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Casta cínica

Confirmado está por qué la carencia de escrúpulos es un atributo propio de la clase política y de quienes directamente ejercen dicha función.

Confirmado está por qué la carencia de escrúpulos es un atributo propio de la clase política y de quienes directamente ejercen dicha función. La falta o escasez de pulcritud en el hacer y pensar del individuo disponible a “servir” y “representar” a otros por acción o reacción asume una conducta, en este caso, guiada bajo criterios cínicos, desvergonzados donde pudor y decencia no tienen cabida puesto que esas cualidades con absoluto descaro se tiran por la borda favoreciendo, sin traba alguna, la desfachatez que corroe la imagen y respetabilidad de la persona.

El político incondicional, y más el lambiscón, en su justa dimensión está supeditado a razonar sin bochorno, con rubor al margen por suponer que se halla en el mejor punto de la fidelidad y el mérito suficiente para ganarse la confianza del jefe dada la impasible actitud para hacer que toda crítica, acusación o cuestionamiento se resbale a través de una coraza repelente a cualquier signo de dignidad pues el descaro, la insolencia y el no sentirse aludido trazan el carácter del habituado, a mentir y deformar lo innegable por más pruebas exhibidas en su contra.

Díaz Mirón, el poeta, colocado cerca del tambaleante asesino Victoriano Huerta exclamó al paso del consumado ebrio: ¡Gracias, señor, por el dulce aroma que nos va dejando en su andar!... fingiendo no oler el insoportable tufo liberado por el cobarde usurpador que tiempo atrás uno de los hermanos Macedo, en reunión solemne endilgó a Porfirio Díaz la frase… “Estamos con usted, señor Presidente, hasta la ignominia”, marcando así el gesto humillante de aquellos individuos que conscientes, sin ninguna dignidad, reptan a los pies del mandamás anteponiendo con descaro la falta de respeto a sí mismos.

De unos y otros episodios de bajeza escoltados con atrevido cinismo proviene el ser “institucional”, “disciplinado”, “confiable” y distinguido “servidor” del pueblo en obvia referencia a un código no escrito, pero aceptado, determinado y actualizado por parte del PRI que durante décadas continúa rifando porque eso, y no cualquier cosa, representan los valores entendidos en deshonra de principios, códigos de ética o valores que la deformada sociedad partidista y sus políticos, salvo asombrosas excepciones, cotidianamente postulan y ejercitan.

Precisamente por corresponder a un efectivo como tradicional hábito, lo vivido actualmente en Baja California refrenda, por parte del llamado Primor y la funesta “Ley Bonilla”, la expresión mayormente acabada en cuanto fruto de severa descomposición del Partido Revolucionario Institucional y de aquellos priistas notables que acostumbrados a componer y deshacer a sus impunes intereses determinaron candidaturas, despilfarro de recursos propagandísticos, usos mapaches e imposición de gobernantes con la pretensión de colocar por encima del voto ciudadano a un gobernante con el doble del plazo por el que fue, desgraciadamente, electo.

Por fortuna la protesta, impugnación y resistencia expresada por muchos ya no permitirán que los cínicos de siempre arrasen a su manera, sobre todo, viniendo de un Congreso Legislativo mayoritariamente conformado por caza huesos de pacotilla…

* El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.

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