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El Asalto a la Sierra

Un 27 de enero de 1962, que en el Valle de Mexicali se celebra “El Asalto a las Tierras”, amaneció el horizonte del poniente blanco de nieve igual que en este 2021. Entonces decidimos dar un “Asalto a la Sierra”, ya que no tuvimos clases.

Un 27 de enero de 1962, que en el Valle de Mexicali se celebra “El Asalto a las Tierras”, amaneció el horizonte del poniente blanco de nieve igual que en este 2021. Entonces decidimos dar un “Asalto a la Sierra”, ya que no tuvimos clases.

Aquel año estudiábamos la preparatoria en la “Prepa Mexicali”, aún perteneciente a la UABC. En segundo de prepa, ya tenía la libertad de salir todo el día en el Jeep amarillo modelo 1955 de mi padre, con algunos de mis compañeros preparatorianos. Enfilamos rumbo a la sierra sin pensar las consecuencias de ir a la nieve sin el debido equipamiento. Pero un grupo de jóvenes bachilleres no imagina los riesgos que se corren en un medio ambiente hostil, como lo es esta sierra durante el invierno.

De cualquier manera, partimos como andábamos vestidos, al fin que regresaríamos a dormir cada quien a su casa. Encumbramos la sierra y pronto me di cuenta que la nevada había sido copiosa. Cruzamos el poblado de La Rumorosa y luego batallé para localizar la entrada a Picachos y dejar el asfalto, que era lo único visible, ya que todo estaba cubierto de hielo. Pero seguí el rastro que me sabía de memoria, y busqué paso adivinando el camino libre de árboles y rocas. Me acompañaban Luis Javier Garavito, Jesús Zambrano, Refugio Méndez y Aurelio Iturralde. Nos adentramos en la sierra y jamás vimos otro carro. Mis compañeros de aventura empezaron a inquietarse ya que no podía encontrar al arroyo de Picachos, destino de la excursión.

Por fin, al cruzar lo que creía era un llano, una rueda del Jeep rompió el hielo y descubrimos que estábamos justo en medio del arroyo congelado. Apagué el motor y saltamos al piso helado. Inmediatamente apareció la clásica guerra con bolas de nieve. En unos cuantos minutos advertimos que no íbamos preparados para la ocasión. Los dedos se nos pusieron morados, los calcetines mojados y helados y empezamos a perder calor corporal. Afortunadamente tomamos una sabia decisión: subirnos inmediatamente al Jeep y emprender el regreso antes de la puesta de sol, pues en el invierno oscurece muy temprano.

La salida de Picachos a La Rumorosa fue fácil: me concreté a seguir la rodada que había marcado en la nieve esa misma mañana. Así logramos regresar a casa a cambiarnos de ropa antes de sufrir un resfriado. Aprendimos la lección y no volvimos a la nieve sin estar debidamente equipados. Agregaría que aún equipados, hasta hoy no hemos vuelto a “explorar” la sierra estando nevada. ¿Precaución o experiencia? Hoy, 59 años después, imagino qué hubiese pasado si el Jeep no hubiera encendido, ¡nadie sabía en donde estábamos!

Este episodio fue el cimiento que nos llevó a Luis Javier y a mí, junto con otros cimarrones, a formar el Grupo Explorador Universitario, GEU, en 1995. Fruto de estas experiencias ha sido la saga del libro “El Reino de Calafia”, con tres ediciones ya, la última en español-inglés, disponible en Editorial UABC.

*- El autor es investigador ambiental.

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