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Camine, presidente, camine…

Cuando me animaron a escribir mis primeras columnas, allá por los años 80´s, lo hacía con tal entusiasmo y voluntad que en ocasiones no alcanzaba a distinguir esa finísima línea entre la crítica ácida e incisiva si se quiere, pero constructiva, y el insulto ofensivo e hiriente que destruye y confronta.

Cuando me animaron a escribir mis primeras columnas, allá por los años 80´s, lo hacía con tal entusiasmo y voluntad que en ocasiones no alcanzaba a distinguir esa finísima línea entre la crítica ácida e incisiva si se quiere, pero constructiva, y el insulto ofensivo e hiriente que destruye y confronta. Eran, ciertamente, momentos difíciles en la relación con los gobiernos. Periodistas, editorialistas, caricaturistas y columnistas, teníamos la confianza y el respeto de los editores y directivos para hacer nuestro trabajo, siempre y cuando todo estuviera documentado y ratificado por al menos tres fuentes distintas. Periodismo básico, pues.

Pero también teníamos en nuestros jefes, maestros que no solo impulsaban nuestra carrera en el periodismo, sino que seguían diariamente nuestro desempeño para orientarnos, con esa “mano izquierda” que sólo la experiencia diaria del ejercicio del periodismo independiente puede dar. José Alberto Healy Noriega (QEPD), fue uno de esos maestros que desde temprano llegaba a sus oficinas en El Imparcial, para leer detenidamente notas, columnas, artículos, pies de fotos y hasta los económicos. No perdía detalle.

Una mañana, sonó el teléfono de la redacción y al contestar escuché la voz del señor Healy. Su tono grave y su frase corta, pero firme pidiéndome pasar a su oficina me hizo preguntarme “y ahora…¿qué hice? Mi cerebro se revolucionó y mi corazón se aceleró, mientras caminaba los 10 metros que separaban mi escritorio de la oficina del presidente y director general, tratando de hacer memoria de mis publicaciones recientes y en especial mi columna de ese día. Toqué la puerta y escuché su voz pidiéndome pasar. Estaba en su sillón, con el periódico sobre su escritorio y leyendo mi escrito. Siéntate, soltó, sin dejar de mirar el diario. “Venga, pues”, pensé.

Palabras más, palabras menos, Don José Alberto me explicó la importancia y la trascendencia de una columna periodística. Su impacto y la percepción que generan en los lectores a los que difícilmente es posible engañar con respecto a nuestro estado de ánimo. “El lector sabe cuándo estamos contentos e inmediatamente detecta, sobre todo, cuando estamos escribiendo enojados, molestos e iracundos”. “Tus columnas”, agregó, “son buenas por su contenido, pero debes tener cuidado. Hay que escribir con la mente, no con el estómago. Si estás enojado, escribe, desahógate, pero luego rómpelo y salte a caminar un rato para que ordenes tus ideas y aclares tus pensamientos”. Esa fue la enseñanza del día y tal vez de mi carrera como columnista, pues jamás me volvió a llamar.

¿Y a qué viene toda esta historia? se preguntará. Buenos pues, que parece ser que quien ahora necesita ese consejo es el presidente López Obrador y quien o quienes le ayudaron a “redactar” su respuesta al Parlamento Europeo, los llamados eurodiputados, quienes acababan de hacer al Gobierno de México un severo extrañamiento por la falta de atención a la violencia en contra de periodistas y luchadores sociales, alentada por la inacción desde las altas esferas de Gobierno.

El documento firmado por el Gobierno de la República que se difundió el pasado jueves por la tarde, abunda en insultos y calificativos denigrantes, ofensivos que sólo pudieron salir del estómago de sus autores. Es una carta que revela el estado de ánimo de una persona molesta, enojada, con una ira incontrolada y un odio acumulado. Una redacción en la que al menos participaron tres personas unidas por la misma línea discursiva y cuyo contenido seguramente no fue consultado al responsable de la diplomacia mexicana, Marcelo Ebrard. Llamar de entrada a los eurodiputados corruptos, mentirosos e hipócritas, tildarlos de “borregos”, injerencistas y desinformados, así sea verdad, no corresponde a un jefe de estado, sino que son comportamientos clásicos de políticos pendencieros, rijosos y traumados. Estos no representan a México.

Así que, si se me permite, retomo el consejo de Don José Alberto y le digo que antes de redactar una respuesta tan visceral, contra quien sea, “camine, presidente, camine”.

*El autor es periodista con 45 años de experiencia, licenciado en periodismo, asesor en comunicación y marketing político, consultor de medios.

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