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Cuestión de carácter

El pecado con mujer casada, Armando, es muy sabroso. Claro, cuando tú no eres el cónyuge ofendido. Lo rico de esa culpa estriba en la creencia de que la fruta del cercado ajeno es siempre más sabrosa que la propia

El pecado con mujer casada, Armando, es muy sabroso. Claro, cuando tú no eres el cónyuge ofendido. Lo rico de esa culpa estriba en la creencia de que la fruta del cercado ajeno es siempre más sabrosa que la propia. Lo dijo en elegante forma Juvenal: "Maiorque videtur et melior vicina seges". La cosecha vecina se ve más grande y mejor. El matrimonio, decía un cínico amigo mío, se parece a la comida en restorán: siempre te parece mejor el platillo que pidió el otro. Desde luego yo no suscribo su aserción. En tratándose de mujeres eso de comparar es de mal gusto. Todas son tan diferentes, y al mismo tiempo tan iguales, que la comparación no cabe. Pregúntame cuál de las damas que estuvieron conmigo en el lecho fue la que me gustó más, y te diré todas, cada una en su momento. Sin excepción las recuerdo con cariño y agradecimiento, a ésta por esto, a aquélla por aquello. ¿Que si no me he topado con mujeres malas? Por supuesto. Hay mujeres malas igual que hay malos hombres. Pero fueron una o dos entre muchas, sin que esto último suene a presunción. Las demás fueron ángeles del cielo, sólo que con todo lo que debían tener del cuello para abajo. Porque los angelitos de las estampas religiosas, tú te acuerdas, eran sólo cabecitas con alas, y las angélicas mujeres que me dieron su amor, siquiera por un rato, eran al mismo tiempo ángel y mujer. Todas dejaban de ser ángeles para ser mujeres, y luego dejaba de ser mujeres para ser otra vez ángeles. Esas mujeres, santas y al mismo tiempo pecadoras, eran "barro para mi barro y azul para mi cielo", como dijo Ramón López Velarde. Con una de ellas -por favor no te vayas a reír- hacía yo el amor empleando todas las heterodoxias posibles y luego, al terminar, rezábamos juntos el rosario. ¿Entiendes eso, Armando? Yo tampoco. Alguien habló de "los arcanos de la creación artística". Siempre procuré hacer de mi vida una creación artística, y esto de la lujuria seguida del rosario es en mi modesto caso uno de sus arcanos. Arcano también era el de aquella casada que después de estar conmigo lloraba llena de aflicción porque -decía entre lágrimas de sincero arrepentimiento- su marido no merecía eso. Nunca conté sus sinceros arrepentimientos, pero fueron bastantes. Y ésos nada más conmigo; quién sabe si con otros también se haya arrepentido. Te diré un arcano adicional. Cuando después de varios años me encontraba con alguna de esas damas acompañada por su marido, algunas volvían la vista; otras, en cambio, se sonreían conmigo disimuladamente, como diciendo: "¿Te acuerdas?". Cuestión de carácter, supongo. O de conciencia, ve a saber. Yo flaqueo de ambas cosas, tú me conoces bien, y eso hace que en mis recuerdos haya gozo y no remordimientos. Si alguna vez hago confesión de mis pecados, los más de ellos de amor, será difícil que el sacerdote me dé su absolución, pues para merecerla, entiendo, se requiere sentir verdadera contrición, o sea sincero arrepentimiento, y arrepentirme sería para mí cometer falta grave contra el recuerdo de aquellas gentilísimas mujeres que aceptaron ir al amor conmigo. ¿Cómo echar a perder las memorias que deja el gozo de vivir con los sentimientos de culpa que vienen con el miedo de morir? Que no me pase lo que a aquel curita que oyó decir que se iba a acabar el mundo. Preocupado, fue con otro sacerdote y le hizo confesión general de sus pecados. Pero llegó la fecha del apocalipsis y no se acabó el mundo. Siguió dando sus vueltas, como siempre. Y decía muy enojado aquel curita: "¡Tiznada madre! Todo pasa: va uno y se desprestigia todo, y el mundo ni se acaba". FIN.

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