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El Mexicali de Alejandro Lomelí Cota

Desenterré del altero de libros que tengo en casa uno que me ha hecho reír como últimamente pocas obras literarias o históricas lo han logrado.

Desenterré del altero de libros que tengo en casa uno que me ha hecho reír como últimamente pocas obras literarias o históricas lo han logrado. Me refiero a Ecos apagados del viejo Mexicali (1990), de Alejandro Lomelí Cota. Este libro es una joya de la crónica del norte de México y, especialmente, de la ciudad capital del estado de Baja California. Obra de memorias, remembranzas, recuerdos y suspiros, escrita con desparpajo, con soltura, con un agudo sentido del humor sobre Mexicali y los cachanillas, tanto los avecindados en estas lejanías como de los nativos de estos arenales. En esta crónica histórica, intransferiblemente personal, llena de bebidas espirituosas, comilonas en grandes restaurantes y puestos callejeros, paseos por la ciudad cuando sólo era un conglomerado de casuchas a la buena del viento, podemos entender cómo era vivir en esta región del mundo de 1930 a 1990, desde que era una sociedad rural hasta la metrópoli que ya se delineaba al ir terminando el siglo pasado.

Al leer esta maravilla de amistades y afectos, esta pasarela de pillos y embusteros, de gente de rompe y rasga que hicieron de Mexicali una fiesta perpetua en plena frontera con los Estados Unidos, me percato de cómo Lomelí Cota se pitorreaba de ricos y pobres, de viejos y jóvenes, de nativos y extranjeros que por aquí nacieron, vivieron, pasaron y se fueron dejando una huella indeleble en los usos y costumbres de nuestra urbe y nuestro valle. Y al hacerlo descubro que esa actitud de nuestro autor, la de reírse de todo el mundo y ridiculizar a nuestros políticos, empresarios, profesores e intelectuales es propia solo de Mexicali. ¿O dónde han visto un libro de la historia de Tijuana que le saque los trapitos al sol, las necedades y debilidades personales a los Honold, los Bustamante, los Hank? En el resto de Baja California, los cronistas son cortesanos zalameros, o solemnes académicos que todo lo toman en serio.

Los mexicalenses, al menos sus cronistas mejores, como Alejandro Lomelí Cota, toman a chacota los hechos del pasado y los personajes memorables les pasan por el filtro de la ironía, el chiste, la semblanza burlona, el retrato jocoso. Los cachanillas, por fortuna, todavía sabemos reírnos de nosotros mismos. Y con ganas. Y con gracia. Y con motivo. Como nuestro autor lo demuestra de principio a fin en Ecos apagados del viejo Mexicali, tal vez su obra más redonda, más personal.

Por eso mismo, Alejandro jamás aceptó que le llamaran don Alejandro, porque para él tal apelativo no era usado aquí para señalar a gente de mérito sino de edad mayor y Lomelí Cota fue, toda su vida y en toda su escritura, persona de corazón joven, de espíritu aventurero. En este libro, constatamos una serie de crónicas de Mexicali que van desde la época de la ley seca hasta las postrimerías del siglo XX. En sus páginas desfilan periodistas, comerciantes, empleados públicos, trabajadores, campesinos, mujeres de sociedad, banqueros, intelectuales, músicos, muchachas de la calle, profesionistas, viajeros, ingenieros, vendedores de seguros, arquitectos, pandilleros, sindicalistas, policías, profesores normalistas y síganle contando.

Este libro, como el propio autor lo afirma, más que un libro de datos y acontecimientos trascendentales, es una historia desde ras de tierra, andariega, disoluta, sin orden ni decencia, desde la plaza y sus mercados, entre cafeterías, paseos, callejones y cantinas. Es una “crónica vívida y humana de sucedidos, hechos, personajes y recuerdos, que el cariño que siento por esta ciudad me ha impedido olvidar. Al decidirnos a escribir la crónica lírica de Mexicali, sólo nos anima el propósito de corresponder, amorosamente, al amor que Mexicali nos ha otorgado en más de medio siglo. Sé mis limitaciones y sé cuáles son las heridas que lastiman a la que considero la ciudad de mi vida, sé cuáles son sus penas y cuál debe ser el camino para aliviárselas.”

Y al igual que su amigo, el periodista Eduardo Rubio, para Alejandro Lomelí Cota esos alivios no eran centros comerciales de lujo o rascacielos corporativos, sino un árbol que florece, una escuela llena de risas infantiles, una calle con el olor a comida recién hecha. Las cosas sencillas, modestas, que dan gozo colectivo, placer comunitario. Como sus escritos tan fronterizos, tan dicharacheros, tan cachanillas que nos legara. Y por más que lo dijera en el título de su libro, sus ecos narrativos están todo menos apagados. Siguen filosos, satíricos, desafiantes. Como la vida misma, listos para la jugarreta y la carcajada.

* El autor es escritor, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

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