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El cielo huele a café

El aire sabe a hierba, a frío y humedad… Las nubes se asoman sobre tus hombros y tras el verdor de la inmensidad una brisa tibia te acaricia con aroma a café.

El aire sabe a hierba, a frío y humedad… Las nubes se asoman sobre tus hombros y tras el verdor de la inmensidad una brisa tibia te acaricia con aroma a café. De esa manera sabes que te ha alcanzado tu destino y que te espera sonriente con una tacita humeante de amargo y delicioso contenido. Los lugareños llaman “Pluma Hidalgo” a ese pequeño pueblo, por mi parte, prefiero llamarlo cielo.

En la Sierra Madre Sur de Oaxaca, existe un pequeño paraíso cubierto por frondosos árboles milenarios y rodeado por cerezas rojas de maduros cafetales. Las mismas nubes se escurren como dulce y blanca crema batida, sobre los verdes acantilados, dándole a la pequeña comunidad un velo de misterio, magia y divinidad.

Cada esquina de la placita frente a la iglesia y el edificio municipal, cruje en sus rincones con el sonoro arrullo de molinos y tostadores, que al triturar los frutos de la tierra, agitan con intensos aromas una invisible marea en el viento, que todo lo envuelve con notas dulces, amaderadas y al mismo tiempo delicadas como a tierra mojada. Y es que la constante y fresca lluvia, forma parte de su magia, es esta bendita agua la que primero en su forma cristalina y templada, alimenta a la verde planta y después hervida en peltre, convertida en burbujas y vapor, transforma el oro tostado, en oscuro elíxir ácido, terroso y delicadamente amargo.

Hacer un recorrido en auto de casi cuatro horas entre los sinuosos caminos de las montañas, es una delicia para los ojos, el paladar y el alma. Las vistas espectaculares son aderezadas con una verdadera sinfonía de cascadas, rayos crepusculares y sonidos de todo tipo de salvajes pero inofensivos animales. El viaje mismo es tan extraordinario como el propio destino que yace escondido en la cima de las montañas. Este es uno de los grandes tesoros de Oaxaca, que a diferencia de Mote Albán, Mitla o Huatulco, por lo minúsculo e inaccesible de su territorio, casi ni figura en los mapas. Baristas del mundo, amantes del café, gastronautas y exploradores con hambre de historias que pocos puedan imaginar o creer, este pueblo mágico es un lugar obligado para conocer.

Me limito a decir más, la experiencia es única, irrepetible y personal. No puedo comprobarlo y por prudencia no lo aseguraré, pero podría jurar que por las tardes, este es el lugar donde Dios baja a tomar su taza de café.

*- El autor es graduado de la licenciatura en Derecho de la UABC, escritor y conductor de radio.

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