Edición México
Suscríbete
Ed. México

El Imparcial / Columnas / Columna Tijuana

Ayotzinapa resiste

Si algo ha probado la narrativa histórica con relación a la Revolución Mexicana y la guerra enfrentada entre sus discrepantes tropas ha sido... 

Si algo ha probado la narrativa histórica con relación a la Revolución Mexicana y la guerra enfrentada entre sus discrepantes tropas ha sido, sin ningún recelo, la certificación donde se plasma que los combatientes –enrolados en una y otra de las tendencias rivales – carecían de espíritu bélico, no eran profesionales o se incorporaban a la “bola” empujados por simple aventura lo cual no impidió, conforme se hizo más encarnizada la pugna, se impusiera el enganche o reclutamiento forzado de campesinos, obreros y artesanos obligados a servir de soldados aun cuando los procedimientos aplicados y destino de reclutas se considerara imprescindible.

Finalizada la guerra y con esta zanjada cualquier duda sobre quienes resultaron vencedores y quienes perdedores, las tropas desprotegidas ante la derrota de forma progresiva fueron integradas a la milicia oficial motivo de más cuando, por características propias a toda reyerta, los principales líderes habían sido arteramente traicionados y asesinados tal ocurrió con Zapata, Villa, Madero o Carranza los que fichados de “cabos sueltos” de parte de Álvaro Obregón y pandilla la consigna fue deshacerse de los peligrosos caudillos institucionalizándose, una vez decapitados los jefes, una sola tropa con una estructura uniforme y absoluta, que por añadidura, los nuevos porfiristas divulgaron la consigna de que el recién creado ejército lo integraron soldados del “pueblo, por el pueblo y para el pueblo…”

Con órganos propagandísticos empeñados en comparar a la milicia con usual gente del pueblo, a meses de instalada la presidencia obregonista la “popular” tropa cargó bayonetas contra grupos opositores, reprimió agraristas solicitantes de tierras, protegió a nuevos latifundistas y les hicieron falta árboles donde ahorcar a políticos y generales opuestos a la candidatura presidencial del facineroso Elías Calles significando, contrario a cualquier ardid demagógico, una violenta depuración de mandos castrenses desenmascarándose la farsa sobre “fuerzas marciales avenidas del pueblo” que, cosas de intereses despóticos, el dominio minoritario reposa desde entonces en el aparato represivo.

Conocidos por las acciones protagonizadas; el poder militar en nuestro país ha concentrado de 1920 a la fecha (un siglo) una supremacía colocada por encima de la ley civil; ha gozado y ha sido objeto de un trato especial, por no decir servil, de parte de la clase política; se les ha respetado el fuero para degradar o exonerar a los suyos; posee libertad para informar o guardar silencio respecto a sus actos; con nadie, salvo la cúpula, hace arreglos para ocupar puestos y asignar nombramientos y, en síntesis, se conserva en una estela de sigilo alejada de cualquier mirada.

Y como algo rotundo o explícito; imposible dejar de lado los años y décadas donde era imperioso ser general de las fuerzas armadas para llegar a la Presidencia de la República. Un requisito que al perder vigencia a partir de 1946, el PRI prosiguió manteniendo en sus filas al sector militar al parejo del obrero campesino y popular.

Con tamaños antecedentes, salvo se demuestre lo contrario, la desaparición y consecuencias sufridas por los 43 estudiantes de Ayotzinapa continúan rodeados del silencio propio de los cuarteles…

* El autor es diplomado en Periodismo por la UABC.

En esta nota