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El arte de gobernar

Platón estaba convencido de que no acabarían las desgracias humanas hasta que los filósofos ocuparan los cargos públicos o hasta que los políticos se convirtieran en auténticos filósofos.

Platón estaba convencido de que no acabarían las desgracias humanas hasta que los filósofos ocuparan los cargos públicos o hasta que los políticos se convirtieran en auténticos filósofos. Y es que la política es el arte de tomar el poder, de conservarlo y utilizarlo. Pero parece que alguien ha incorporado otra acepción a esta palabra en el diccionario de los poderosos, borrando así todos y cada uno de los pilares que sujetaban nuestra sociedad hasta hace poco: la ética, la honestidad, la filosofía. El buen arte de gobernar requiere de cuatro condiciones esenciales: robusta formación ética y moral, cultura general amplia y muy sólida, una cultura política muy bien enraizada y una gran capacidad y comprensión para comunicarse, relacionarse e interrelacionarse con el mundo exterior. ¿ejercer el gobierno es un arte? Se necesita talento, habilidad, destreza, acatamiento de ciertas normas para hacer bien algo. Así que ejercer el poder público, ya sea a nivel nacional, estatal o municipal, no es tan fácil. Requiere, por parte del funcionario, adecuada preparación, sabiduría política, vocación de servicio, contar con buen liderazgo y poseer gran sensibilidad social y humana. El desempeño de tales funciones también acarrea el acatamiento de normas legales y, además, asumir muy serias responsabilidades. Según el pensamiento aristotélico, la política es el arte de gobernar. Debemos saber que la política tiene por finalidad atender las necesidades de las personas, de las comunidades y del país, en procurar el bienestar general. Entonces, ya podemos afirmar que ejercer el gobierno es un arte, pero esa tarea no es para improvisados. Para ello no bastan, simplemente, los requisitos exigidos en la Ley. Se exige el buen comportamiento como ciudadano, ser respetuoso, educado, decente, con adecuado desenvolvimiento verbal y otras cualidades personales que le den buen rostro y le acrediten dignidad personal. Hace más de dos mil cuatrocientos años, en la cultura occidental, Platón, uno de sus más conocidos pensadores, nos dijo que gobernar es “el arte de hacer felices a los hombres”. Y no solo definió lo que significaba gobernar, sino que en sus diversas reflexiones utilizó metáforas para hacerse entender, y una de ellas era la que lo describía como la tarea de un “piloto de barco” que es capaz de dirigir la nave para llegar a puerto seguro. Naturalmente, no puede exigírsele a un presidente de la República, a un gobernador o a un alcalde ser sabio en todo, imposible. Lo que sí tiene es la obligación fundamental de extremar sus cuidados en la selección de sabios en cada materia; rodearse de los mejores profesionales con los cuales pueda cumplir eficientemente las importantes políticas públicas que conduzcan a la satisfacción de las necesidades prioritarias de los habitantes del entorno que gobierna. Lamentablemente en la actualidad esto no es así, las áreas de responsabilidad están llenas de amigos, compañeros de escuela, recomendados y la mayoría de ellos analfabetos (lo que se conoce como la nueva mayoría) nunca como ahora la gente había presumido el no haber leído un libro en toda su vida, de no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia apenas superior a la de un primate. Es increíble cómo estamos viendo que por nuestra descomposición política, cómo una persona improductiva, inculta, dedicada a nada de provecho, sin ninguna virtud positiva, sin ningún mérito de desarrollo personal, pueda ser presidente, gobernador, alcalde, diputado o regidor en una nación que exactamente necesita todo lo contrario a lo que es y que por otro lado sólo por el enojo social y rechazo a las personas educadas, cultas y preparadas, estas no puedan desarrollar actividades gubernamentales de alto nivel. La política es el único núcleo, en el que no se necesita tener ninguna capacidad para lograr una posición de tal importancia, más que tener la habilidad de convencer al confundido, al cegado, al necesitado y hacerle creer que le dará y que se le repartirá todo aun sin trabajar, ilusionar a tanta gente, que le cree, sin el más mínimo razonamiento, sólo reproduciendo la miseria en la que ve a un País, para satisfacción de sus frustraciones.

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