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¿El poder corrompe o revela?

La política tiene como finalidad alcanzar el bien común en una sociedad. En el plano del deber ser, quienes entran al sector público son motivados por un llamado a servir.

La política tiene como finalidad alcanzar el bien común en una sociedad. En el plano del deber ser, quienes entran al sector público son motivados por un llamado a servir. En el plano del ser, la función pública es para muchos el vehículo perfecto para obtener poder e influencia.

Similar a un heroinómano, quienes prueban el néctar del poder una vez no solo se rehúsan a dejarlo, sino que buscan la manera de conseguir más. Lo que pudo haber iniciado como una bienintencionada vocación terminó en una degenerada obsesión. ¿El culpable es el poder político o quien lo ostenta?

El poder político es amoral; es decir, ni es bueno ni es malo, simplemente es. El dilema entonces yace en quien llega al poder. Hombres de primera como Lincoln, Juárez o Mandela han llegado al poder y lo han usado para alcanzar el bien común; al mismo tiempo que seres como Hitler, Stalin y Pol Pot perpetraron crímenes pavorosos mediante el poder. El estilo personal de gobernar es un fiel reflejo del carácter, inquietudes y formación del gobernante. Por ende, el poder político más que corromper, revela nuestro verdadero ser. Por eso, dicen que la mejor manera de conocer a alguien es dándole poder. Revela de cuerpo completo todo su ser

Cada vez el mundo es menos pobre y vivimos vidas más extensas y saludables. No obstante, nuestras emociones e instintos siguen siendo los mismos que en la prehistoria. Como dijo E.O. Wilson: “Tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología de dioses”. Por eso historias como las de Antígona, Hamlet o la Biblia siguen gozando de gran relevancia entre nosotros. Las emociones que el poder suscita en nuestras personas son las mismas que hace siglos.

No he probado la heroína, pero sé que es un estupefaciente que produce una gran euforia y suscita las ganas de consumir más y más. En este mismo tenor, nunca he tenido una posición de poder para deducir sus efectos adictivos y reveladores. Sin embargo, al igual que ustedes veo como ejerce el poder nuestra clase política y me doy una idea del alucinante sabor del néctar del poder.

El poder ha puesto en evidencia el odio, cinismo, rencores e inseguridades de sus titulares. A nivel estatal y municipal, hemos empoderado a una legión de pistoleros con ideas decrépitas. A nivel federal, hemos empoderado a un solo hombre con ideas fantasiosas y vetustas. Son seres que añoraron llegar al poder toda su vida y ya que lo tienen son rebasados por sus prejuicios y limitaciones. El poder no los corrompió (bueno, eso también), los reveló de cuerpo completo. Son seres limitados con ideas limitadas con acceso a poder ilimitado.

El gobernante ideal es aquel que a sabiendas del poder que tiene a su alcance, decide no usarlo de manera arbitraria sino para el bien de su comunidad. Pero, entre el deber ser y el ser hay un abismo profundo conformado por nuestras emociones primitivas y el carácter humano.

Desde que surgieron las armas nucleares permanece el riesgo de que caigan en manos equivocadas culminando en nuestra total aniquilación. Por eso, al votar, juzga la inteligencia emocional y trayectoria del candidato para que cuando el poder lo revele no sea demasiado tarde para todos nosotros.

*El autor es abogado y estudiante de maestría en administración y políticas públicas.

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