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De la creencia a la Ciencia

El pasado martes 25 de junio veía el presídium de altas autoridades ambientales convocados por el Rector de la  UABC , Dr. Daniel Valdez, a un acto inusual: devolverle al mar una miseria de lo que le hemos quitado. Pero el hecho es altamente significativo y tan raro, que podría calificarlo de casi único en el Planeta: liberar vivas a más de 4 mil alevines (crías) de totoaba, nacidas en cautiverio en el Laboratorio de la UABC en Ensenada, B.C. Proyecto que encabeza David Conal True, científico merecedor de un Premio Nobel Ecológico, porque con su equipo de trabajo ha contribuido a evitar la extinción de esta especie marina y endémica de Baja California. ¡Gracias, David!
Pero la intención de esta columna pretende reflexionar sobre la condición humana cuando se enfrenta a la naturaleza. Escuchando a los oradores, me vi alrededor de una fogata ancestral rodeado de prehistóricos seres invocando a sus dioses para impedir la extinción del bisonte, del cual dependían para comer, vestir y fabricar herramientas. Entonces el humano recurría a sus creencias para pedir a los todo poderosos clemencia y perdón de sus actos, si acaso estos fueren el motivo de la falta de lluvia o alimento.
Cinco siglos después, este presídium compuesto por científicos, autoridades, administradores, políticos y técnicos, invocan a la Ciencia para pedirle que con este acto de arrepentimiento por sobre explotar el valioso recurso marino, impida la desaparición de Totoaba macdonaldi del alto Golfo de California. Ayer la creencia, hoy la Ciencia, ¿los mismos humanos? NO. Nosotros poseemos una cultura más desarrollada que aquellos seres prehistóricos de la fogata invocando dioses. Ellos cazaban bisontes para comer su carne, cubrirse con su piel y construir herramientas con sus huesos.
Los humanos que habitamos las playas alto golfinas que atentan contra la totoaba no lo hacen para comerla, mucho menos para aprovechar su piel o huesos. La matan para quitarle su vejiga natatoria o buche, y tampoco para comerlo, sino para venderlo a tan alto precio que consiguen enriquecerse ilícitamente. Motivos muy distintos entre primitivos y alfabetizados y por ello  altamente condenable. Comenté a mis compañeros, “estas totoabitas ayer nadaban en un tanque sin depredadores y con comida segura…hoy su posibilidad de sobrevivir en incierta”, pero esa es la Ley de la Vida. Como todo organismo silvestre si ha de perpetuar a su especie deberá sobrevivir y aquellos sin la aptitud necesaria para heredar sus genes, perecerán en aras de la supervivencia de todos.
Casi 140 mil totoabas entregadas a un mar plagado de ilegalidad pero con la firme convicción de que la Ciencia universitaria cumple cabalmente con su alto compromiso social a quien se debe. Hasta ahora sólo con cuatro totoabas de entre 9 y 15 años de edad que han sido identificadas mediante muestras de sus buches decomisados, se  comprueba que sobreviven y crecen después de ser liberadas. Hoy la totoaba sigue presente gracias al empeño de un grupo profesional de académicos de la UABC, entre otros ambientalistas.


*- El autor es investigador ambiental independiente.

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