.

Los grupos que impulsaron el rock progresivo desde sus comienzos en 1967, como Procul Harum, Pink Floyd o The Moody Blues, hasta sus representantes supremos en sus años de auge (1969-1976), como Yes, ELP, Genesis, Rick Wakeman, Can, Camel, Mike Oldfield, Tangerine Dream, Renaissance y King Crimson, entendían su trabajo creativo más como los músicos formales que como sus colegas roqueros. Weigel dice que este género nació de las semillas de la sicodelia y tuvo como interés vital el ofrecer formas más complejas de componer para el público en general. Las canciones dejaron el formato pop de los tres minutos de duración y se convirtieron en suites, sinfonías y rapsodias, en vastos reinos sonoros donde se podía experimentar según los gustos de cada agrupación, en piezas que se extendían más allá de las estructuras comunes de la canción tradicional, hecha para funcionar en la radio y hacer bailar a sus escuchas.

Para algunos, experimentar era volver al pasado, recrear con instrumentos eléctricos piezas de Bach, Brahns o Beethoven, como lo hicieran ELP y Walter Carlos. Para otros era entrar en territorios inéditos gracias al poder de los sintetizadores, creando una música que nunca antes había sido escuchada, siguiendo los pasos de compositores de la talla de Berio, Boulez, Stockhausen o Ligeti, como sucedió con King Crimson, Pink Floyd o Yes. Composiciones cada vez más largas y osadas que exploraban el futuro desde sus invenciones y distorsiones.

Lo cierto es que el rock progresivo, aunque gozó de amplia popularidad en su época, no tuvo el visto bueno de los críticos del rock. En sus años de auge se le consideró pretencioso y en sus años de caída se le vio como anticuado. La llegada del punk y la disco en 1977 lo volvieron irrelevante a ojos de las nuevas generaciones. Pero los argumentos de Weigel al respecto lo reivindican como lo que siempre quiso ser: una forma de arte que no temía a lo complejo, que disfrutaba del virtuosismo y la maestría interpretativa, que representaba el anticonformismo ante la música de los grandes éxitos y las fáciles melodías: “Enfatizamos demasiado sobre la sinceridad en la música y asumimos que las canciones crudas son automáticamente más sinceras que la música más intelectualmente compuesta. Yo no pienso que eso sea verdad. El arte, si uno confía en la opinión de Carl Jung, es un trabajo constante por educar al espíritu de la época, conjurando formas nuevas frente a las creencias de esa era. Esa es una descripción perfecta de lo que los músicos de rock progresivo intentaron hacer.” Y habría que agregar que fueron creadores que no aceptaron las convenciones imperantes sino que impusieron sus propios paisajes musicales, sus temáticas futuristas o nostálgicas, sus pretensiones de hacer una obra que pudiera exponer que el rock ya era su propio laboratorio musical, la síntesis perfecta entre lo electrónico y lo cultural, entre los sonidos vanguardistas y el trance místico.

Es obvio que el futuro de este género musical no está en la nostalgia por una era ya ida y que no volverá. Su porvenir se encuentra en todos esos músicos jóvenes que hoy en día, en pleno siglo XXI, están descubriendo esta clase de rock y haciéndolo suyo, que advierten que lo difícil recompensa, que la maestría es también una forma de enfrentar a una sociedad donde cualquiera se dice artista sin tener las capacidades y talentos para serlo.

*El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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