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El corazón de las tinieblas es un lugar remoto

Las series de televisión policiacas clásicas asumían que la justicia la otorgaba la policía o el sistema mismo a través de sus jueves y abogados.

Las series de televisión policiacas clásicas asumían que la justicia la otorgaba la policía o el sistema mismo a través de sus jueves y abogados. Las series noir actuales asumen que la justicia es el tesoro al final del arco iris: un espejismo inalcanzable. Aquí los investigadores se conforman con hallar la verdad, con descubrir lo que realmente pasó, con revelar los lazos que hay entre el mundo criminal y el resto de la sociedad. Por otra parte, los miembros de las fuerzas del orden que protagonizan estas series se nos presentan tan dañados emocionalmente como los criminales que persiguen. Baste como ejemplo la detective Sara Norén (Sofía Hedin) de The Bridge, que dice lo que piensa como si estuviera disparando su arma reglamentaria. No hay sitio seguro en estos dramas. No hay esperanza duradera. No existe refugio posible ante el mal que nos hacemos unos a otros.

Pronto el noir estilo nórdico se trasladó a otras partes del mundo con la misma premisa: pueblo chico, infierno grande. Y esto se puede confirmar en series como la canadiense Cardinal, la italiana Gomorra y las inglesas River, Happy Valley y Loch Ness. De todas las series de los últimos años, sin embargo, me quedo con la islandesa Trapped (2016) y la australiana Mystery Road (2018). La primera es obra de uno de los más extraordinarios cineastas islandeses, Baltasar Kormákur, autor de esa obra maestra del cine que es The Deep (2012). En Trapped, Kormákur cuenta la llegada de un asesino a un pequeño pueblo pesquero aislado por una tormenta invernal. Ante esta situación, el jefe de la policía local (Ólafur Darri Olafsson, el mismo actor protagonista de The Deep) debe resolver la situación con los recursos a su alcance y con el resto de la población en contra de su manera de proceder. Es el clásico crimen del cuarto cerrado, sólo que aquí es un poblado que debe encarar sus propios demonios, su corazón de las tinieblas, para poder capturar al nuevo demonio que ha llegado de visita a casa. El infierno, como nos lo recalca Kormákur, es un sitio helado, un lugar donde nadie te escucha gritar. Si hay algo parecido a la tundra pero con distinta temperatura es el desierto. Y Mystery Road se sitúa en Patterson, un pueblo entre las llanuras desérticas y un río caudaloso. En esa pequeña población dedicada a la ganadería desaparecen dos trabajadores, un nativo y un joven vagabundo. Ante su desaparición, la jefa de policía de Patterson (una Judy Davis impresionante) y un detective citadino (Aaron Pedersen) unen fuerzas para descubrir qué sucedió en realidad con ese par de ausentes. Dirigida por Rachel Perkins y su notable ojo para el paisaje, que de pronto es una retrato del fin del mundo y otras veces es una pintura abstracta, Mystery Road nos adentra poco a poco, con naturalidad, presentándonos cada personaje en su ambiente y circunstancias, a un mundo que oculta más mentiras y engaños de los previstos, a una comunidad que sabe guardar bien sus secretos ante propios y extraños.

La verdad, en estas series, no libera: sólo expone, con tremenda crudeza, los abismos de la condición humana, las angustias políticas y los conflictos existenciales de nuestro tiempo, la mente criminal en la era de la globalización y el individualismo triunfante. Son obras visuales que nos cuentan el clima social en que vivimos, la incertidumbre permanente que nos cargamos. Son historias que desafían nuestros miedos colectivos en un siglo donde los viejos terrores vuelven a dominar el horizonte del mundo, donde ser delincuente ya no es la excepción sino la regla, donde lo ilegal y lo legal ignoran sus diferencias mientras logren ganancias, donde no hay pueblo que no tenga en su pasado cadáveres ocultos, vidas destrozadas. En todo caso, el género noir en la televisión es una ruta enredosa, oscura, llena de peligros y asechanzas. Un mundo donde la justicia es una fosa anónima, donde el orden es un crimen aceptado, donde la ley es un arma de doble filo. Territorio donde nadie es lo que aparenta, donde nada es lo que parece. Madriguera de verdugos con aire de víctimas. Trampa preparada para los que no son de casa. Infierno donde pocos salen ilesos, cuerdos, vivos. Y lo mismo va para nosotros, sus espectadores, metidos de lleno en sus tramas, en sus laberintos, en sus misterios.

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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