Drácula, nuestro contemporáneo
¿Por qué una novela tan subversiva como Drácula (1997) de Bram Stoker acabó siendo un éxito de ventas?
¿Por qué una novela tan subversiva como Drácula (1997) de Bram Stoker acabó siendo un éxito de ventas? La respuesta es obvia y es por todos conocida: porque su lectura juntaba dos emociones aparentemente contradictorias, el miedo y el gozo que depara el disfrutar el terror como un placer compartido, como una sensación que pone la carne de gallina y por eso es doblemente gozosa. Pero Drácula también es una mezcla afortunada de elementos medievales y de saberes modernos, que adquiere a veces la forma de un caso clínico en marcha, lleno de descripciones fisiológicas y de hallazgos psicopatológicos. El conde Drácula es, así, uno de los personajes más memorables de la literatura fantástica, de la novela universal. Un villano que seduce tanto dentro como fuera de la novela que protagoniza. Por eso esta obra es la piedra de fundación de todos los vampiros que vinieron más tarde, es el amanecer de un largo crepúsculo.
Según David J. Skal en su notable biografía del autor de Drácula, Something in the Blood. The Untold Story of Bram Stoker (2016), hay que ver a este escritor irlandés como parte del movimiento decadentista inglés, como un hombre de teatro amigo de Óscar Wilde y periodista nato que siempre estuvo en busca de temas escabrosos, de noticias extrañas que luego llevó a su novela más famosa. El valor de Drácula, su obra cumbre, es que el material periodístico de índole criminal le hizo ver la necesidad que tenía el público lector por lo terrorífico, por lo siniestro, por lo morboso.
De las informaciones de la nota roja y de los cuentos de fenómenos inexplicables que sólo aparecían en las revistas de escándalo (los penny dreadful), Stoker destiló una novela que se lee como una feliz amalgama de distintos textos literarios ya existentes y de las tecnologías que iban apareciendo al filo del siglo XX: el diario de viaje, la grabación fonográfica, el informe médico, las cartas de amor, el expediente criminal, la confesión de parte, la nota de opinión, el cuento de miedo, el sermón religioso y la ponencia académica, entre muchas otras. Si la vemos sin la etiqueta del género de terror podemos apreciarla como una novela coral que acata el principio democrático de que todos tienen derecho a exponer sus opiniones, a contar su versión de los hechos, tanto los que viven en la oscuridad como los que habitan a plena luz del día, tanto los que ven el mundo como sus dominios absolutos como los que lo defienden de sus depredadores.
Esta es una obra literaria que parece saltar de un punto de vista a otro con vertiginosa celeridad, una narración que nos transporta de una mente deductiva, racionalista a una en pleno trance hipnótico, de la visión de una víctima a la de sus salvadores en el último instante. En cierta medida, el monólogo interior que tanta fama daría a escritores posteriores, como Marcel Proust y James Joyce, al considerarlo una creación vanguardista, ya está perfilándose en la obra magna de Bram Stoker: una zambullida a las profundidades de la mente humana, una exploración in situ de las turbulencias psicológicas que hacen de la realidad un laberinto por recorrer, un sueño asfixiante.
Con Drácula, el vampiro llegó a la cultura popular para quedarse y se convirtió en un entretenimiento macabro, en una criatura doblemente inmortal. Porque, como toda novela de terror, en esta obra el personaje que más concita la reprobación moral de los lectores de su tiempo es, también, el que más queda en la memoria, el que más arraiga por su amenaza implícita, porque desafía las reglas sociales con su aplomo, con su carisma. Su personaje principal es una celebridad al estilo actual. Drácula, nuestro contemporáneo.
Una nota final: Bram Stoker murió en abril de 1912, al mismo tiempo que se daba a conocer el trágico desastre del Titanic, el barco de pasajeros que auguraba, para el siglo XX, el triunfo de la tecnología y la ciencia sobre la superstición y la credulidad. Con su hundimiento, Bram Stoker quedaba reivindicado: el futuro no sería la edad de la razón sino la edad del terror. Ese mundo oscuro, lleno de paranoias colectivas y criaturas tenebrosas, de mentes manipuladas y gustos extremos, de asesinos en serie y pánico masivo; ese mundo que Drácula, su novela más conocida, ponía frente a sus lectores: como una ruta a seguir, como un laberinto sin salida.
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