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El cambio viene de las mujeres

Después de la movilización del 8 de marzo y el paro del 9 que organizaron las mujeres, ha quedado más claro que el cambio social y cultural que podríamos esperar en nuestro país vendrá de ellas.

Después de la movilización del 8 de marzo y el paro del 9 que organizaron las mujeres, ha quedado más claro que el cambio social y cultural que podríamos esperar en nuestro país vendrá de ellas o, mejor dicho, no el cambio que vendrá en el futuro sino en el que ya estamos inmersos, lo sepamos o no.

El movimiento es complejo, incluso para las mismas mujeres, no se diga para los hombres. Primero porque no es un movimiento “feminista” exactamente, aunque tenga componentes que vienen de ahí, sino que es un movimiento más amplio y en el que se ven reflejadas muchas mujeres, al margen de sus identificaciones y simpatías políticas.

Segundo, porque en él participan de manera muy destacada nuevas generaciones de mujeres que si bien son herederas de movimientos pasados, también han crecido y se han formado en un contexto diferente cuya peculiaridad ha sido el recrudecimiento de la violencia y el hostigamiento hacia ellas, expresado en el aumento de los feminicidios.

Y, tercero, por citar algunos nuevos elementos, porque el movimiento no es un movimiento contra el gobierno (un gobierno en particular), o porque tenga una agenda un pliego de demandas claramente tipificadas (como piden algunos), como lo son la mayoría de los movimientos políticos, sino que es un movimiento impulsado o promovido como respuesta a la violencia desatada contra las mujeres a lo largo y ancho del país.

El movimiento es una respuesta a la inanición de los gobiernos en general, los de antes y los de ahora, que no han sabido o no han querido responder a la violencia contra las mujeres y que, no obstante el alarmante aumento de feminicidios, han seguido un camino tortuoso y burocrático; lo mismo que ha sucedido con el resto de la sociedad, que también no ha sabido reaccionar para cuidar y proteger la vida de las mujeres.

Así, aunque no lo plantee de esta forma, el movimiento de las mujeres que ha emergido de golpe en estos días, es un movimiento que cuestiona todo, pero fundamentalmente la estructura en las que están basadas las relaciones entre el hombre y la mujer, las relaciones familiares, el poder patriarcal que domina todo desde la infancia, el machismo enraizado en la cultura mexicana, los prejuicios y los estereotipos sobre las mujeres.

Es decir, lo que expresa el movimiento de las mujeres es que podrán cambiar muchas cosas en el país, podrá cambiar el sistema de partidos o el poder político, la composición por las cuotas de género, etcétera, pero si no cambia la estructura patriarcal y de dominación de la mujer que la excluye y la expone a la violencia sistemática, no servirá de nada.

El asunto es clave porque tradicionalmente la izquierda y los movimientos progresistas se han planteado como bandera principal la igualdad social, pero no de manera específica, tal y como debe ser, la igualdad entre los sexos, la igualdad de oportunidades, de ingresos, etcétera.

El carácter disruptivo del movimiento de las mujeres y el temor que despertó en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en núcleos importantes de Morena o entre sectores femeninos de ese partido, radica precisamente en que este movimiento modifica radicalmente la agenda del gobierno y de sus prioridades. AMLO no quiere atender las demandas de las mujeres como un asunto particular, sino como un problema general.

Pero, justamente, lo que reclama o expresa el movimiento femenino es que la violencia contra las mujeres se deriva no sólo de una patología de algunos hombres, sino de una estructura más amplia en la que predominan las visiones patriarcales, el machismo y la discriminación hacia la mujer en todos los ámbitos.

La visión de cambio que tiene la 4T y López Obrador está concentrada, si acaso, en lo social (distribución de la riqueza) y lo político (quitarle el poder a las élites), pero no en el mundo que expresan y reclaman las mujeres en México, que es más profundo y de alcances multiplicadores. Por eso también el choque entre la presidencia y el movimiento de mujeres.

La visión de AMLO en este ámbito está más orientada no a cambiar sino a preservar muchas de las estructuras y concepciones en las que sustenta el patriarcado y los valores dominantes que se traducen en violencia hacia las mujeres, los niños y las niñas, aunque el gobierno no parece darse cuenta de ello.

Las mujeres que han venido participando y las que hoy se incorporan a estas acciones, saben que se enfrentan a muchos obstáculos para poder avanzar. Pero el 8 y 9 de marzo significaron un salto extraordinario en esta perspectiva. De aquí en adelante ya nada será igual. La postura y la voz de las mujeres ya no podrán ser ignoradas tan fácilmente. O cesa la violencia contra ellas o el movimiento se irá expandiendo inexorablemente.

*El autor es analista político

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